Revista
Competitividad Ejecutiva
Publicación
Oficial de la Asociación Panameña de Ejecutivos de Empresa (APEDE)
Agosto
2013
Escalando el cerro Pechito Parao
Jaime Figueroa Navarro
A
raíz de la conmemoración de los 500 años del avistamiento del Océano Pacífico,
me desplacé en mayo pasado al poblado natal de Vasco Núñez de Balboa, Jerez de
los Caballeros, en la provincia de Extremadura, España; dicté, posteriormente,
una conferencia sobre el ilustre Adelantado del Mar del Sur en un simposio
mundial de patrimonio histórico celebrado en la Universidad de Massachusetts en
Amherst.
El
miércoles 12 de junio fui invitado al lanzamiento de Darién como destino turístico,
actividad formalizada en el auditorio de la Universidad Latina de Panamá con el
auspicio de ese centro de estudios, United States Agency for International
Development (USAID) y el Programa de Desarrollo de Darién (PRODAR) del Despacho
de la Primera Dama. Desconociendo a
ciencia cierta el cronograma de actividades que de seguro adelanta la Autoridad
de Turismo de Panamá, conversamos al finalizar el evento con el empresario
darienita Erasmo de León, regente de Ecotour Darién, surgiendo por iniciativa
propia, para complementar las actividades antes mencionadas, concebir una expedición
para escalar el cerro Pechito Parao, desde cuya cima, Balboa divisa el Mar del
Sur el 25 de septiembre de 1513.
No
fue hasta 1997 cuando el Instituto Panameño de Turismo (IPAT) cosechase
salvoconductos para que algunos aventureros turistas pudiesen visitar la enigmática
región, despreciablemente ignorada por el resto de los panameños, resultado de
estrafalarios mitos tales como que detrás de cada arbol se oculta un
guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) o que seremos
mordidos por una serpiente. Del tamaño
de la isla de Jamaica y con 47,000 pobladores, Darién es la mayor provincia del
istmo con el menor número de habitantes.
Del
19 de junio al 5 de julio del año en curso, 227 jóvenes procedentes de 50
países visitaron Panamá para cumplir la ruta Quetzal, patrocinada por BBVA,
viviendo la pasión por la aventura en el istmo.
Se adentraron en la selva de Darién para seguir los pasos que hace 500
años diera Vasco Núñez de Balboa y tras largas caminatas, travesías por ríos y
escaladas, haciéndole frente a altos niveles de cansancio, alcanzaron a ver desde
la cima del cerro Pechito Parao lo que para entonces fue el descubrimiento del
Mar del Sur.
El
viernes 5 de julio, Don Damián Barceló, propietario del Hotel Meliá Panamá
Canal, agasajó a los jóvenes de la ruta del Quetzal y me invitó al ágape en
Colón donde conversé amenamente con algunos de ellos, llegando a la conclusión de
que hay que hacer que los panameños vayamos intimando los viveros del terruño. Patria es la tierra, la vegetación que la tapiza,
los hombres y mujeres que la habitan. Lo
son por el “ius sanguinis” o por el “ius soli”. Se convierte en virtuosa tarea alcanzar este empeño a través
del ejemplo.
Fue entonces cuando
organicé la expedición que nos llevaría el domingo 21 de julio a la cúspide de
la loma (siendo también, por coincidencia, un domingo hace 500 años que Balboa
logró la proeza). Acompañado de 3 colegas de la Asociación Panameña de
Ejecutivos de Empresas, junto a dos damas, asistidos por el guía Erasmo de
León, heredé la iniciativa como el nuevo Adelantado de este singular grupo de 7
trotaistmos.
Ni las fábulas de las
culebras ni de los insurgentes iban a empañar el espíritu. La decisión estaba tomada, a pesar de decorosas
insinuaciones de contrariedades sanitarias ficticias y hasta de los peligros
del guano de los murciélagos en los bosques al sistema respiratorio. De hecho, una de las características de los darienitas
que más nos llamó la atención es su envidiable estado de salud, apartados de
alimentos chatarra y lejos de ser cocacolizados, ingiriendo jugos de frutas tropicales
y agua de pipa en vez de las gaseosas desbordantes en azúcares, vicio propio de
los obesos ciudadanos del mundo moderno del siglo XXI.
El sábado 20 partimos en
autos 4X4 de ciudad de Panamá a las 8:00 a.m. en un viaje de 4 horas en
carreteras relativamente aceptables hasta llegar a Santa Fé de Darién, poblado
donde almorzamos; posteriormente aprovechamos para visitar al Equipo
Comunitario de Desarrollo Integral Cristiano (ECODIC), fundado por las religiosas
católicas de la orden Maryknoll, que toma plantas del bosque para luego
procesar productos orgánicos como jabones, pomadas, alcohol y tés. Las primeras tres hermanas Maryknoll llegaron
al istmo el 1 de noviembre de 1943. La
noble labor del centro pastoral en Santa Fé asiste en la formación cristiana,
educación ambiental/ecológica y el entrenamiento de promotores de salud. Allí intercambiamos con uno de nuestros
anfitriones, una bolsita de M&M por un cacao, delicioso fruto cuyas habas
tostadas son utilizadas para la confección de chocolates.
De Santa Fé nos
trasladamos en caminos precarios que obligan la pericia de un conductor familiarizado
con el terreno, pasado el poblado de Cucunatí hasta Quebrada Eusebio, jornada
de aproximadamente dos horas hacia el corazón de la selva darienita, donde
pernoctamos bajo una sinfonía de cigarras, uno que otro búho, acompañados de un
sinfín de silbidos selváticos que hicieron de la noche una vivencia arrulladora
y reconfortante.
En la mañana a las 7:30
a.m. iniciamos nuestro selvático recorrido a través de un sendero abreviado, similar
al fangoso camino entre Cucunatí y Quebrada Eusebio. Al iniciar la faena, nuestro guía confeccionó
bastones para cada uno que nos sirvieron de tercer pie, ¡harto útiles! Al adentrarnos en la selva, amparados bajo el
paraguas de los árboles, aunque nunca llovió, escalando el cerro in crescendo topamos un sinnúmero de cadencias,
pajarillos, monos aulladores, mariposas multicolores y toda índole de imágenes
silvestres. Para nuestra sorpresa, la
ausencia de mosquitos u otros cretinos y nocivos insectos, fue bienvenida.
El trayecto es de cuatro
kilómetros y en algunos parajes, sobremanera cercanos a la cumbre, estresantes
por su ángulo ascendente. No obstante, a
las 10:00 a.m. logramos la tan anhelada coyuntura de arribar a la cúspide y matizar
el maravilloso espectáculo que Balboa divisó hace 500 años.
Las palabras son escasas,
no existen, para describir el esplendor del paraje: íntegramente erizado, con
el corazón galopante y un suspiro que surgió de la intensa emoción, recé una
oración que me brotó del alma, agradeciendo al Señor por permitirme el
privilegio de divisar aquel lienzo pincelado por la naturaleza, con algodones
de nubes y el intenso azul del Océano Pacífico de fondo al espesor de la selva
y la zigzagueante desembocadura del Río Congo, que me hizo percibir la euforia
de Balboa, a pesar de que, similar a Cristóbal Colón no vivió lo suficiente
para comprender la magnificencia de su obra.
En términos futbolísticos,
fue un golazo, con cero lesiones y cero faltas.
Algo curioso que engendró el experimento fue el intenso placer del logro
de ideales que nos permitan ser más felices, que es precisamente el lamento de
muchos al encontrarse en el lecho de muerte.
La felicidad es una opción selectiva.
Algunos permanecemos amarrados a viejos hábitos y moldes en lugar de gestionar
fantásticas experiencias.
El confort de la
familiaridad sobrepasa nuestras emociones y vidas físicas. El temor al cambio, nos hace pretender hacia
los demás y nosotros mismos, que somos felices cuando muy íntimamente anhelamos
explorar parajes desconocidos, reír a carcajadas y gozar de candores
nuevamente. Y eso, muy cerquita de
nuestra ciudad, dentro de este mágico istmo, lo volvimos a saborear arraigadamente
durante este celestial fin de semana. ¡Indigentes
las almas, que estando tan cercanas a nirvana, no gozan las generosidades de
nuestra tierra!
Pasamos ahora la batuta
a las autoridades, entre otras ANAM, INAC, PRODEC y ATP, para el productivo
desarrollo permanente del sendero de Balboa, comprendiendo los 4 kilómetros
desde Quebrada Eusebio hasta la cima del Pechito Parao, como trocha turística
permanente que permita a sus visitantes, locales y foráneos, el panorama de
este fastuoso teatro vibrante en esplendor ecológico, único en el universo, que
impactó la historia del comercio mundial ubicando al istmo de Panamá en el
altar estratégico que perdura y se enaltece con el paso de los siglos.
Esta urgente tarea
solemnizaría la historia nacional, perfeccionada por la excavación del canal
cuatro siglos más tarde y el gran gozo que debemos abrigar de haber nacido en
Panamá, para que al visitar el histórico Pechito Parao oigamos en lo íntimo del
corazón la estrofa del laureado compatriota Gaspar Octavio Hernández en su Alma Patria, publicada el 3 de noviembre
de 1917: “Y volveré a sentir en mis
entrañas el rumor de tus líricos palmares, y aspiraré el aliento de tus mares,
y aspiraré el olor de tus montañas”.
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