miércoles, 15 de febrero de 2017

Turismo Diferente

Diario Panamá América
11 de febrero 2017

Turismo Diferente
Jaime Figueroa Navarro

Con su actual oferta despliega el turismo nacional una muestra agotada, estéril y marchita.  Desde hace años venimos planteando la apremiante necesidad de plasmar novedosos y creativos imanes al escenario local que multipliquen la febril presencia de visitantes al istmo.

Con la excepción de un Casco Antiguo que ha demorado dos décadas en  acogerse a la Ley 9 de incentivos fiscales de  1997 para su tersura y aun así deambula a medio palo y a un canal de Panamá que le hace falta a gritos su Centro de Visitantes de Cocolí para hacer gala al turista  de los mastodontes del océano, nuestro inventario de atractivos peca de falta de cariño, tal el retorno de los inexplicables fétidos olores que emanan recientemente de la bahía, posterior a la inversión millonaria en su saneamiento confiados a la constructora Odebrecht.

Durante 2013, por ejemplo, burbujeó en el istmo a través de múltiples afanes lindantes a la conmemoración de los 500 años del avistamiento del Océano Pacífico una  excursión por jóvenes expedicionarios españoles que se desplazaron al Darién para recorrer nuevamente la ruta de Balboa, culminando con el escalamiento del cerro Pechito Parao, sitio donde el Adelantado vislumbró en el golfo de San Miguel la majestuosidad del enorme piélago, esquema que me sirvió como inspiración para liderar la primera travesía por empresarios panameños de APEDE.

Pechito Parao, entonces, forma parte de ese inventario nacional de tesoros turísticos que no hemos desarrollado con holgura y que merecen nuestra creativa atención.  Cuando un turista escoge y se desplaza a un destino, lo hace con conocimiento de causa porque quiere gozar de una genuina experiencia que recordará por siempre.  ¡La gente no viene a Panamá por sus rascacielos, para ello mejor ir a Nueva York!

El sendero de Pechito Parao transporta al visitante a su cima desde el poblado de Quebrada Eusebio en menos de tres horas.  El camino, con la excepción de un leve tramo con soga casi en la cúspide (de allí el origen de su nombre) es de Caperucita Roja, cero estrés, cero insectos, cero culebras.  Si yo le escalé con seis décadas a espaldas, cualquier cristiano le puede intimar. 

Desarrollando este destino como aliciente turístico, nos cuesta alpiste y fomenta al turismo como la multiplicación de los peces, creando un histórico ombligo turístico panameño.  ¿Cuántos cientos de miles de visitantes adicionales se acercarían a Panamá si le vendemos bien?  ¡Después de todo, al Adelantado Balboa le conoce todo el mundo!

Como ejemplo de países en la región que están generando actividades similares, está el Perú.  Ellos son referentes.  Cuentan en su inventario con Machu Pichu y otros exquisitos polos.  Han invertido muchísimo dinero en generar atractivos a nivel mundial y por ello doblan el numero de visitantes que recibimos nosotros a pesar de nuestro canal y nuestra historia.   

La reconstrucción de la ciudad de Panamá La Vieja y de su Ruta del Oro, Camino Real, hasta Portobelo, crearía otro histórico magneto que complementaría refinadamente al Casco, oxigenando como un panal al turista para que pernocte adicionalmente en la ciudad colaborando así a las vigentes desoladas cifras de ocupación hotelera.  Y es que la ciudad de Panamá La Vieja, en adición a ser la primera en el Pacífico continental, con su arquitectura colonial, calles empedradas para recorrerlas en carretas y un galeón restaurante para colocarle la cereza al pastel, le hace el mandado por su originalidad a cualquier asentamiento en el continente.


Y por ahí nos vamos.  ¡Creatividad, solamente nos hace falta creatividad!  Lo demás lo tenemos.   

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