Diario Panamá América
25 de febrero 2017
Arreglando Maletas
Jaime Figueroa Navarro
Aprovechando el asueto de Carnaval en
Panamá, como muchos compatriotas, desempolvamos las maletas dispuestos a viajar
a provincias, que se ha convertido en desquiciada encrucijada resultado de los
inevitables tranques y la ausencia de agentes con una clara misión de dirigir
el transito para una arraigada fluidez, inevitable tercermundismo en un país de
autopistas y rascacielos, o como otros, aprovechando la ocasión para marcharnos
a ultramar, porque quedarse mucho tiempo en un sitio, por bonachón que sea,
oxida el alma y anestesia la creatividad.
El miércoles en la mañana depuse a mi
hijo en Tocumen, cultivando el momento para compartir un raro desayuno
juntos. Es que cuando los hijos están en
los mediados de los treinta, se alejan.
Se alejan porque están ocupados con su plan de vida y uno los atrapa en
esos raros lapsos para rascar sus cerebros y aconsejarles, si se puede. Ellos escuchan, porque aun son esponjas y su
nivel de madurez les permite valorar a los que les preceden y aprender de sus
caminares. “Te das cuenta que envejeces
cuando invitas a desayunar a tu viejo y tu pagas la cuenta”, me dijo Jaime
Enrique al cancelar los alimentos.
Entonces me relató algo interesante. “Voy a Bogotá”. Muchos van, pensé. Pero se trata de una faena diferente, al
llegar a la capital colombiana se traslada toda la noche en autobús a Putumayo,
en el oxigenado amazonas justo al borde de la frontera con Perú y Ecuador,
acampando cinco días, sin señal celular ni acceso a la internet del siglo
veintiuno, para adentrarse en un ecoturismo
espiritual, escuchando la sinfonía selvática cercano a la cascada Fin
del Mundo. “Extraordinario, ¿por qué no
me contaste antes?” le dije con envidia, pero de la buena. De seguro retornará con muchos cuentos,
obligatoria parte de una futura crónica, para compartirles y que no se queden
con las ganas, sino que también vayan, porque los hitos de la vida son
experiencias dispersas que nos alejan del tedio cotidiano.
Por mi parte, ya a lo lejos en la memoria
practiqué el ritual “veni, vidi, vici”
del carnaval istmeño, cuando eran verdaderas manifestaciones de folclor, carne
en palito, inesperados guiños y torrejitas de maíz. “Vine, vi, conquisté”, frase romana atribuida
a Julio César al dirigirse al senado en 47 AC, que se atribuye a una de sus
expeditas conquistas. Alejado del
bullicio, de la rutina quemarropa, los rones y mojaderas, de los mismos vecinos
y monótonos rostros, también me presto a armonizar maletas.
Posterior a trece años de transitar cual
Marco Polo, tres semanas al mes, conozco mis aeropuertos y particularmente
desdeño el de Miami. Por ello aterrizo
en lares más amistosos del sur de la península floridana, en Fort Lauderdale,
donde hablan inglés y se sale rápido.
El ritual del alquiler del automóvil se
convierte en un tris que debiésemos imitar.
El busito de la arrendadora me recoge frente a la terminal, me deposita
justo en la fila del auto de mi preferencia, les examino y escojo el color de
mi humor diario, al salir le muestro la reserva, licencia y tarjeta de crédito
al dependiente. “Bye, bye Mister
Figueroa”. No hay que buscar rayones,
llantas ni cadáveres en el baúl.
Sencillo, expedito, como todo lo gringo.
El auto aun huele a nuevo, sin perfumes ni extraños aromas.
Soy fanático de los Medias Rojas de
Boston. Voy a Fort Myers, a ver que
acontece sin Big Papi y con la adición de Chris Sale, su nueva estrella al
montículo, durante su entrenamiento primaveral.
Magnificencias del retiro, alejado de las cuatro paredes de mi edificio
bellavistino, de pataconcitos y resquebradas aceras. Y bien planificado, sale más económico que
pernoctar en el istmo.
Aprovechando las bodas de oro de mis
suegros, zarpamos a bordo del Allure of
the Seas, ciclópeo segundo crucero más grande del mundo, que no es un
crucero, es una aventura, con 2,384 tripulantes para servirnos y 25 opciones
gastronómicas para engrosarnos, actividades tutiplén y una semana de verdadero
ocio que nos traslada a las transparente aguas
de Haití, las montañas jamaiquinas y los mariachis de la Riviera
Maya.
Nos aguarda en Falmouth George Matthews,
chef de la Embajada Americana en Kingston, para trasladarnos a Scotchies en la
bahía de Montego y degustar el tradicional jerk, bebiendo una gélida cerveza
Red Stripe, trasladados al corazón de la gastronomía jamaiquina, conversando
con amigos, catando la vida como se debe saborear y así nos vamos. ¡Felices Carnavales, donde te toquen!
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