Diario
Panamá América
5 de diciembre 2015
Vergüenza
de Belleza Natural
Jaime
Figueroa Navarro
Durante
mi ciclo de conferencias POR QUÉ PANAMÁ, que señorean los magnetos al turismo
istmeño en ultramar, convengo en utilizar descripciones de destacadas fuentes
que realzan nuestro esplendor para de esa forma evitar una vanagloria propia,
ofreciendo harta credibilidad a nuestras afirmaciones.
Es así
como al introducir nuestro verdor, que no quepa la menor duda es nuestro mayor
atractivo, esgrimo una enérgica frase del diario The New York Times, que
nos retrata como “an embarrassment of
natural beauty” (vergüenza de belleza natural), genial enunciado con la
utilización de la habitualmente negativa palabra “vergüenza” para resaltar lo que se admira a través de la ventanilla
durante el descenso desde una aeronave al topar el istmo de Panamá, ese
fulgurante verdor poco frecuente en otras latitudes, que se admira plenamente
durante la época del florecimiento de los guayacanes, pecas amarillas adornando
la mayor muestra de vigorosidad de la naturaleza, saludable pulmón del mundo.
Aprovechando
la convergencia de cerca de dos centenares de presidentes mundiales en París, a
dos semanas de los atentados del 13N, donde la atrevida Francia, fiel a su
sello único, ha originado una robusta cachetada al terrorismo negándose a
cancelar la cita mundial de mayor urgencia para la sobrevivencia del planeta,
nos lleva a un análisis profundo de lo que es y debe ser Panamá como el máximo
museo de la vergüenza de belleza natural en el mundo del siglo XXI.
Lo que
se discute en París es el calentamiento global. COP21 escudriña un nuevo acuerdo que reemplace el protocolo de Kioto
(1997) para reducir las emisiones de CO2 y evitar que el calentamiento global
supere los 2 grados centígrados hasta finales del siglo. Es tan dramático el tema que el Papa
Francisco declaró que el mundo está al borde de un suicidio a causa del cambio
climático. Percibimos con espanto como
las mayores ciudades de China y la no tan lejana capital azteca se encuentran
cubiertas de una densa amarillenta neblina de fermentada polución donde sus
habitantes en repetidas ocasiones portan mascarillas para no inhalar
directamente el empobrecido aire que representa el equivalente a fumar dos
cajetillas diarias de cigarrillos.
Alejado de manufactura masiva e industrias pesadas nocivas Panamá pareciera
un oasis en el desierto, pero es otra la realidad. Durante el mes de enero me honró servir de
anfitrión al sesudo periodista del diario The New York Times, Keith Schneider,
editor de la pagina Circle of Blue
que resalta el estudio del agua, vital liquido cuyo control determinará la
suerte de los países que le controlen a mediados de siglo, tal como el petróleo
durante el siglo XX. El análisis de
Schneider resalta el canceroso daño que engendran las irresponsables
concesiones cedidas por inescrupulosos políticos en contubernio con obscuros
intereses económicos. El daño permanente
e irreversible que ocasionan las plantas hidroeléctricas la ignoramos por estar
sumidos en los diarios tranques de nuestra cárcel de concreto capitalina. La irresponsable perdida de nuestros ríos y
verdor nos distancian de la naturaleza, anegados en ingratitud y altivez, convirtiéndonos indiferentes e incapaces de
pensar en los demás, sobremanera del quejido del indio que resulta ser menos
ignorante que nosotros mismos.
Este es un tema de debate nacional.
Simplemente no podemos darnos el lujo de destruir nuestro más preciado
legado, gozando de alternativas cada vez más asequibles y menos nocivas como la
energía solar y eólica. Durante los años
que he pateado calles en diversos círculos empresariales siempre he quemado
cejas apuntando hacia el turismo y medio ambiente. Y es sencillo, en Panamá, uno no se puede dar
sin el otro. A pesar de nuestra garrafal ineptitud, eventualmente
comprenderemos que un turismo bien aspectado con profundo amor por la
naturaleza es la única solución para nuestro futuro.
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