REVISTA MIA
Remando por el Istmo
Lunes, 23 de mayo de 2011
Jaime Figueroa Navarro
De niño acostumbraba recibir con entusiasmo la temporada lluviosa. En aquellos tiempos, vivíamos en un Panamá verde, dotado de árboles frondosos, donde la Avenida Balboa terminaba poco después del Parque Urracá y me convidaban mis amigos a excursiones a la desembocadura del Rio Matasnillo en cuyas orillas arenosas, a la altura del puente del hoy Multicentro, veíamos desde lejos los lagartos regordetes por la dieta de abundantes pajarillos, peces y reptiles que abundaban por el área.
El Panamá Hilton, ahora Hotel El Panamá, era el edificio más alto de la capital y en Punta Paitilla permanecían aun los rieles de las baterías instaladas durante la Segunda Guerra Mundial por el ejército americano para la defensa del canal. No existía edificio alguno.
El verano era la época seca y jamás llovía, ni siquiera un bajareque. El invierno solía comenzar como reloj, la primera semana de mayo, durante las tardes. Era precisamente la semana del inicio del año escolar. Las lluvias refrescaban el ambiente y eran absorbidas cuan esponja por la sedienta tierra.
¡Como han cambiado los tiempos! La semana pasada durante el primer azote de lluvias, la ciudad parecía hermana gemela de Venecia y me decía un amable visitante que ahora comprendía porque al panameño le gusta el automóvil 4X4. Le riposté que, muy por el contrario, si deseas impresionar a alguien, llévale a la gasolinera más cercana el próximo fin de semana. Me costó $73 el paseíto y eso que mi Prado es diesel. Para nada le gusto eso a mi señora quien de seguro, en su defecto, hubiese adquirido una prenda de vestir, o dos en Albrook.
Durante una reciente visita a la localidad de Torino, en el noroeste de Italia opté por estrenar un automóvil Fiat 500 o como le dicen en italiano: “cinquecento” durante una visita a la Riviera francesa. Es tan pequeño el vehículo que no cuadraban las maletas, obligándonos a viajar con un maletín de fin de semana. Su kilometraje, no obstante, es envidiable y me sentí como un James Bond al maniobrar sobre las excelentes autopistas europeas. Cuál fue mi sorpresa al llegar a una estación de expendio de gasolina y enterarme que su costo era de $12 por galón y que para llenar el tanque de este “juguetito” me devolvieron unas moneditas al entregar $100.
Esta moraleja italiana nada tiene que ver con Panamá, por supuesto, pero es que debemos tener bien claro que si aquí llueve, allá no escampa, por lo menos en lo que al costo del petróleo se refiere. Otra moraleja, es que en las calles de nuestra capital, un Fiat 500 al momento de sufrir un leve accidente, te ahorraría el costo de tu ataúd.
Fue entonces que se me ocurrió que con la mudanza del Muelle Fiscal a Vacamonte y la incipiente metamorfosis de Boca La Caja, a Punta Pacifica II o San Francisco III, como sea que le llamen a la nueva extensión, tenemos la oportunidad de adquirir a buen precio una panga y chalupear por la ciudad cuando se desaten las lluvias.
Más aun con marea alta, cuando en vez del desague por las alcantarillas, el efecto es el contrario. De ello me percato cada vez que transito por la calle entre Punta Paitilla y Punta Pacifica, a la altura del Super 99, donde hay un permanente riachuelo de aguas negras en el semáforo, que los vecinos cariñosamente han apodado “el lava autos” y los trabajadores de la construcción no pueden esquivar cuando salen de su trabajo. La solución del problema en esta esquina bien podría ser el proyecto de graduación de un grupo de brillantes ingenieros universitarios, ya que el IDAAN no ha podido resolverlo durante más de dos años.
La compra de pangas nos ahorraría mucho dinero y el estrés de los infernales tranques, que ya nos anunciaron, serán peores una vez inicien las obras del Metro.
Para los meses de verano, pienso presentarme a uno de los remates del hipódromo y adquirir un caballito pura sangre que ya no corra, que me servirá de transporte, de paso, aprovechando para abonar los amarillentos herbazales de la Cinta Costera.
Para los meses de verano, pienso presentarme a uno de los remates del hipódromo y adquirir un caballito pura sangre que ya no corra, que me servirá de transporte, de paso, aprovechando para abonar los amarillentos herbazales de la Cinta Costera. De seguro, al convertirse esta en una popular opción también aumentaran el precio de las pacas de paja.
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