Del escritorio de Jaime Figueroa Navarro
Panamá, miércoles, 23 de marzo de 2011 | ||
Turismo: Aceras y pasaportes
JAIME FIGUEROA NAVARRO
Tanto los turistas foráneos como los ciudadanos panameños demandan una mejor planificación de aceras.
En la génesis del turismo en Panamá, se hacen evidentes algunos temas que hoy anhelamos enfocar. En el trato al turista, siempre es primordial nuestra clara visión que nos honran con sus visitas y no lo opuesto. En este sentido, debemos siempre velar por su bienestar y satisfacción total.
El arcaico requisito de portar el pasaporte durante su estancia en el istmo expone innecesariamente a nuestros visitantes al posible robo o extravío de ese importante documento y las engorrosas gestiones posteriores para su reintegro. Nos parece, amén de la gran cantidad de pasaportes falsificados que deben estar en circulación en Panamá, que la emisión de un salvoconducto oficial en inmigración al momento de su ingreso al país, sería una herramienta más eficaz en la identificación y la vigencia aprobada de estancia del turista.
La manutención de las aceras y alcantarillas en las calles y avenidas de mayor circulación turística en nuestra capital dejan mucho que desear. Señalo como ejemplo un reciente episodio al desplegarme al nuevo e imponente Hotel Riu Plaza en Calle 50 para una reunión a las 6:00 p.m. Por mi alergia al tráfico en horas pico, decidí remontarme al sitio a las 4:30 p.m. y así poder esperar cómodamente a mis anfitriones.
Gozando de sobrado tiempo, decidí caminar hacia la Torre Revolución, icono de nuestro centro financiero, para fotografiar su particular atornillada arquitectura. Lo primero que encontré fue la inexistencia de aceras al lado del hotel, topándome con una pareja de turistas ancianos (la señora en silla de ruedas) tratando de lograr el pase a través de uno de los carriles de la Calle 50.
Me convertí en ese momento en policía de tránsito, muy a pesar de las rechiflas, pitazos e insultos de inconscientes conductores.
Posterior a la parada en la próxima cuadra, tramo intransitable por la cantidad de peatones en espera de autobuses, me encontré con una laguna de aguas servidas que a falta de alternativa dada su amplitud, desafortunadamente tuve que pisotear.
Cruzando la Calle 50 en el semáforo para mi retorno, me topé con aceras totalmente rajadas, tapas de alcantarillas faltantes y un ojo de agua en plena ciudad, donde felizmente pude atragantar mi calzado para limpiar la recién desaguadita.
Como muchos citadinos, sufro del síndrome del conductor. A raíz de este incidente, recientemente me he dedicado con mayor ahínco a caminar las rutas de mayor frecuencia turística, encontrando ejemplos similares a diestra y siniestra.
Avergüenza que nuestra incipiente metrópolis no goce el mínimo interés por parte de sus autoridades en reparar estos sencillos y primarios aprietos a la imagen y seguridad, no solo del turista sino también de la sufrida ciudadanía que paga sus salarios y emolumentos, haciendo de esta manera caso omiso a nuestro mensaje introductorio. De nada sirve la construcción de majestuosas torres y anchas avenidas si no les acompañan una planificación urbana del primer mundo.
El arcaico requisito de portar el pasaporte durante su estancia en el istmo expone innecesariamente a nuestros visitantes al posible robo o extravío de ese importante documento y las engorrosas gestiones posteriores para su reintegro. Nos parece, amén de la gran cantidad de pasaportes falsificados que deben estar en circulación en Panamá, que la emisión de un salvoconducto oficial en inmigración al momento de su ingreso al país, sería una herramienta más eficaz en la identificación y la vigencia aprobada de estancia del turista.
La manutención de las aceras y alcantarillas en las calles y avenidas de mayor circulación turística en nuestra capital dejan mucho que desear. Señalo como ejemplo un reciente episodio al desplegarme al nuevo e imponente Hotel Riu Plaza en Calle 50 para una reunión a las 6:00 p.m. Por mi alergia al tráfico en horas pico, decidí remontarme al sitio a las 4:30 p.m. y así poder esperar cómodamente a mis anfitriones.
Gozando de sobrado tiempo, decidí caminar hacia la Torre Revolución, icono de nuestro centro financiero, para fotografiar su particular atornillada arquitectura. Lo primero que encontré fue la inexistencia de aceras al lado del hotel, topándome con una pareja de turistas ancianos (la señora en silla de ruedas) tratando de lograr el pase a través de uno de los carriles de la Calle 50.
Me convertí en ese momento en policía de tránsito, muy a pesar de las rechiflas, pitazos e insultos de inconscientes conductores.
Posterior a la parada en la próxima cuadra, tramo intransitable por la cantidad de peatones en espera de autobuses, me encontré con una laguna de aguas servidas que a falta de alternativa dada su amplitud, desafortunadamente tuve que pisotear.
Cruzando la Calle 50 en el semáforo para mi retorno, me topé con aceras totalmente rajadas, tapas de alcantarillas faltantes y un ojo de agua en plena ciudad, donde felizmente pude atragantar mi calzado para limpiar la recién desaguadita.
Como muchos citadinos, sufro del síndrome del conductor. A raíz de este incidente, recientemente me he dedicado con mayor ahínco a caminar las rutas de mayor frecuencia turística, encontrando ejemplos similares a diestra y siniestra.
Avergüenza que nuestra incipiente metrópolis no goce el mínimo interés por parte de sus autoridades en reparar estos sencillos y primarios aprietos a la imagen y seguridad, no solo del turista sino también de la sufrida ciudadanía que paga sus salarios y emolumentos, haciendo de esta manera caso omiso a nuestro mensaje introductorio. De nada sirve la construcción de majestuosas torres y anchas avenidas si no les acompañan una planificación urbana del primer mundo.
El autor es miembro de la Federación Mundial de Escritores de Turismo.
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