Panamá América
20 de julio 2013
Prosperando
Turismo Cultural
Jaime
Figueroa Navarro
Con
el anuncio esta semana de la erección de la celestial estatua de Santa María La
Antigua en Amador, cercana al BioMuseo sin querer queriendo, podemos emprender una
etapa clave para el florecimiento del turismo cultural istmeño.
La
icónica imagen, de mayor tamaño que la afamada efigie del Cristo Redentor ubicada
a 700 metros sobre el nivel del mar sobre la cima del Cerro Corcovado en el
Parque Nacional Tijuca en Rio de Janeiro, construida en el quinquenio entre
1926 y 1931, cuenta con una dimensión total de 38 metros (32m la estatua mas 6m
el pedestal comparada a su homologa brasileña con 22m/6m).
A
través del morbo popular me enteré durante mi primera jornada en Rio de Janeiro
en enero de 1976, al hospedarme en el Hotel Debret, ubicado en el 3564 de la
Avenida Atlantica frente a la bahía de Guanabara en Copacabana, departiendo con
el conserje antes de salir a trotar bordeando el malecón mas famoso del mundo,
serpenteando la aledaña playa de Ipanema, que en Brasil los ciudadanos de Rio,
mejor conocido como cariocas, tienen
fama de vagos, mientras su contraparte en Sao Paulo, o paulistas, son muy trabajadores.
Me
relataba mi interlocutor que la estatua del Cristo Redentor, con brazos
abiertos, en las alturas, vigilante de toda la actividad citadina, aplaudiría
el día que los Cariocas trabajasen. Esa
reminiscencia de la afamada imagen permanece indeleble en mi memoria, desde
hace ya 37 años.
Hasta
el momento, el sitio con el mayor flujo de turistas en el istmo es el Centro de
Visitantes de Miraflores. Con la
apertura del BioMuseo, excelsa obra de Frank Gehry, dentro del puñado de los
mejores arquitectos del mundo, se creará un magneto de atracción turística hacia
esa exhibición que narra la particular historia natural del istmo, importante
relato que culmina con la teoría de la génesis del homo sapiens a raíz del surgimiento de Panama de los mares,
unificando las masas de las dos américas, cuyo mensaje subliminal es la visita
al Panamá verde, aquel que todos envidian y que el New York Times describe como
“una vergüenza de belleza natural” (…an
embarrassment of natural beauty).
Intercalada,
brota la imagen de Santa María la Antigua, matrona de Panamá ante los ojos de
los conquistadores españoles y de la gran mayoría de compatriotas, que como yo,
aun profesan la fe católica, apostólica y romana de nuestros ancestros. Habrán algunos, como siempre, que tendrán un
apéndice de protesta por sus variadas inclinaciones religiosas. Para ellos es importante aclarar nuestro
respeto y aceptación de sus preferencias, después de todo el Panama del siglo
XXI es una aldea global, sin discriminaciones pero aun no tan amable como
nuestros vecinos al norte que discuten si deben eliminar o no el credo In God we trust del billete de un dólar.
Se
preguntará el amable lector ¿qué tiene todo esto que ver con turismo
cultural? A lo opuesto del Cristo de
Corcovado, cuyo pedestal a partir de 2006 se convierte, durante la conmemoración
de sus 75 años, en una capilla consagrada por el arzobispo de Rio de Janeiro,
el Cardenal Eusebio Oscar Scheia, bien pudiésemos utilizar el recinto interior
del pedestal para que sirva como un centro capitalino de orientación al
turista, inexistente hasta el momento, para que también sirva de carnada a
visitar el sitio.
Dotado
de amplia literatura, administrado por amables guías plurilingües, serviría de
punto de referencia para conocer los sitios históricos del país, entre otros,
Panama Viejo, Casco Antiguo, Portobelo y San Lorenzo en Colon, Cerro Pechito
Parao, donde Balboa divisa el Mar del Sur en Darién, la iglesia de Natá de los
Caballeros, la más antigua de tierra firme y la iglesia de Taboga, la segunda
más antigua, el Camino Real entre Panama Viejo y Portobelo, cuyo trazado como
el primer sendero turístico intercontinental debe ser emprendimiento
obligatorio del próximo gobierno, a muy bajo costo, creando un nuevo atractivo histórico
para los turistas que nos visitan.
Este
centro, a lo opuesto de Miraflores, brindaría a los visitantes una deleitable
opción gastronómica panameña, reemplazando las gaseosas y hamburguesas del
otro, por ceviches, pixbae y otros frutos de la cocina istmeña bajándoles con
un repertorio de jugos tropicales, más allá del común naranja o piña.
Albergaría
una tienda de artesanías administrada por indígenas de cada una de nuestras
etnias y guapas representantes de nuestro folclor, todas ataviadas con sus
preciosos ropajes, que serviría como el centro nacional de artesanías. Presentaría un polo vivo de actividades
folclóricas, donde también se reunirían tejedoras de molas, trenzadoras de
sombreros, escultores de tagua y modistas de polleras acompañados por orfebres
de las joyas que adornan nuestro traje nacional para que los turistas y
nacionales realzaran su asombro al observar las diferentes técnicas y
especialidades.
Maximizando
el espacio disponible con una dosis de imaginación y afecto, nos dotaría de un
harto y necesario centro de acogimiento turístico, que a través de sus múltiples
actividades comerciales, pagaría el costo del adecuado mantenimiento del centro
y de esta magnifica obra, futuro ícono de nuestra sublime patria.
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