Diario Panamá América
14 de
febrero 2015
Desacertada
Pronunciación
Jaime
Figueroa Navarro
A partir
de mi inmersión a mediados de la década de los sesenta al sistema escolar
norteño, en una ciclópea escuela preparatoria católica sobre una vasta loma del
sector de Greendale en Worcester, septentrional urbe industrial de
Massachusetts con vetustos edificios en base a ladrillos recubiertos de hiedra,
donde balbucee por vez primera sofisticados adjetivos anglosajones y amparaba
todas mis pertenencias en un enorme baúl negro a llave con gavetas y colgadero,
sufrí la humillación de la tosquedad gringa en la pronunciación incorrecta de
mi apellido paterno.
Con una
docena de años a cuestas, bien veraneados en grata armonía con la naturaleza en
Chepo donde su vivaracha gente era bonachona y nos deteníamos al camino cuando
una soñolienta boa disponía rebasar el sendero de arena y cascajo, porque no se
le podía denominar aun carretera, nunca conocí a nadie, por menos educado o más
ignorante que fuese, de cuyos labios fluyese dificultad alguna en la pronunciación
de mi apellido. Es cierto, muchos
eliminaban al escribirle la “u”, convirtiéndome en Figeroa, que es la correcta
pronunciación en castellano, desatendiendo el por qué los extremeños en España
le intercalaron una “u” hasta visitar el pueblo natal de Balboa, Jerez de los
Caballeros, donde su Cronista Oficial, Dr. Feliciano Correa, curiosamente me
narró que nuestro escudo de armas familiar, originario de aquella localidad,
consta de cinco hojas de higos, por ende proviene de una higuera, y de allí
Higueroa, a la cual se le reemplazó la “h” por la “f” por gajes del oficio en
la época medieval.
Al
inicio de cada periodo escolar norteño, desacertados pedagogos anglosajones
leían a pulmón el listado alfabético de sus estudiantes desde una ancha hoja de
computo, escudriñando de reojo a cada uno de los alumnos para tratar de
establecer una relación entre su apellido y su rostro. Al acercarse a la “f”
sonreía desde lejos al ver que mis profesores sacaban la lengua, así como al
borde del vomito, supongo yo que al tratar de pronunciar mi apellido. Es cierto, en aquellos tiempos en Nueva
Inglaterra, la población hispana era de contar a dedos mientras que ahora se
pueden fácilmente adquirir plátanos, yucas y pupusas en sus muy dispersas
abarroterías, facilitando la pronunciación de apellidos en un periodo de franca
latinización de Estados Unidos.
Levantaba
la mano y saludaba desde lejos al profesor con una traviesa sonrisa, al
tartamudear este algo así como “Yeimi Figuraro” prometiendo explicarle la
pronunciación correcta de mi nombre al terminar la clase. Esta escena me la tuve que aguantar y
disfrutar por más de una década en diversas geografías del sistema secundario y
universitario estadounidense.
Todo
esto lo traigo a colación porque me encuentro de visita en “El Pueblo de Nuestra
Señora la Reina de los Ángeles del Río de Porciúncula” tal como denominará a la
segunda ciudad más populosa de Estados Unidos el Gobernador Español Felipe de
Neve, el 4 de septiembre de 1781, en la fecha de su fundación. Craso error de mis padres no enviarme a
estudiar aquí, donde todos pronuncian a perfección mi apellido, por ser ese el
nombre de la avenida más extensa de la ciudad de Los Ángeles, California.
Me place tanto esta circunstancia que no tuve otro
remedio que reservar una amplia habitación en el 939 South Figueroa Street, en
el Hotel Figueroa, a cuyo gerente escribí una simpática misiva expresando mi
interés en adquirir las batas, toallas, vasos, ceniceros y otros enseres con el
nombre del predio estampado, para adornar mi residencia bellavistina. Que sorpresa su respuesta, anunciándome que
ya me tenia preparado un morral sin mayores detalles sobre su costo, que barato
no será a menos que sea, como debe ser, fina cortesía de la casa.
Marco Polo desde muy joven, intimando cuarenta y dos
estados de la Nación, siempre he sido de la opinión que la mejor manera de
conocer un sitio, es a través de uno de sus moradores. Es por ello, que curioseando la maravilla del
Facebook, ubiqué un compañero de esa preparatoria en Nueva Inglaterra donde nos
graduamos en 1970. Randy Franciose, de
sangre italiana oriundo del pueblito de Barre, Massachusetts, nos recibe en su
residencia en Santa Bárbara, suburbio de Los Ángeles donde brillantemente huyéndole
a la nieve, vive desde hace décadas en compañía de su afable esposa Nancy,
enterándome ayer de otra muy poderosa razón por la cual el apellido Figueroa se
pronuncia a gusto en el sur de California, al visitar la cervecería que lleva
nuestro nombre, inmediatamente apoderándome en su tienda de gorros, camisetas y
jarros como recuerdos de este deleitable viaje ¡olvidando así para siempre los
sinsabores del siglo pasado de una tan desacertada pronunciación!
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