miércoles, 11 de febrero de 2015

Desacertada Pronunciación

Diario Panamá América
14 de febrero 2015

Desacertada Pronunciación
Jaime Figueroa Navarro

A partir de mi inmersión a mediados de la década de los sesenta al sistema escolar norteño, en una ciclópea escuela preparatoria católica sobre una vasta loma del sector de Greendale en Worcester, septentrional urbe industrial de Massachusetts con vetustos edificios en base a ladrillos recubiertos de hiedra, donde balbucee por vez primera sofisticados adjetivos anglosajones y amparaba todas mis pertenencias en un enorme baúl negro a llave con gavetas y colgadero, sufrí la humillación de la tosquedad gringa en la pronunciación incorrecta de mi apellido paterno. 

Con una docena de años a cuestas, bien veraneados en grata armonía con la naturaleza en Chepo donde su vivaracha gente era bonachona y nos deteníamos al camino cuando una soñolienta boa disponía rebasar el sendero de arena y cascajo, porque no se le podía denominar aun carretera, nunca conocí a nadie, por menos educado o más ignorante que fuese, de cuyos labios fluyese dificultad alguna en la pronunciación de mi apellido.  Es cierto, muchos eliminaban al escribirle la “u”, convirtiéndome en Figeroa, que es la correcta pronunciación en castellano, desatendiendo el por qué los extremeños en España le intercalaron una “u” hasta visitar el pueblo natal de Balboa, Jerez de los Caballeros, donde su Cronista Oficial, Dr. Feliciano Correa, curiosamente me narró que nuestro escudo de armas familiar, originario de aquella localidad, consta de cinco hojas de higos, por ende proviene de una higuera, y de allí Higueroa, a la cual se le reemplazó la “h” por la “f” por gajes del oficio en la época medieval. 

Al inicio de cada periodo escolar norteño, desacertados pedagogos anglosajones leían a pulmón el listado alfabético de sus estudiantes desde una ancha hoja de computo, escudriñando de reojo a cada uno de los alumnos para tratar de establecer una relación entre su apellido y su rostro. Al acercarse a la “f” sonreía desde lejos al ver que mis profesores sacaban la lengua, así como al borde del vomito, supongo yo que al tratar de pronunciar mi apellido.  Es cierto, en aquellos tiempos en Nueva Inglaterra, la población hispana era de contar a dedos mientras que ahora se pueden fácilmente adquirir plátanos, yucas y pupusas en sus muy dispersas abarroterías, facilitando la pronunciación de apellidos en un periodo de franca latinización de Estados Unidos. 

Levantaba la mano y saludaba desde lejos al profesor con una traviesa sonrisa, al tartamudear este algo así como “Yeimi Figuraro” prometiendo explicarle la pronunciación correcta de mi nombre al terminar la clase.  Esta escena me la tuve que aguantar y disfrutar por más de una década en diversas geografías del sistema secundario y universitario estadounidense. 

Todo esto lo traigo a colación porque me encuentro de visita en  “El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río de Porciúncula” tal como denominará a la segunda ciudad más populosa de Estados Unidos el Gobernador Español Felipe de Neve, el 4 de septiembre de 1781, en la fecha de su fundación.  Craso error de mis padres no enviarme a estudiar aquí, donde todos pronuncian a perfección mi apellido, por ser ese el nombre de la avenida más extensa de la ciudad de Los Ángeles, California. 

Me place tanto esta circunstancia que no tuve otro remedio que reservar una amplia habitación en el 939 South Figueroa Street, en el Hotel Figueroa, a cuyo gerente escribí una simpática misiva expresando mi interés en adquirir las batas, toallas, vasos, ceniceros y otros enseres con el nombre del predio estampado, para adornar mi residencia bellavistina.  Que sorpresa su respuesta, anunciándome que ya me tenia preparado un morral sin mayores detalles sobre su costo, que barato no será a menos que sea, como debe ser, fina cortesía de la casa.


Marco Polo desde muy joven, intimando cuarenta y dos estados de la Nación, siempre he sido de la opinión que la mejor manera de conocer un sitio, es a través de uno de sus moradores.  Es por ello, que curioseando la maravilla del Facebook, ubiqué un compañero de esa preparatoria en Nueva Inglaterra donde nos graduamos en 1970.  Randy Franciose, de sangre italiana oriundo del pueblito de Barre, Massachusetts, nos recibe en su residencia en Santa Bárbara, suburbio de Los Ángeles donde brillantemente huyéndole a la nieve, vive desde hace décadas en compañía de su afable esposa Nancy, enterándome ayer de otra muy poderosa razón por la cual el apellido Figueroa se pronuncia a gusto en el sur de California, al visitar la cervecería que lleva nuestro nombre, inmediatamente apoderándome en su tienda de gorros, camisetas y jarros como recuerdos de este deleitable viaje ¡olvidando así para siempre los sinsabores del siglo pasado de una tan desacertada pronunciación!          

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