Diario Panamá América
28 de
abril 2014
Hechos,
no Palabras
Jaime
Figueroa Navarro
Creo
que todos coincidimos que la campaña política ha sido larga y desgastante
particularmente tropical y nociva hacia todos aquellos que han tenido las
agallas de nominarse para puestos de elección popular. De las gavetas del baúl de los recuerdos han
emanado alegaciones de toda índole embarrando, con razón o sin ella, a los
candidatos a diestra y siniestra.
Madurar
como país conlleva un cambio en la forma de conducir lo que mal llamamos “la
política”, que en muchos casos eleva a puestos de elección popular a personajes
obscuros que no se identifican con el alma del terruño ni cantan el Alcanzamos por fin la victoria con
pasión ni la vocación de servir a la Patria ni al conjunto de sus
ciudadanos.
El
proceso de selección, de ubicar el gancho de aprobación tras el nombre de una
persona, debe ser íntimo y analítico. El
ciudadano debe seleccionar aquel candidato que mejor represente los intereses
de la nación, tomando muy en cuenta su honra, reputación y capacidades. Punto.
Nada más ni nada menos. Un
Presidente de la República, un Diputado, un Alcalde y un Representante, son en
unísono el reflejo de la voluntad de un pueblo.
Y muchas veces los pueblos no votan inteligentemente.
Entra
el istmo en un capitulo determinante, tras una ola de continuado progreso reflejado en cambios
extraordinarios desde el albor del siglo, in
crescendo, que ha mariposeado al gusano, transformando la aldea capitalina
hacia espejos con destellos de ciudad de primer mundo. Para llegar a ese hito, hace falta incorporar
a todos los hijos de la nación en el sueño istmeño.
Examinemos
ejemplos donde debemos verlos: El
rotundo éxito de Estados Unidos se debe a la laboriosidad de sus ciudadanos. En un país donde el nivel de pobreza equivale
a un ingreso, para una familia de dos, de $15,730 anuales y donde el Presidente
impulsa vigorosamente legislación que eleve el salario mínimo federal por
encima de los $10 por hora, notamos un desarrollo colectivo que por un lado
elimina la necesidad de subsidios, entiéndase gasto publico pernicioso, y por
el otro, al contar los trabajadores con mayores ingresos para cubrir sus
necesidades básicas, crean mayor demanda
estimulando a la economía a contratar un mayor numero de empleados. ¡Clarito lo tienen los gringos!
El
desarrollo de nuestro sistema de transporte, clave en el devenir de una nación,
ha sido lento pero firme. Pareciera que
solamente ayer circulábamos en diablos rojos, con una flota de taxis multicolores,
piratas o no, en su mayoría sin aire acondicionados, sobre caricaturas de
carreteras. El crecimiento del sistema
logístico istmeño no deja de seducir a locales y extraños. Contamos con los puertos marítimos más
modernos del continente. Tocumen, a
pasos agigantados, se convierte en el aeropuerto más flamante de Latinoamérica. La expansión y mejoramiento de la red de
carreteras nacionales prosigue sin tregua.
Y nadie se ha quejado del Metro de Panamá. Continúa siendo un desafío, aunque aliviado
por la tesonera labor del Ministerio de Obras Publicas, el conducir en nuestra
capital, tal y como es en todas las
grandes urbes del mundo.
El
mayor reto para el desarrollo de Panamá es la inclusión, en un país que se
jacta vergonzosamente de una ciclópea disparidad entre
los ricos y los pobres, de todos sus ciudadanos en compartir el pastel. Es por ello que nuestro voto pesa aun más en
la selección de los candidatos a puestos de elección popular. Mejorando la calidad de vida de todos
incrementamos la riqueza istmeña. Soy un
fiel creyente que contamos con las herramientas para convertirnos no en un país
del primer mundo sino en el mejor país del mundo.
La
expansión del canal de Panamá y toda la maraña logística involucrada en el
manejo y servicio a embarcaciones hercúleas, algo novel en nuestra oferta
marítima, sin lugar a duda elimina el mal sabor de los $1.9 millones anuales
que percibíamos como migaja colonialista hace muy poco. El aprovechamiento máximo de esta
oportunidad única recae en los sabios lineamientos del gobierno entrante y la
legislación requerida para estimular su desarrollo.
Apuesto
por educación en la inclusión de todos.
Que una mayor parte de esa riqueza agregada sea dedicada al desarrollo
humano en centros educativos de primer mundo, construyendo salones y escuelas
que reflejen lo mejor de lo nuestro y que cuenten con maestros y profesoras continuamente
perfeccionados a través de entrenamientos en las ultimas tendencias
mundiales. Que los estudiantes
panameños, de ciudad y provincias, al graduarse posean fluidez en idiomas y
tecnología, preparados para mejorar la oferta laboral y sus propios
futuros. Seres pensantes que desarrollen
sus propias teorías, que estudien no para conseguir un buen empleo sino para
iniciar sus propios emprendimientos. Es
ese el Panamá que deseo y creo que estoy clarito por quien votar. ¿Y usted?
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