Diario Panamá América
28 de enero 2017
La Joya Verde de Herman
Jaime Figueroa Navarro
Antepuesta la fugaz escala istmeña del
ejecutivo Franco Macri, este me solicitó que le destapara en una jornada una
actividad que fuese una variante extrema al diario quehacer de Piamonte, allá
en la esquina industrial norte de la bota italiana donde fulgura la metrópolis
de Torino, mejor conocida por ser la ciudad natal de Don Bosco, plaza del
segundo museo egipcio más grande del orbe y sede de la empresa FIAT, cuyas
siglas, para los que no lo sabían, denotan desde 1899 a la Fabrica Italiana de Automóviles de Torino.
Franco nos había honrado como destino con
dos visitas anteriores, símbolo de buen agüero porque cuando alguien pernocta
en un destino repetidamente, indica complacencia, y eso es lo que queremos
fraguar con los turistas, que retornen, que sirvan como embajadores permanentes
de Panamá, porque no hay receta más potente contra los Panama Papers que el testimonio de un visitante satisfecho que
desea continuar husmeando porque aun no ha encontrado todos los tesoros que
esconde este fascinante paraíso.
Durante sus dos antesalas cubrimos lo que
se hace tradicionalmente en Panamá. En
la primera, de rigor la visita al canal, que todavía le falta su Centro de
Visitantes en Cocolí, para que babeen como lo hicimos los naturales el día de
la inauguración de la expansión el año pasado.
La segunda nos trasladó a isla Aguja, atravesando la cordillera hacía el
caribe Kuna, paradisiaco destino donde a cambio de $5 se compra a pescadores
una delicada langosta, sazonada con ajo por el chef isleño, presentada con una
porción generosa de arroz con coco y patacones por $10 más. ¡Un robo a la naturaleza y un manjar que
pernocta eternamente en el pensamiento!
El reto, entonces, es como superar en
crescendo, las expectativas del forastero sin repetir la sazón de su anterior
salpique. Entra en escena Jim Peebles, dinámico
gerente general de Gamboa Rainforest Resort, la joya verde de Herman Bern, que
nos lega una Avenida Balboa adornadas por sus edificios, que a lo opuesto de
sus competidores, destellan la calidad de materiales bien seleccionados, impecable
servicio al cliente y su notoria vocación de hacer las cosas bien la primera
bien. Dentro de su división hotelera,
Gamboa es la brillante esmeralda que brinda un valor agregado al concepto de
hospitalidad por su menú de actividades
que nos obligan durante la jornada a apagar el celular y regresar al siglo XX.
“Por favor Jim, una jornada
diferente”. “Listo, ¡les esperamos
mañana!”. La secuela de actividades, una
detrás de la otra, masticada entre 9:00 de la mañana y 3:30 P.M. es tan
vigorosa que deja espacio para posteriormente reposar en una de las amplias
hamacas que adornan los balcones de cada habitación de esta estancia
quijotesca, porque hotel común no es. Y
es esa precisamente la idea.
Posterior a una detallada introducción de
las actividades de la jornada en el escritorio de giras, abordamos el busito
que nos traslada al teleférico donde nuestro experto guía Tito González,
egresado de la Universidad Nacional de Panamá, especializado en turismo verde,
nos recibe con una sonrisa y abundantes detalles sobre la perspectiva única de
la gira de 600 metros a bordo de una góndola sobre el bosque que nos permite
visualizar tucanes, monos y hasta un águila antes del arribo a la torre de
observación de 30 metros, donde gozamos la privilegiada vista de las
comunidades indígenas Emberá, el Parque Nacional Soberanía y el punto donde el
río Chagres y el lago Gatún forjan con un beso las aguas que nutren al canal de
Panamá, punto obligado de fotografía
icónica con un buque flotando sobre la espesa jungla tropical.
Tito complementa su pedagogía ecológica
con sendas visitas al humedal de las ranas y el mariposario antes de despedirnos en el Centro de Vida
Silvestre, donde su animado director Néstor Correa nos ilustra sobre su noble
tarea de rescate, habilitación y reubicación de crías abandonadas y animales
silvestres que han sufrido lesiones o deshidratación. Allí vimos y palpamos varias especies, entre
ellas osos hormigueros y perezosos, un puercoespín y un capibara, el mayor
roedor del mundo, antes de admirar a la espectacular Fiona, una deslumbrante
puma.
Después del tonificante almuerzo continuó
nuestra trayectoria a bordo de una barcaza que nos trasladó más allá de la boya
69 del canal de Panamá en búsqueda de monos capuchinos y aulladores, una que otra iguana, tutiplén de aves y hasta un enorme
cocodrilo.
“¿Que te pareció Franco?”. “¡Un éxtasis mental! ¡Nunca imaginé tanta belleza más allá del
estudio de Miguel Ángel!”, fue su excepcional réplica, acentuando los puntos
sobre las íes, deseando hoy un feliz
onomástico 70 a Don Herman Bern, creador de este paraíso tropical que nos
distingue y creando una inolvidable remembranza en la secuela de vida de
nuestro visitante.
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