jueves, 28 de abril de 2016

Vergüenza de Belleza Natural

Diario Panamá América
5 de diciembre 2015

Vergüenza de Belleza Natural
Jaime Figueroa Navarro

Durante mi ciclo de conferencias POR QUÉ PANAMÁ, que señorean los magnetos al turismo istmeño en ultramar, convengo en utilizar descripciones de destacadas fuentes que realzan nuestro esplendor para de esa forma evitar una vanagloria propia, ofreciendo harta credibilidad a nuestras afirmaciones.

Es así como al introducir nuestro verdor, que no quepa la menor duda es nuestro mayor atractivo, esgrimo una enérgica frase del diario The New York Times, que nos retrata como “an embarrassment of natural beauty” (vergüenza de belleza natural), genial enunciado con la utilización de la habitualmente negativa palabra “vergüenza” para resaltar lo que se admira a través de la ventanilla durante el descenso desde una aeronave al topar el istmo de Panamá, ese fulgurante verdor poco frecuente en otras latitudes, que se admira plenamente durante la época del florecimiento de los guayacanes, pecas amarillas adornando la mayor muestra de vigorosidad de la naturaleza, saludable pulmón del mundo.

Aprovechando la convergencia de cerca de dos centenares de presidentes mundiales en París, a dos semanas de los atentados del 13N, donde la atrevida Francia, fiel a su sello único, ha originado una robusta cachetada al terrorismo negándose a cancelar la cita mundial de mayor urgencia para la sobrevivencia del planeta, nos lleva a un análisis profundo de lo que es y debe ser Panamá como el máximo museo de la vergüenza de belleza natural en el mundo del siglo XXI.

Lo que se discute en París es el calentamiento global. COP21 escudriña un nuevo acuerdo que reemplace el protocolo de Kioto (1997) para reducir las emisiones de CO2 y evitar que el calentamiento global supere los 2 grados centígrados hasta finales del siglo.  Es tan dramático el tema que el Papa Francisco declaró que el mundo está al borde de un suicidio a causa del cambio climático.  Percibimos con espanto como las mayores ciudades de China y la no tan lejana capital azteca se encuentran cubiertas de una densa amarillenta neblina de fermentada polución donde sus habitantes en repetidas ocasiones portan mascarillas para no inhalar directamente el empobrecido aire que representa el equivalente a fumar dos cajetillas diarias de cigarrillos.

Alejado de manufactura masiva e industrias pesadas nocivas Panamá pareciera un oasis en el desierto, pero es otra la realidad.  Durante el mes de enero me honró servir de anfitrión al sesudo periodista del diario The New York Times, Keith Schneider, editor de la pagina Circle of Blue que resalta el estudio del agua, vital liquido cuyo control determinará la suerte de los países que le controlen a mediados de siglo, tal como el petróleo durante el siglo XX.  El análisis de Schneider resalta el canceroso daño que engendran las irresponsables concesiones cedidas por inescrupulosos políticos en contubernio con obscuros intereses económicos.  El daño permanente e irreversible que ocasionan las plantas hidroeléctricas la ignoramos por estar sumidos en los diarios tranques de nuestra cárcel de concreto capitalina.  La irresponsable perdida de nuestros ríos y verdor nos distancian de la naturaleza, anegados en ingratitud y altivez,  convirtiéndonos indiferentes e incapaces de pensar en los demás, sobremanera del quejido del indio que resulta ser menos ignorante que nosotros mismos.


Este es un tema de debate nacional.  Simplemente no podemos darnos el lujo de destruir nuestro más preciado legado, gozando de alternativas cada vez más asequibles y menos nocivas como la energía solar y eólica.  Durante los años que he pateado calles en diversos círculos empresariales siempre he quemado cejas apuntando hacia el turismo y medio ambiente.  Y es sencillo, en Panamá, uno no se puede dar sin el otro. A pesar de nuestra garrafal ineptitud, eventualmente comprenderemos que un turismo bien aspectado con profundo amor por la naturaleza es la única solución para nuestro futuro.     

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