jueves, 26 de enero de 2017

La Joya Verde de Herman


Diario Panamá América
28 de enero 2017

La Joya Verde de Herman
Jaime Figueroa Navarro

Antepuesta la fugaz escala istmeña del ejecutivo Franco Macri, este me solicitó que le destapara en una jornada una actividad que fuese una variante extrema al diario quehacer de Piamonte, allá en la esquina industrial norte de la bota italiana donde fulgura la metrópolis de Torino, mejor conocida por ser la ciudad natal de Don Bosco, plaza del segundo museo egipcio más grande del orbe y sede de la empresa FIAT, cuyas siglas, para los que no lo sabían, denotan desde 1899 a la Fabrica Italiana de Automóviles de Torino.  

Franco nos había honrado como destino con dos visitas anteriores, símbolo de buen agüero porque cuando alguien pernocta en un destino repetidamente, indica complacencia, y eso es lo que queremos fraguar con los turistas, que retornen, que sirvan como embajadores permanentes de Panamá, porque no hay receta más potente contra los Panama Papers que el testimonio de un visitante satisfecho que desea continuar husmeando porque aun no ha encontrado todos los tesoros que esconde este fascinante paraíso. 

Durante sus dos antesalas cubrimos lo que se hace tradicionalmente en Panamá.  En la primera, de rigor la visita al canal, que todavía le falta su Centro de Visitantes en Cocolí, para que babeen como lo hicimos los naturales el día de la inauguración de la expansión el año pasado.  La segunda nos trasladó a isla Aguja, atravesando la cordillera hacía el caribe Kuna, paradisiaco destino donde a cambio de $5 se compra a pescadores una delicada langosta, sazonada con ajo por el chef isleño, presentada con una porción generosa de arroz con coco y patacones por $10 más.  ¡Un robo a la naturaleza y un manjar que pernocta eternamente en el pensamiento!

El reto, entonces, es como superar en crescendo, las expectativas del forastero sin repetir la sazón de su anterior salpique.   Entra en escena Jim Peebles, dinámico gerente general de Gamboa Rainforest Resort, la joya verde de Herman Bern, que nos lega una Avenida Balboa adornadas por sus edificios, que a lo opuesto de sus competidores, destellan la calidad de materiales bien seleccionados, impecable servicio al cliente y su notoria vocación de hacer las cosas bien la primera bien.  Dentro de su división hotelera, Gamboa es la brillante esmeralda que brinda un valor agregado al concepto de hospitalidad  por su menú de actividades que nos obligan durante la jornada a apagar el celular y regresar al siglo XX.

“Por favor Jim, una jornada diferente”.  “Listo, ¡les esperamos mañana!”.  La secuela de actividades, una detrás de la otra, masticada entre 9:00 de la mañana y 3:30 P.M. es tan vigorosa que deja espacio para posteriormente reposar en una de las amplias hamacas que adornan los balcones de cada habitación de esta estancia quijotesca, porque hotel común no es.  Y es esa precisamente la idea.

Posterior a una detallada introducción de las actividades de la jornada en el escritorio de giras, abordamos el busito que nos traslada al teleférico donde nuestro experto guía Tito González, egresado de la Universidad Nacional de Panamá, especializado en turismo verde, nos recibe con una sonrisa y abundantes detalles sobre la perspectiva única de la gira de 600 metros a bordo de una góndola sobre el bosque que nos permite visualizar tucanes, monos y hasta un águila antes del arribo a la torre de observación de 30 metros, donde gozamos la privilegiada vista de las comunidades indígenas Emberá, el Parque Nacional Soberanía y el punto donde el río Chagres y el lago Gatún forjan con un beso las aguas que nutren al canal de Panamá, punto obligado de  fotografía icónica con un buque flotando sobre la espesa jungla tropical.

Tito complementa su pedagogía ecológica con sendas visitas al humedal de las ranas y el mariposario  antes de despedirnos en el Centro de Vida Silvestre, donde su animado director Néstor Correa nos ilustra sobre su noble tarea de rescate, habilitación y reubicación de crías abandonadas y animales silvestres que han sufrido lesiones o deshidratación.  Allí vimos y palpamos varias especies, entre ellas osos hormigueros y perezosos, un puercoespín y un capibara, el mayor roedor del mundo, antes de admirar a la espectacular Fiona, una deslumbrante puma. 

Después del tonificante almuerzo continuó nuestra trayectoria a bordo de una barcaza que nos trasladó más allá de la boya 69 del canal de Panamá en búsqueda de monos capuchinos y aulladores, una que otra iguana, tutiplén de aves y hasta un enorme cocodrilo. 


“¿Que te pareció Franco?”.  “¡Un éxtasis mental!  ¡Nunca imaginé tanta belleza más allá del estudio de Miguel Ángel!”, fue su excepcional réplica, acentuando los puntos sobre las íes,  deseando hoy un feliz onomástico 70 a Don Herman Bern, creador de este paraíso tropical que nos distingue y creando una inolvidable remembranza en la secuela de vida de nuestro visitante.  

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