martes, 25 de octubre de 2011

Andeando por las nubes



Del escritorio de Jaime E. Figueroa Navarro
Con sus Palabras

Lunes, 20 de junio de 2011
 
Andeando por las nubes

Jaime Figueroa Navarro 
 
 
En la década del noventa, me tocó recorrer todos y cada uno de los países de América Latina y el Caribe a raíz de los pioneros proyectos que revolucionaron para siempre las telecomunicaciones, reemplazando mastodontes empresas estatales de telefonía fija por modernas empresas privadas o mixtas, en su mayoría celulares.  Durante esos diez años, viajé un promedio de tres semanas al mes sobrepasando todos los objetivos de ventas de  torres celulares que me había trazado el mayor fabricante del mundo, basado en la ciudad de Peoria, Illinois, como ejecutivo principal para la región. 
 
Acostumbrado a viajar a las grandes capitales y ciudades de las Américas, durante mis pininos profesionales en la década anterior, laborando con la multinacional IBM, típicamente frecuentaba entre otras, Río de Janeiro, Buenos Aires, Santiago de Chile, Caracas, Lima, Bogotá y México.  Esta ultima, algunos dramatistas nos hacen creer que “es muy alta”. 
 
Para mí fue fascinante adentrarme al corazón del hemisferio y conocer un continente misterioso y diferente donde el castellano deja de ser la lengua principal, o mejor dicho el más reciente, al adentrarse en sus entrañas y escuchar las lenguas indígenas como el quechua, guaraní y aymará. Comparándolo con el istmo, un ejemplo equivalente sería visitar Cartí en Kuna Yala, Calovébora en el Caribe veragüense y Cambutal en las costas santeñas en lugar de pernoctar en Ciudad de Panamá, Coronado o El Valle.
 
El idioma quechua, con 10 millones de “quechua parlantes”, se escucha en Perú, Bolivia, Ecuador, Chile y Argentina en la región de los Andes centrales y es el idioma oficial en Perú y Bolivia, siendo la lengua más común entre los pueblos indígenas de las Américas, conocido también como “runa simi” (idioma del pueblo).
 
Abordemos la cápsula del tiempo transportándonos a un destino poco frecuentado por los panameños, me refiero a Bolivia, oficialmente Estado Plurinacional de Bolivia, Bulibya Mamallaqta (Quechua), Wuliwya Suyu (Aymará) y Tetá Volívia (Guaraní).  A lo opuesto de Panamá, es un país en el mero centro del continente sudamericano, sin litoral marítimo pero curiosamente uno de los países con mayor biodiversidad en el planeta, con distintos espacios geográficos como la Cordillera de los Andes, el Altiplano, la Amazonía y el Chaco.
 
Por motivo de trabajo, me tocó visitar diferentes urbes bolivianas, entre ellas Santa Cruz de la Sierra, su ciudad de mayor población, servida por el Aeropuerto Viru Viru (VVI), que en el vocablo guaraní significa pampa o llanura.  Con una altura de 373 metros sobre el nivel del mar, se convierte en un destino ideal para los costeños de todas las latitudes.  Precisamente por su tropicalidad y similitud a nuestro entorno, me cautivó Santa Cruz, a orillas del río Piraí, fundada en 1561 y cuyos habitantes son mejor conocidos como “Cruceños”. 
 
El reto para mí fue el requisito de firmar contratos con la estatal ENTEL en Nuestra Señora de La Paz (Chuquiago marka), sede del gobierno boliviano.  Escalar los Andes a los 3,650 metros sobre el nivel del mar se convierte en toda una epopeya para un panameñito vida mía.

Ante todo, en aquellos tiempos, había que volar primero al Aeropuerto Internacional Jorge Chávez  en Lima, Perú.  Y allí empezaba en enredo porque la conexión a La Paz usualmente era tema de múltiples horas, que viéndolo bien me permitió conocer a fondo este aeródromo, que a lo opuesto del nuestro, goza de espaciosos bazares de artesanías nacionales, cómodas librerías y pulcros restaurantes con la fantástica oferta culinaria local.  Amén que la cordialidad y hospitalidad del peruano inicia precisamente en su puerto de entrada donde sus trabajadores, desde barrenderos hasta asistentes de tiendas y meseros, gozosamente se desbordan por desarrollar respuestas detalladas a preguntas sencillas sobre la historia, cultura, geografía o cualquier tema que tenga que ver con el Perú, en un castellano catalogado de los mejores en las Américas.
 
La conexión se efectuaba a través de la aerolínea Lloyd Aéreo Boliviano, que curiosamente pronunciaban “Lloyd”, acentuando la doble ele, cuando en su origen anglo se pronuncia con una ele.  Me pareció tan curioso como eso de pronunciar la celebre línea de electrodomésticos europeos, Philips, con una pe en lugar de una efe.  LAB, por sus siglas, adquirió los antiguos aviones 727 de Braniff International para su flota.  De ello me enteré al leer el registro “BN” en la cocina (galley) mientras esperaba la fila al inodoro, que por algún motivo era siempre extendida y larga.  Notorio era la falta de mantenimiento que obligaba en repetidas ocasiones el encendido de las luces de abrocharse los cinturones sin ninguna evidente razón, lo que alargaba aun más las filas al inodoro al apagarse.
 
Llegar al Aeropuerto Internacional El Alto a una altura de 4,061 metros sobre el nivel del mar, que sirve a la ciudad de La Paz, es impresionante.  A Dios gracias, nunca he sufrido un paro cardiaco, pero al caminar sobre la pista, a falta de mangas de acceso a la terminal, me di cuenta cómo se debe sentir un paro pulmonar.  El escaso aire y la falta de oxígeno, en mi caso particular, y no sufro ninguna dolencia, se hicieron evidentes de inmediato.  Anteriormente, ridiculizábamos a algunos por considerar que el Aeropuerto Benito Juárez que sirve la Ciudad de México, a escasos 2,230 metros sobre el nivel del mar (casi la mitad de la altura que El Alto), era muy “alto”.  Me hizo recordar la letra de la canción de Sandro Porque yo te amo, al citar “por ese palpitar que tiene tu mirar” ya que súbitamente tuve la necesidad de caminar muy pausadamente, y no necesariamente por el famoso “mirar”. 
 
El recibimiento en el Hotel Radisson de La Paz fue toda una ceremonia.  Mientras se formaliza el check-in, les brindan a los clientes unas tacitas de té, mejor conocido como mate de coca, que no es más que una infusión de hojas de coca, que sirve como estimulante para curar el soroche o mal de altura, ofreciendo la opción de una botella de oxígeno, que decliné al saborear la energizante bebida.  Craso error, al despertarme con un espantoso dolor de cabeza como si hubiese bailado con Cosacos y bebido interminables botellas de vodka barato.  Definitivamente nuestros cuerpos no están diseñados para estos cambios, razón por la cual el equipo de fútbol boliviano le encanta jugar en el altiplano porque es así como han derrotado a los equipos de alcurnia mundial como Argentina y Brasil.    
 
A pesar de mis peripecias personales, el encanto de Bolivia no deja de hechizar al viajero.  Una escala de rigor es la visita al Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, donde las embarcaciones indígenas se asemejan tanto a los navíos de papiro de Egipto que el explorador noruego Thor Heyerdahl se nutrió de conocimientos aquí para construir Ra II, la nave que utilizó para cruzar el océano atlántico en 1970 y así comprobar su teoría que el hombre había viajado a las Américas mucho antes de la llegada de Colón.
 
Como epilogo, Andeando por las nubes, no deja de maravillarnos nuestro mundo cuando a la vuelta de la esquina gozamos de parajes maravillosos bendecidos por una geografía diversa y originales personalidades autóctonas.  Adentrarme a Bolivia me dio la sublime oportunidad de codearme con una nación, físicamente más cerca del cielo y espiritualmente próxima al corazón.

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