viernes, 25 de octubre de 2013

Concord


Revista Vivir Más
Diario La Prensa
27 de octubre 2013

Concord:
El primer tiro escuchado alrededor del mundo
Jaime Figueroa Navarro

Hace más lunas de las que quisiera contar, a mis tiernos doce abriles, aterricé en Massachusetts para emprender mis estudios en Assumption Preparatory School, bastión del catolicismo de Nueva Inglaterra asentado en Worcester, después de Boston, segunda ciudad, harto industrial, más anidada del Commonwealth (técnicamente, riqueza compartida, término tradicional Inglés para denominar una unidad política fundada para el bien común, uno de los cuatro estados de la unión americana adoptando esta designación, siendo los otros Kentucky, Pennsylvania y Virginia).

En aquellos tiempos y lugares, la historia jugaba un papel más preponderante en la preparación del individuo, dentro de aquellos vetustos edificios otoñales de ladrillos rojos recubiertos por hiedras.  Los mapas, publicados por Rand McNally, eran presentados en juegos por época, plastificados en conjuntos sobrepuestos sobre extensos atriles que exhibían desde la evolución del imperio romano hasta las grandes batallas de la segunda guerra mundial, dentro de amplios salones de clases cuyo frente era dominado por espaciosos tableros negros con tizas blancas (posteriormente disponibles en colores) y al levantar la mirada, épicos y precisos relojes fabricados por IBM.

Galantemente ataviados en saco y corbata, tanto profesores como alumnos, daban el toque final al atuendo con el lustre diario de calzados y el apodo de “Mr.”, “Father”, o “Dr.” anterior al apellido del interlocutor.  Fue así como los historiadores  Robert F. Flagg, hosco, disciplinado y solterón capitán de infantería de marina retirado, el Dr. Donald R. LaBrie, con quien entablé mi primer debate aun fresca en la memoria la gesta del 9 de enero de 1964, sobre el colonialismo norteamericano en Panamá llegando a la conclusión, anterior al golpe de estado de 1968, que el Canal Zone era en efecto más socialista que las republicas soviéticas, tema tabú en aquellos tiempos de la guerra por Vietnam, Martin Luther King y los Beatles, y por último, Robert J. Cormier, atlético entrenador de corredores y pista & campo, un verdadero Yankee de esos que los sureños repugnaban, catedrático en historia de Estados Unidos, nos narraban y exponían los acontecimientos pasados permitiéndonos cuestionar con sesudos argumentos la veracidad de los mismos, a diferencia de martillar hechos y fechas para aprenderlos de memoria.

Fue entonces que aprendí que Concord era más que un fruto derivado del cultivar Vitis Iabrusca, uvas de mesa utilizadas para la confección de jaleas y jugos.  Su nombre procede de la vid perfeccionada por Ephraim Wales Bull, como la uva perfecta, en el poblado de Concord, Massachusetts en 1849, año del descubrimiento del oro en California, germinando paralelamente un renacimiento económico en Panamá, resultado de su distinción como ruta preferida desde la costa este de Estados Unidos.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          
Concord es un poblado inmerso en la historia del mosquete y la pluma, esfera de origen de la guerra de independencia Americana.  La batalla de Lexington y Concord avivó la génesis de una nación basada en una novel filosofía de gobierno, en plena época monárquica, expuesta tajantemente en su Declaración de Independencia: “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.”  Paralelamente fecundo en las letras, con autores de la talla de Ralph Waldo Emerson, Nathaniel Hawthorne y Henry David Thoreau, tronco de un efecto dominó súbitamente duplicado por la toma de la Bastilla en Francia, sirviendo de umbral a la democracia moderna.

Aun viviendo inconmensurable cerca, nunca le había visitado.  No fue hasta mayo, posterior a dictar una conferencia sobre Balboa en la Universidad de Massachusetts en Amherst, gozando de un fin de semana entre cónclaves, que opté por descubrirle, reservando una habitación en el hotel Concord Colonial Inn, que data de 1617, ubicado en la histórica plaza Monument en su corazón municipal, donde cruje la madera al pisotear sus zaguanes y huele a historia, comodísima opción charmant a sus contrincantes, encajetados hoteles de cadena en Boston, a escasas 20 millas, este hotelito no hace más que reflejar carácter y personalidad en meticulosos detalles como una cesta repleta de lustrosas y jugosas duras manzanas sobre el   pupitre de la recepción, gratuito regalo a sus huéspedes, optando por llevarme dos, rememorando, inspirado por la historia, la fábula de la ley de gravitación universal de Newton.

Caminar las abreviadas calles de Concord, invitan a la reflexión.   A solo una cuadra y media del hotel, se encuentra un pequeño cementerio, South Burying Place, hogar a casi 300 lapidas, la más antigua datando de 1697, cuya personalidad se refleja en la excelencia de sus leyendas “momento mori”.  Encontramos, por ejemplo, en la parte sur del cementerio un obelisco que cuenta la historia de John Hosmer, su esposa María y su familia: “A pesar de portar armas en la Batalla de Concord y servir como soldado en la Guerra de Independencia, fue en su vida posterior un hombre de paz”.  Mary Hosmer, su esposa, “asistió a su marido y compartió con el su amor y veneración por diez hijos”.  Pacifico devenir ¡sin duda alguna!  De esa misma manera, Sleepy Hollow y Old Hill Burying Ground, sus otros cementerios, reflejan un sereno testimonio de los hilos de su historia literaria, social y política, como orgulloso legado tejiendo una silenciosa apostilla de interés local, nacional e internacional.

Concord, que significa acuerdo y armonía, fue incorporada como la primera comunidad tierra adentro de Massachusetts el 12 de septiembre de 1635.  Como escenario de la primera batalla de la guerra por la independencia de Estados Unidos, es considerada cuna de la nación.  De rigor, se hace necesario entonces la visita a su Minute Man National Historical Park.
  
Los hombres minutos eran miembros de milicias coloniales  bien adiestradas durante la guerra de la revolución americana, proporcionando un cuerpo de movilidad ágil para responder inmediatamente a las amenazas británicas, de allí su nombre.  La figura central del parque es la estatua del Minute Man, comisionada a Daniel Chester French para conmemorar el centenario de la revolución americana en 1876.  La estatua exhibe un campesino convertido en soldado, abandonando su arado, levantando su rifle y marchando valientemente hacia la batalla.  A mi parecer, nada refleja mejor el indómito deseo de libertad americana que esta imponente escultura al lado del Viejo Puente Norte en el parque donde desborda la imaginación reviviendo las batallas que sellaron el epigrama de la historia. 
Concord, genuino reflejo de patriotismo y nostalgia, va más allá que la Estatua de la Libertad en reflejar americana, una referencia a artefactos, o colección de artefactos, relacionados a la historia, geografía folclor y patrimonio cultural de los Estados Unidos de América.  Visitarle, conocerle e intimarle ennoblece el alma y enriquece el espíritu.

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