La Estrella de Panamá
Miércoles, 2 de mayo de 2012
Una Estrella Fugaz
Jaime Figueroa Navarro
Hace casi una década, le conocí en una serena tarde veraniega en Gasthaus Bavaria, el jardín alemán en Bella Vista, donde acostumbraba pacificar la sed y la parla con otros visitantes de la nación teutónica posterior a la faena. Era irrealizable desentenderse de su presencia, ya que sus intensos ojos esmeralda y su espontanea sonrisa intimaban a todos al saludo.
Fue así como me relacioné con Gerhard Ritter, Director Regional para Norteamérica de Weihenstephan, la cervecería más antigua del mundo, fundada en Bavaria en 1040 y conversamos sobre su desplazamiento de Alemania a las Carolinas, Delaware y Arizona.
Era su interés escudriñar nuevos sesgos y encontraba Panamá como una casualidad hechicera. En posteriores cruces, soltamos sin huesos las distintivas cualidades istmeñas prácticamente abrumándole al compromiso, siendo la última gota que horada la piedra, el flechazo que le tendió Cupido al conocer el amor de su vida, su futura esposa Sandra.
Y no fue mera casualidad el encuentro. La disciplina Germana y el relajo tropical, motivo de hondas frustraciones en nuestros visitantes de aquellas latitudes, no armonizan.
Transcurrió así que me dejó a cargo de la remodelación de su apartamento con una cuadrilla en la que confiaba, a raíz de su desmedida bondad, pero a la par harto defectuosa. Al retornar, después de algunas semanas y observar atraso en lugar de adelanto, me apeló que colocara alguien eficiente a cargo de la obra, sin saber que el destino amarraría también su corazón con la virtuosa arquitecta.
Su celo no tenia limites. Mi madre Mercedes le adoptó como hijo putativo, después de ser objeto de innumerables arreglos florales sin motivo aparente. Mi esposa Mayin como un muy particular amigo de nuestra casa y yo como el hermano menor que nunca tuve. Todos los que tuvimos el inmenso privilegio de conocerle, le atesoramos, entonces y más ahora, en un exclusivo lugar bien dentro del corazón. Enemigos no podía tener, desbordaba tiernos sentimientos.
Así le despedimos el viernes, esa estrella fugaz que relata Calderón de la Barca en su obra La vida es sueño, siendo las palabras de su amada Sandra, el supremo epitafio a su partida:
“Pienso lo mucho que le extraño, y empiezo a sentir pena por mí… pero entonces pienso en toda esa gente que nunca tuvo la oportunidad de conocerlo, y empiezo a sentir pena por ellos… agradezco a Dios los seis años de maravilloso amor… Hasta luego Gerhard mi amigo… ¡mi amor!”
Gracias Gerhard, por tu fraternal presencia y particular aliento. ¡Dios te guarde en su infinita gloria!