Diario
Panamá América
11
de febrero 2017
Turismo Diferente
Jaime Figueroa Navarro
Con su actual oferta despliega
el turismo nacional una muestra agotada, estéril y marchita. Desde hace años venimos planteando la
apremiante necesidad de plasmar novedosos y creativos imanes al escenario local
que multipliquen la febril presencia de visitantes al istmo.
Con la excepción de un
Casco Antiguo que ha demorado dos décadas en
acogerse a la Ley 9 de incentivos fiscales de 1997 para su tersura y aun así deambula a
medio palo y a un canal de Panamá que le hace falta a gritos su Centro de
Visitantes de Cocolí para hacer gala al turista
de los mastodontes del océano, nuestro inventario de atractivos peca de
falta de cariño, tal el retorno de los inexplicables fétidos olores que emanan
recientemente de la bahía, posterior a la inversión millonaria en su
saneamiento confiados a la constructora Odebrecht.
Durante 2013, por
ejemplo, burbujeó en el istmo a través de múltiples afanes lindantes a la
conmemoración de los 500 años del avistamiento del Océano Pacífico una excursión por jóvenes expedicionarios
españoles que se desplazaron al Darién para recorrer nuevamente la ruta de
Balboa, culminando con el escalamiento del cerro Pechito Parao, sitio donde el
Adelantado vislumbró en el golfo de San Miguel la majestuosidad del enorme
piélago, esquema que me sirvió como inspiración para liderar la primera
travesía por empresarios panameños de APEDE.
Pechito Parao, entonces,
forma parte de ese inventario nacional de tesoros turísticos que no hemos
desarrollado con holgura y que merecen nuestra creativa atención. Cuando un turista escoge y se desplaza a un
destino, lo hace con conocimiento de causa porque quiere gozar de una genuina
experiencia que recordará por siempre.
¡La gente no viene a Panamá por sus rascacielos, para ello mejor ir a
Nueva York!
El sendero de Pechito
Parao transporta al visitante a su cima desde el poblado de Quebrada Eusebio en
menos de tres horas. El camino, con la
excepción de un leve tramo con soga casi en la cúspide (de allí el origen de su
nombre) es de Caperucita Roja, cero estrés, cero insectos, cero culebras. Si yo le escalé con seis décadas a espaldas,
cualquier cristiano le puede intimar.
Desarrollando este
destino como aliciente turístico, nos cuesta alpiste y fomenta al turismo como
la multiplicación de los peces, creando un histórico ombligo turístico
panameño. ¿Cuántos cientos de miles de
visitantes adicionales se acercarían a Panamá si le vendemos bien? ¡Después de todo, al Adelantado Balboa le
conoce todo el mundo!
Como ejemplo de países en
la región que están generando actividades similares, está el Perú. Ellos son referentes. Cuentan en su inventario con Machu Pichu y
otros exquisitos polos. Han invertido
muchísimo dinero en generar atractivos a nivel mundial y por ello doblan el
numero de visitantes que recibimos nosotros a pesar de nuestro canal y nuestra
historia.
La reconstrucción de la
ciudad de Panamá La Vieja y de su Ruta del Oro, Camino Real, hasta Portobelo,
crearía otro histórico magneto que complementaría refinadamente al Casco,
oxigenando como un panal al turista para que pernocte adicionalmente en la
ciudad colaborando así a las vigentes desoladas cifras de ocupación hotelera. Y es que la ciudad de Panamá La Vieja, en
adición a ser la primera en el Pacífico continental, con su arquitectura
colonial, calles empedradas para recorrerlas en carretas y un galeón
restaurante para colocarle la cereza al pastel, le hace el mandado por su
originalidad a cualquier asentamiento en el continente.
Y por ahí nos
vamos. ¡Creatividad, solamente nos hace
falta creatividad! Lo demás lo tenemos.
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