La Estrella de Panamá
Miércoles, 30 de septiembre de 2009
Mi Presidente Endara
Jaime E. Figueroa Navarro
Al despertar, como todos los días de mi vida, en vez de quejarme por mis limitaciones, doy gracias al Señor por todas las bondades que dispensa en mis seres queridos.
Anteayer, al cumplirse nueve meses de la partida de mi padre, fue motivo de un momento especial de meditación: los hombres buenos, sencillos y honestos somos pocos. En ese momento, como un presagio, mi pensamiento giró hacia el presidente Endara.
En junio pasado, acompañado de mi madre, le saludé en la Clínica San Fernando sin saber que ese sería nuestro último convite y mucho menos que anteayer sería su último día entre nosotros.
En las postrimerías de la década de los 50, con motivo de la celebración del onomástico de mi madre Mercedes en La Garita, quinta familiar en Chepo, le conocí. Cortejaba a mi prima Marcela Cambra Navarro, su primera esposa y madre de Marcelita, quien se le adelantó el mes antes de su arrasador triunfo en las urnas. Desde ese momento en Chepo su gentil carácter e inolvidable sonrisa formaron para siempre parte de mi vida.
No era buen orador, pero sí forjador de ideas e incansable luchador por la democracia en medio de un Panamá increíblemente sumido bajo la bota militar. Nunca se dejó seducir ni mucho menos comprar por los militares contra los cuales luchó implacablemente desde el mismo día del golpe en 1968.
Posterior a la brutal golpiza a la que fue sometido después de su innegable triunfo, por parte de la jauría de los Batallones de la Dignidad, que no eran ni batallones, ni mucho menos dignos, se nos unió Marcelita con su esposo e hijo en Miami, donde permaneció hasta la invasión.
Ya emplazado en el Palacio de las Garzas, le obsequié e instalé en el computador personal de su despacho el novel sistema Globalink de traducción simultánea inglés-español a inicios de 1990. El presidente en ese momento, al igual que durante sus años de estudios universitarios, se transformó en un alumno sobresaliente.
Enfrentó un Panamá en anarquía total y tuvo como especial tarea la consolidación de la democracia y la decencia. Se rodeó de mujeres y hombres buenos, entre los que sobresale el ex contralor Rubén Darío Carles, intachable funcionario que no permitió el mínimo desliz en un país por décadas mal acostumbrado a la coima y sinvergüenzura.
Posterior a su gobierno, le encontrábamos, siempre gentil durante sus visitas al Riba Smith Bella Vista, donde a falta de escoltas, frecuentaba y saludaba a todos: amigos, empleados, vendedores de bollos y billetes, gente común y corriente, con esa sencillez que le caracterizaba y esa dulce sonrisa con la cual se nos adelantó al Cielo.
Hasta luego Cuchungo. La Nación panameña agradece tu privativo amor por este terruño que servirá siempre de ejemplo a generaciones de compatriotas. Nuestra familia despide a otro peñón de Gibraltar. Gracias por tu distintivo ejemplo, que nos hará cantar por siempre y con especial ahínco ese “¡Alcanzamos por fin la victoria!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario