sábado, 6 de julio de 2013

Levantando un muerto


Diario Panama America
Sabado, 6 de julio de 2013

Levantando un muerto
Jaime Figueroa Navarro

Hace un tris mas de treinta años, por allá por 1982, el año que Ricardo de la Espriella Toral asume la Presidencia de la República y Rubén Darío Paredes la comandancia de la Guardia Nacional, se encontraba el istmo en un estado ruin por los desajustes y la desaceleración económica, como resultado del despilfarro de la década anterior aunado por la crisis del petróleo.
Ya hacia trece años que el Club Unión había mudado su sede de San Felipe a Punta Paitilla y la otrora medula capitalina sufría su peor traspié, cuando un par de empresarios franceses, Pascal Finet, actualmente el renombrado chef de nouvelle cuisine de Terrazas del Mar en Vistamar Golf & Beach Resort de San Carlos, sin duda el mejor restaurante de la Riviera Pacifica panameña, y Philippe Athanasiades, pionero del sur de la provincia de Los Santos quien puso a Pedasí en el mapamundi del turismo y la inversión foránea, dieron comienzo al pausadísimo renacimiento del área de San Felipe al fundar el Restaurante Casco Viejo, su primer imán de turismo y precursor de la Florencia capitalina.
Este mismo concepto en turismo de “Lázaro, levántate y anda” lo podo en mente an por renovacion ina.
primer s quien puso a Pedasi en el mapamundi del turismocomandancia de la Guardia Nacio lo podemos duplicar  en otros parajes istmeños que claman por regeneración.  Un caso en mente es San Lorenzo, hechicero fuerte caribeño de la época renacentista, construido por el italiano Battista Antonelli (1547-1616) sobre una cima donde se visualiza la desembocadura del río Chagres, en la costa abajo de la provincia de Colon.    
¿Cómo procedemos a su regeneración?  Nos aflige el estado patético de su abandono, al escuchar los canticos de gusarapos en sus entrañas, cuevas de culebras y otras alimañas, lodazal con lúgubre tufo, rodeado de bosques.  ¿Cómo darle vida a este paraje tan particular de la época colonial?  Pues bien, me parece que debemos trazar un plan maestro similar a los peldaños de Finet y Athanasiades hace tres décadas, maximizando nuestra aptitud creativa.
Ante todo, me permito sugerir la concesión del fuerte San Lorenzo a un empresario que lo utilice como un excepcional restaurante, obligándole a mantener su personalidad colonial, inclusive ataviando a sus colaboradores con ropajes de la época.  Este singular paraje serviría para celebraciones matrimoniales, fiestas, conciertos musicales y reuniones, resucitando las ruinas y dándole el adecuado mantenimiento, creando de esta manera un verdadero imán de turismo que el área seriamente necesita. Algunos, de seguro, gritaran al cielo ante “tan absurda” recomendación recordándonos que se trata de un sitio histórico, que debe ser respetado como tal.  Mi respuesta es muy sencilla, ante el abandono y la desidia de las autoridades, estas ruinas cada vez resultan más deterioradas y al darles uso, mejoraremos su atractivo.
Complementando el refectorio, en la desembocadura del Rio Chagres, a distancia visible del fortín, se podría concesionar un parque acuático, fascinante centro de recreación masiva, que bien podría llamarse Anayansi, como ningún otro en las Américas, puerto obligatorio de escala de cruceros y a falta de este tipo de facilidades a nivel macro en la república, un excelente sitio para el deleite de nuestros niños y jóvenes, locales y turistas, ofreciéndoles actividades alternas al letárgico galope en centros comerciales durante los fines de semana al cual tantos están sumidos a falta de otras sanas alternativas.
Este es el tipo de dinamismo turístico que exige Colon, que muy a pesar de ser la sede de la segunda zona franca mundial y de nuestro home port atlántico, se encuentra en un estado de fatídico abandono.  La implementación de estos hechizos turísticos mejorarían considerablemente su imagen y serian excelente fuente permanentes de empleos para los ciudadanos de la costa caribeña.      
Dentro de nuestra visión para el pleno desarrollo del turismo istmeño, ubicamos la construcción de una autopista caribeña, desde la frontera de Guna Yala hasta la frontera con Costa Rica, que intercala por varios puntos de conectividad con la actual carretera Interamericana, que también servirá para transportar el progreso a los focos de máxima pobreza extrema nacional.

Por más descabellada que parezca la propuesta, en realidad la autopista se costearía solita como resultado de la revalorización de las tierras circundantes.

El despegue del Caribe panameño no solo permitirá el acceso a las mejores playas del país, sino también al pleno desarrollo económico de la nación panameña, y de paso, al mejoramiento de la calidad de vida de todos los que gozamos del honor de hervir bajo su sol de mediodía.

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