Retorno a Bandol
Jaime Figueroa Navarro
La France : ¡retourner à la France est glorieux!
Retomamos la pluma, o mejor dicho, la computadora, el penúltimo día del mes de junio de 2008, en las tiernas horas de la noche, aquí en Torino, Italia, para charlar sobre nuestras avenencias en la tierra de Moliere, Balzac y Napoleón, la bella Francia.
Regresar a Bandol, pequeño village en las costas del Mediterráneo, la Cote d'Azur o Riviera Francesa, tiene que ser glorioso. Allí donde perfeccioné el Francés en 1971, donde conocí a Paul McCartney, entonces el principal del grupo Wings después del desbande de los Beatles en 1970, junto con su esposa Linda, y también a Jacques Cousteau, otrora el director de la escuela de buceo más famosa de Europa en la isla de Bendor, a una milla náutica de Bandol, es algo muy especial que ha hecho cabalgar a mi sangre y alterar mi corazón. Estos son momentos íntimos especiales en mi vida que deseo compartir con vosotros.
Brota mi relato con el clima. De esperar, es que Europa en verano sea una fiel copia de nuestro terruño, es decir, sol a quemarropa, nada de lluvia, chubascos ni nieves, mucho menos. Domingo 28 de junio 2008. Desde nuestro arribo, hemonos tostado bajo el sol y calor de la península de los Cesares sin indicio alguno de cambios. ¡Alas! ¡Una mañana nublada en Torino presagia nuestro viaje a tierra de los Francos! En el capítulo segundo, ya les había narrado que mi nivel emocional era tal que no pude contener a Morfeo y mis ojos se abrieron a la tierna madrugada, eran las 3:30am, narré el segundo capítulo. A las 8:30am, después de revisar y rerevisar los puntos y las ies en la lista de los temas pendientes, arrancamos el Fiat 500 en el sótano de 5, Vía Cavour, Torino, Italia. Las nubes negras amenazan y pronto inicia el primer chubasco. ¡Good timing, Figueroa! El "Tomtom", sistema satelital GPS, nos guía en perfecto Castellano (pues ya lo habíamos así programado) hacia AutoRoute du Sud. Caen, poco a poco, las gotas, cuan lágrimas de suegra desquiciada. Y a medida que pasan los kilómetros, aumentan sus volúmenes, hasta llegar a un nivel ensordecedor, casi tropical.
Casi llegando a Ventimiglia, el borde entre Italia y Francia, hacemos una parada de rigor para vaciar las vejigas, tomar un café, expreso Italiano, de esos que te hacen realizar que tienes un corazón, porque empieza a bombear en high, un sandwich de desayuno, palabra bien seleccionada, porque es el comer después del ayuno de una larga noche y llenar el tanque del diminutivo Fiat 500, la cucarachita mandinga de los automóviles. En ese momento realizamos la cruda verdad de una aventura Europea. Un litro de nafta, como le dicen los argentinos a la gasolina, bordea los dos Euros, es decir, el precio del galón es nada más y menos, doce Balboas ¡ouch! Pero un ouch simpático, imaginándome que me costaría el equivalente del salario mínimo istmeño llenar el tanque de mi Toyota Prado ¡gracias a Dios estamos en un Fiat 500!!!! Para minimizar el dolor al bolsillo, dejamos atrás las nubes y nos recibe el país Galo con un solazo que me obliga a pronunciar emocionadamente, con temor que caigan verdaderas lluvias huracanadas, las estrofas de LA MARSEILLASE, himno nacional de Francia, que mi padre se tomó el tiempo de enseñarme durante nuestros viajes veraniegos a Chepo en aquellos 50's bien idos y bien recordados. "Dieu est avec nous" (Dios nos acompaña), le decía a Mayin al cruzar la frontera Italo-Francesa.
Soleada Francia, AutoRoute de Sud nos conduce a través de Mónaco, Nice y Cannes a Toulon, no sin antes tantear nuestros bolsillos con innumerables solicitudes de muchos Euros en peajes. Peajes entre Torino y Bandol, un paréntesis. Las carreteras Europeas son magníficas, endemoniadamente mejor que América (y me refiero a Estados Unidos, Panamá es un escupitajo al aire cuando a carreteras nos referimos). Da gusto pagar peajes, ojo que baratos no son, en uno me cobraron 30 Euros, unos 45 dólares, cuando uno ve una carretera impecable, intachable, sin un hueco, con túneles tan bien mantenidos como las esclusas del Canal. Ese es un tema, sin duda, que martillaremos hasta su logro, en Panamá. Nuestro país, maravilla tropical, que tiene la predestinación de convertirse en el mejor destino del universo, si así lo trabajamos personas enamoradas de su encanto, tiene que contar con avenidas de lujo, lejos de la cloaca, que es por ejemplo, la mal llamada Autopista Arraijan-Chorrera.
Desde Toulon, bordeando la costa, llegamos al village de Bandol. Un sol maravilloso, como un presagio de Dios, nos brilla desde sus linderos. Las palmas de su costanera nos reciben tan chic, o más, que en 1971. Llegar a Bandol, después de casi cuatro décadas, es un milagro que nos brinda la vida. Nunca pensé regresar, pero regresar ahora, con ideas, planes y sueños de un Panamá vigorosamente planificado para un turismo de primera categoría, me enardece. Caminar sus calles, repletas de turistas Francófonos y otros, llena de vida y progreso, me hacen pensar en duplicar, multiplicar Bandol en el istmo.
Nos hospedamos en el Hotel de la Baie, tres estrellas disimuladas, muy a pesar de su precio de 285 Euros (cuatrocientos y pico de los nuestros) la noche, nos hospedamos solo una noche, frente al Casino de Bandol, que gracias a Dios no visitamos, porque esta noche se jugó el Campeonato de Futbol de Europa donde se coronó España 1-0 sobre los teutones Alemanes. Si caminamos parejo, su avenida principal, frente a la costa mediterránea, donde un almuerzo, en un restorán mediocre, consistiendo de steak frites, un pedazo de carne y papitas fritas, acompañados de una cerveza y un jugo de limón, para dos, nos costó más del ciento de Balboas.
Regresar a Bandol, es glorioso. Por dos razones, mi memoria guarda gratos recuerdos de años idos, años jóvenes, y no es que no sea joven, siempre lo seré muy dentro de mi alma. Pero verlo después de 37 años, pero con más chispa, me inspira. Me hace pensar en lo que podemos hacer en nuestro mediocrísimo Panamá. También es glorioso, porque traigo a Mayin aquí, embarrándole aún más con mis percepciones de lo que podemos lograr en el istmo.
Termina nuestra velada en Bandol con el triunfo Ibérico en futbol. Comienza nuestro amanecer con un desayuno continental en el Hotel de la Baie. Durísimo pan baguette, suaves croissants, mantequilla President, harto conocida en Riba Smith, mermeladas, especialmente la de fresas, tan Francesas, que los gringos no la pueden duplicar, yogurts, trozos de sandía más sabrosas que las del Mamoni y un café con leche y jugo de naranja, típicamente Franceses.
Bordeamos la Cote d'Azur. Toulon, innumerables pueblecitos repletos de viñedos y maizales, hasta llegar a Saint Tropez. Allí nos detuvimos, caminamos su puerto, afamado gracias a Brigitte Bardot. Observamos sus yates, miles de yates, que hacen de Amador un hazmerreir ¡just wait! De allí seguimos a St. Raphael, Cannes y Nice antes de remontar la autopista.
Nos recibe Italia, con lluvia, la misma que dejamos ayer. Fiel a su linaje, el auto, Fiat 500, se porta noble durante toda nuestra travesía. Sin problemas, nos repatriamos a Torino.
Nos espera mañana el capítulo cuarto, viaje a Vía San Rocco, Roreto di Cherasco. En el poblado, hogar de nuestros anfitriones, nos hospedaremos en un hotel, cenando con Marco, Luciana y sus gentiles familiares.
Colorín Colorado, este tercer capítulo ha terminado.
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