Diario Panamá América
28 de noviembre 2015
Acción de Gracias
Jaime Figueroa Navarro
Este año no asé mi pavo, en su lugar le recogí en la cafetería del
supermercado Riba Smith, junto con una lata de arándanos gelatinados. Thanksgiving
sin pavo es como un día sin sol. La tradición data de 1621 cuando en Plymouth,
Massachusetts se hizo una pausa como agradecimiento por una buena cosecha.
Es el único feriado en Estados Unidos el ultimo jueves del mes de noviembre
que incluye un viernes puente, razón que permite en su enorme geografía que las
familias se puedan reunir, siendo por ende la jornada anterior el día de mayor
trafico aéreo del año.
Dada la influencia americana en Panamá, de casi un siglo, obviamente
celebramos ese día al igual que ellos gozaban de las mojaderas de nuestro
carnaval. En 1965, a los 12 años,
cursando estudios de preparatoria en Worcester, Massachusetts, me convidó mi
compañero Joe Lemire a la celebración.
Su enorme casa (eran siete hermanos, por ende se asaban dos pavos)
estaba en una loma con una amplísima vereda.
No fue gratis la ovípara comida, para activar el apetito acompañamos a una
docena de obreros a recoger las hojas que caen de los arboles cada otoño amontonándose como una alfombra natural. Y me di cuenta de que, entre la gente con la
que laboramos en esa frígida mañana, el rango de inteligencias era igual que si
estuviera en la universidad. Había estúpidos y gente brillante. Me hizo
comprender cómo la suerte y el accidente del nacimiento determinan lo que es de
ti.
En lugar del quejido cotidiano siempre doy gracias por la vida, por la
oportunidad de compartir, por el tiempo que se nos cede, porque justo cuando le
tomas el gustito, tienes que decir ciao. El conjunto de casualidades, las canas o
perdida de cabellos, el reuma, el dolorcito aquí y allá, nos recuerdan la
fragilidad de la vida. Esa bala viene
hacia ti tarde o temprano, no hay manera de esquivarla. Entonces respira profundo, aprovecha y
agradece el don de vivir.
Estoy muy enamorado de mi mujer, y eso es una gran fuente de felicidad. Abrazarle
todas las mañanas y susurrarle al oído un “te quiero”. Trabajar es una felicidad. Escribir a solas durante
el día manipulando los pensamientos como si fuesen un crucigrama. La amistad, andar, asistir al gimnasio. Por
primera vez en mi vida, poseo un perro. Chloe es una fuente de felicidad y de
interés absoluto. Ah, y otra fuente de placer es convertirme en abuelo, no una
sino dos veces y acompañar a mi queridísima madre noventona a almorzar con la
sobremesa de un trocito de chocolate amargo, disque para la salud.
Tengo mucho que agradecer, este año.
Mi periplo de conferencias sobre temas de turismo istmeño e inversiones
en Panamá me llevó a Europa, donde sobreviví
Paris, gozando el terrible vicio que adquirí en Amboise en 1968,
deleitándome en una patisserie con golosos eclairs de chocolate con crema.
También visité el otro Estados Unidos, California, desde Napa a San
Diego, de Los Angeles a Santa Barbara y de aceituna al Martini, San Francisco y
Silicon Valley. Sudamérica y Nueva York,
donde descubrí tras innumerables viajes,
el mejor restaurante de bolas de carne del mundo en Soho.
En Santa Fe de Bogotá me reuní con Benjamín Villegas, presidente de la más
prestigiosa editorial de tomos de turismo en las américas quien me honra como
el guía en la escritura y fotografía de mi primer libro Fantastic Panama, una odisea en castellano e inglés que aplaude lo
que el diario The New York Times describe como “vergüenza de esplendor
tropical”. Doce rutas, desde el camino
de Balboa al Pacifico, pasando por el ampliado canal y las rutas del ron y el
café, hasta lo que se denomina el “Dubái de las Américas”, la capital istmeña.
Tanto que agradecer. La joie de vivre. No me quejo del tranque, sinónimo de
progreso. Ni de la lluvia, existen
tantos desiertos como gente solitaria y triste que no respiran profundo y se
deleitan con el trinar de los pajaritos.
¡Gracias, muchas gracias!
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