miércoles, 12 de noviembre de 2014

Al Extremo Menguante del Arcoíris Colonial

Diario Panamá América
15 de noviembre 2014

Al Extremo Menguante del Arcoíris Colonial
Jaime Figueroa Navarro

Si fuésemos a bosquejar una imagen que iluminase la mente del vidente sobre el capitulo colonial istmeño, al germinar sobresaldría el destello del casco de Balboa apuntando hacia el Mar del Sur desde el cerro Pechito Parao en el remoto Darién y al occidente la muy noble y antigua ciudad de Natá, la de los Caballeros.

Y es que Natá vivamente irradia en su seno, más que cualquier otro paraje de la Castilla del Oro, el ímpetu de esos tres largos siglos: conquista, feudo y catequización. Conquista porque eran estos los batallados dominios del cacique Natá.  Feudo porque arraiga desde sus inicios el granero de la república.  Catequización por no solo ser la más antigua ciudad en su mismo sitio de todo el pacífico de América, sino por servir como cobijo en  sus entrañas a la más antigua iglesia en pié del continente americano.  Por esta síntesis, está aclamada a ser destino de culto.

Hoy, bajo el radiante sol de mediodía coclesano de Natá de los Caballeros, evocamos un glorioso episodio de nuestra historia.  Posterior al grito de La Villa de los Santos del 10 de noviembre de 1821, el natariego Francisco Gómez Miró de Lara proclama aquí la independencia el 15 de noviembre, convirtiéndose Natá en la primera ciudad, que con efecto de polvorín y resultado del inalienable patriotismo y el exuberante verbo de Gómez Miró, expande el fervor independista a lo largo de provincias, eventualmente consagrando la declaración de nuestra independencia de España el 28 de noviembre de 1821 en Ciudad de Panamá.  

Es aquí, en la muy noble y antigua ciudad de Natá, la de los Caballeros, como así se denomina al pueblo de Balboa, el de Jerez de los Caballeros en la Extremadura ibérica de aquellos hombres rudos que conquistaron América.  Se sitúa aquí el final del camino de estrellas, como la ciudad de Santiago, la de Compostela, la del campo de estelas, también final del camino de los peregrinos.

Cuentan las leyendas que el arcoíris, el camino del dios Odín, la calzada que comunicaba a los dioses con los humanos, nacía de una vasija mágica. Todos sabemos que esta hermosa tierra, con los caños, fue sepulcro de caciques, que se enterraban entre oros y vasijas de barro, vasijas mágicas, por eso el arcoíris zanjaba en las tierras de Natá y los españoles buscando su origen hasta allí llegaron.

Con su glorioso pasado en mente, hoy realzamos el nexo de Natá de los Caballeros y el apóstol Santiago, como aparece en su plaza, estatua obra del famoso escultor español Don Luis Martín de Vidales, gentil aporte de la Fundación Castilla del Oro, obsesionada en convertir a Natá en destino turístico religioso.

De turismo religioso, amén de todas las antes mencionadas virtudes, trata el Camino de Santiago de Panamá,  entre Portobelo y Natá, el más antiguo en el continente, utilizado ininterrumpidamente desde el siglo XVI. 

Es por ello que venimos bosquejando con la curia y bajo la diligente  tutela de Monseñor Ulloa, como espejo de lo trazado en la Declaración de Panamá del I Congreso de la Pastoral de Turismo de septiembre 2014, la emancipación de un pasaporte elaborado específicamente para el desempeño de un fluido turismo al corazón del país.

El valluno poblado de Buga en la hermana república de Colombia acoge más de tres millones de visitantes anuales a su Basílica del Cristo de los Milagros.  ¡Que nos sirva de ejemplo de un turismo religioso bien concebido!  

La Fundación Natá de los Caballeros Siglo XXI, en su fecunda labor de una docena de años, reluce que Natá tiene que sacarle partido a su plaza como Ciudad Colonial y por ello estamos aquí, para juntos esculpir un futuro cónsono con su glorioso pasado, desenvolviendo un plan maestro que evoque su magia y que fomente el progreso de este valioso y hasta ahora olvidado paraje, repartiendo, como hizo Jesús en la multiplicación de los panes, la riqueza de su turismo hacia toda la comunidad, afín de su armónico desarrollo.  Para que de esa forma, todos los visitantes, locales y extranjeros ¡saboreen el extremo menguante de su arcoíris colonial!       


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