Diario La Prensa
Martes, 15 de junio de 2010
Impotencia ante la sordidez humana
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Jaime Figueroa Navarro
Con la obsesión de que nos cultivásemos en la lengua de Shakespeare desde temprana edad, mi padre se empeñó en reubicarnos hacia el norte durante nuestras vacaciones de verano. Frisaba los 10 años al despuntar 1963 cuando abordamos el buque en Cristóbal rumbo a esa prodigiosa urbe, bautizada en 1718 por el colono francés Jean–Baptiste Lemoyne en la desembocadura del majestuoso río Mississippi como La Nouvelle Orléans.
Me había deleitado sobremanera la lectura de los fascinantes narrativos del célebre autor y humorista Mark Twain sobre las aventuras de los traviesos Tom Sawyer y Huckleberry Finn a lo largo del que es considerado en amalgama con el afluente Missouri, el torrente más extenso de Norteamérica, con una extensión de casi 4 mil millas, razón por la cual mi curiosidad infantil se vio mayormente ilusionada por conocer la geografía del enorme delta que clausura a unas 95 millas de Nueva Orleans y el circundante lago Pontchartrain.
Durante nuestro placentero y soleado viaje de cuatro días cruzamos el mar Caribe desde Panamá, a través de Centroamérica, rebasando el canal de Yucatán entre Cuba y la península azteca del mismo nombre hasta llegar al grandioso golfo de México de cuyas aguas azuladas se levantaban cuantiosos peces voladores (Exocoetidae) cuya presencia indica en aguas más profundas una rica manifestación de sus principales acechadores: delfines, merlines, pez vela, meros, atunes y calamares, entre otros. Hasta hace muy poco, estas cálidas aguas albergaban uno de los sistemas más espectaculares y con mayor diversidad biológica del orbe.
Al divisar tierra fuimos prácticamente escoltados por numerosos juguetones delfines moteados hasta las inmediaciones del puerto. En el camino también observamos uno que otro manatí, mejor conocido como vaca marina. Estos parajes también albergan tortugas, lagartos y diversas especies de grullas. Simbólico en los cielos, el pelícano es sin duda el ave emblemática de la región. ¡Impresionante derroche de naturaleza, hoy asolada por nuestra avaricia!
Al revisar recientemente el portal de Saint Stanislaus College en Bay Saint Louis, Mississippi, centro de enseñanza primaria de los Hermanos del Sagrado Corazón que nos acogió hace casi medio siglo, nos percatamos de que el torneo de pesca anual ha sido “pospuesto”. Su señorial sede costanera disponía de un prolongado muelle techado, donde solíamos pescar en nuestros momentos de ocio.
¡Qué sinsabor pensar que ni el torneo ni el muelle tendrán un futuro! ¡Qué nostalgia cavilar que muy posiblemente hemos extinguido todo vestigio de vida del golfo de México para siempre!
Dos macabras remembranzas del siglo XXI deambularán en mi mente hasta que rescinda mi existencia: el embate de la segunda aeronave contra las Torres Gemelas que presencié el 11 de septiembre de 2001 y el irremediable brote de petróleo de la plataforma Deepwater de British Petroleum del 22 de abril de 2010, aún descontrolado, creciente y a diario envenenando todo lo que a su paso encuentre.
Como seres humanos tenemos que hacer un alto en frío a toda actividad que atente contra la naturaleza. Aún no sabemos cómo terminará este cuento. El daño al ecosistema, sin duda alguna será tan masivo que un vistazo a este escrito en algunos años hará brotar lágrimas de los ojos del lector, o peor aún no comprenderá esta narración.
A pesar de nuestra desidia, indiferencia, tala indiscriminada, destrucción de nuestros bosques, mares, fauna y flora, goza aún Panamá de un envidiable sitial ecológico en el globo terráqueo que bien valdría la pena priorizar sobre todas las otras obras de desarrollo humano. Detesto escribir ante oídos sordos. Cómo quisiera que mis palabras calaran en el corazón de todos los seres humanos, sobre todo aquellos que han recibido nuestro sagrado voto para gobernar.
Persiste mi quijotesca lucha, porque rehúso aceptar que aquel golfo que tanto amé, ahora sufre de una tos ferina mortal, escupiendo petróleo en vez de sangre. ¡Resultado de la avaricia de algunos en perjuicio de todos!
¿Hasta cuándo insistiremos en destruir en vez de sembrar? ¿Hasta cuándo sentiremos la impotencia ante la sordidez humana? ¿Hasta cuándo?
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