Diario Panamá América
15 de
noviembre 2014
Al
Extremo Menguante del Arcoíris Colonial
Jaime Figueroa Navarro
Si
fuésemos a bosquejar una imagen que iluminase la mente del vidente sobre el capitulo
colonial istmeño, al germinar sobresaldría el destello del casco de Balboa
apuntando hacia el Mar del Sur desde el cerro Pechito Parao en el remoto Darién
y al occidente la muy noble y antigua ciudad de Natá, la de los Caballeros.
Y es
que Natá vivamente irradia en su seno, más que cualquier otro paraje de la Castilla
del Oro, el ímpetu de esos tres largos siglos: conquista, feudo y catequización.
Conquista porque eran estos los batallados dominios del cacique Natá. Feudo porque arraiga desde sus inicios el
granero de la república. Catequización
por no solo ser la más antigua ciudad en su mismo sitio de todo el pacífico de
América, sino por servir como cobijo en sus entrañas a la más antigua iglesia en pié del
continente americano. Por esta síntesis,
está aclamada a ser destino de culto.
Hoy,
bajo el radiante sol de mediodía coclesano de Natá de los Caballeros, evocamos un
glorioso episodio de nuestra historia.
Posterior al grito de La Villa de los Santos del 10 de noviembre de
1821, el natariego Francisco Gómez Miró de Lara proclama aquí la independencia
el 15 de noviembre, convirtiéndose Natá en la primera ciudad, que con efecto de
polvorín y resultado del inalienable patriotismo y el exuberante verbo de Gómez
Miró, expande el fervor independista a lo largo de provincias, eventualmente
consagrando la declaración de nuestra independencia de España el 28 de
noviembre de 1821 en Ciudad de Panamá.
Es
aquí, en la muy noble y antigua ciudad de Natá, la de los Caballeros, como así
se denomina al pueblo de Balboa, el de Jerez de los Caballeros en la
Extremadura ibérica de aquellos hombres rudos que conquistaron América. Se sitúa aquí el
final del camino de estrellas, como la ciudad de Santiago, la de Compostela, la
del campo de estelas, también final del camino de los peregrinos.
Cuentan
las leyendas que el arcoíris, el camino del dios Odín, la calzada que
comunicaba a los dioses con los humanos, nacía de una vasija mágica. Todos
sabemos que esta hermosa tierra, con los caños, fue sepulcro de caciques, que
se enterraban entre oros y vasijas de barro, vasijas mágicas, por eso el arcoíris
zanjaba en las tierras de Natá y los españoles buscando su origen hasta allí
llegaron.
Con
su glorioso pasado en mente, hoy realzamos el nexo de Natá de los Caballeros y el apóstol Santiago, como aparece en su
plaza, estatua obra del famoso escultor español Don Luis Martín de Vidales,
gentil aporte de la Fundación Castilla del Oro, obsesionada en convertir a Natá
en destino turístico religioso.
De turismo religioso, amén de todas las antes mencionadas
virtudes, trata el Camino de Santiago de Panamá, entre Portobelo y Natá, el más antiguo en el
continente, utilizado ininterrumpidamente desde el siglo XVI.
Es por ello que venimos bosquejando con la curia y bajo
la diligente tutela de Monseñor Ulloa,
como espejo de lo trazado en la Declaración de Panamá del I Congreso de la
Pastoral de Turismo de septiembre 2014, la emancipación de un pasaporte
elaborado específicamente para el desempeño de un fluido turismo al corazón del
país.
El valluno poblado de Buga en la hermana república de
Colombia acoge más de tres millones de visitantes anuales a su Basílica del
Cristo de los Milagros. ¡Que nos sirva
de ejemplo de un turismo religioso bien concebido!
La Fundación Natá de los Caballeros Siglo XXI, en su
fecunda labor de una docena de años, reluce que Natá tiene que sacarle partido a su plaza como Ciudad Colonial y por
ello estamos aquí, para juntos esculpir un futuro cónsono con su glorioso
pasado, desenvolviendo un plan maestro que evoque su magia y que fomente el
progreso de este valioso y hasta ahora olvidado paraje, repartiendo, como hizo
Jesús en la multiplicación de los panes, la riqueza de su turismo hacia toda la
comunidad, afín de su armónico desarrollo.
Para que de esa forma, todos los visitantes, locales y extranjeros ¡saboreen
el extremo menguante de su arcoíris colonial!
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