La Estrella de Panamá
Miércoles, 6 de abril de 2011
Puliendo la Cinta
Jaime Figueroa Navarro
Al creciente número de turistas que nos visitan vía aérea por vez primera, les exhorto a reservar un asiento “A”, situado éste adyacente a una de las ventanas del lado izquierdo de la aeronave. De esta forma gozarán de una esplendorosa vista del Canal de Panamá, la enormidad del Lago Gatún y el colosal verdor que le rodea, cuya grandeza, en ocasión bordado por floridos y dorados guayacanes, de seguro satura de envidia a algunos y a otros les invita a visitarle y conocer su monumental riqueza ecológica.
Al rotar hacia la izquierda en la isla de San Pedro de Taboga para la aproximación final hacia el Aeropuerto de Tocumen, el forastero divisa a lo lejos la incipiente bahía de Panamá y sus fornidos edificios que compiten en despliegue con los majestuosos caobos de nuestras misteriosas selvas.
De las ejecuciones urbanas publicas del primer decenio del siglo, resalta la emblemática Cinta Costera como un salto al XXI que dota a nuestra capital de un boulevard que metamorfosea su imagen in crescendo hacia una visión Latino-Caribeña de Miami, con la única diferencia, como le aclaro a nuestros ilustres visitantes, que aquí hablamos mas ingles que allá.
De las ejecuciones urbanas publicas del primer decenio del siglo, resalta la emblemática Cinta Costera como un salto al XXI que dota a nuestra capital de un boulevard que metamorfosea su imagen in crescendo hacia una visión Latino-Caribeña de Miami, con la única diferencia, como le aclaro a nuestros ilustres visitantes, que aquí hablamos mas ingles que allá.
En su eje, se impone la solitaria icónica alusión al siglo veinte: la imponente estatua al descubridor del Mar del Sur, Vasco Núñez de Balboa, obsequio del Rey Alfonso XIII, esculpida por los talentosos artistas españoles Miguel Blan y Mariano Benlliure e inaugurada con la presencia de representantes de quince naciones latinoamericanas por el Dr. Belisario Porras el lunes 29 de septiembre de 1924, como fiel testimonio de que fue aquí y no en ninguna otra plaza, que se emprendió la mayor conquista geográfica de la historia de la humanidad. En el recuerdo de los años idos, reposan siluetas de enamoradas parejas que adornaban
su perímetro y el adyacente Parque Anayansi, previa su transformación.
Acongoja el alma la actual cinta con sus amarillentas yerbas, limitados pasos elevados y lóbrega personalidad. En una capital que se jacta en Punta Pacífica de la soberbia silueta del Trump Ocean Club, la atornillada Torre F&F en pleno centro financiero y el Museo de Biodiversidad en Amador, se hace notoria la intestina lucha entre la Comuna Capitalina y el Ministerio de Obras Publicas por su control, que al fin y al cabo, nos ha llevado a más de lo mismo: pueriles muñequitos navideños e improvisados y deslucidos carnavales veraniegos. ¡Eso no es Panamá!
Si fuese el mandamás de turno, repintaría el moribundo lienzo de la Cinta, dotándole con un jardín de árboles frutales que sirvan de hechizo a los turistas, invitándoles a admirar y saborear sus exóticos frutos vadeando el boulevard donde originaría el tranvía turístico que les desplazaría hacia un renovado Barrio Chino, remontando el terraplén al Casco Antiguo y más allá, deambulando hasta Amador, con una troncal atravesando la Avenida Central hasta la Plaza Cinco de Mayo, permitiendo así el desarrollo integral de una metrópoli francamente turística e única en el orbe.
Para la preservación de la cinta y sus jardines, en vez de privar más savia a los sufridos contribuyentes, nuestro pincel adornaría la bahía con restoranes, sitios de esparcimiento, bares de jugos tropicales en sus abandonados kioscos y el novel mercado del marisco en su médula, dotado de una marina multiuso que englobe yates de ocio, pesca y taxis acuáticos, creando así un pulmón adicional a la ciudad que separe el crujiente trafico con una vereda tropical y un oasis al turismo.
su perímetro y el adyacente Parque Anayansi, previa su transformación.
Acongoja el alma la actual cinta con sus amarillentas yerbas, limitados pasos elevados y lóbrega personalidad. En una capital que se jacta en Punta Pacífica de la soberbia silueta del Trump Ocean Club, la atornillada Torre F&F en pleno centro financiero y el Museo de Biodiversidad en Amador, se hace notoria la intestina lucha entre la Comuna Capitalina y el Ministerio de Obras Publicas por su control, que al fin y al cabo, nos ha llevado a más de lo mismo: pueriles muñequitos navideños e improvisados y deslucidos carnavales veraniegos. ¡Eso no es Panamá!
Si fuese el mandamás de turno, repintaría el moribundo lienzo de la Cinta, dotándole con un jardín de árboles frutales que sirvan de hechizo a los turistas, invitándoles a admirar y saborear sus exóticos frutos vadeando el boulevard donde originaría el tranvía turístico que les desplazaría hacia un renovado Barrio Chino, remontando el terraplén al Casco Antiguo y más allá, deambulando hasta Amador, con una troncal atravesando la Avenida Central hasta la Plaza Cinco de Mayo, permitiendo así el desarrollo integral de una metrópoli francamente turística e única en el orbe.
Para la preservación de la cinta y sus jardines, en vez de privar más savia a los sufridos contribuyentes, nuestro pincel adornaría la bahía con restoranes, sitios de esparcimiento, bares de jugos tropicales en sus abandonados kioscos y el novel mercado del marisco en su médula, dotado de una marina multiuso que englobe yates de ocio, pesca y taxis acuáticos, creando así un pulmón adicional a la ciudad que separe el crujiente trafico con una vereda tropical y un oasis al turismo.
Aprovechando la celebración de los quinientos años del descubrimiento del Mar del Sur, el miércoles 25 de septiembre de 2013, le bautizaría con el nombre Cinta Costera Vasco Núñez de Balboa y explotaría la ocasión para también inaugurar un galeón que sirva de permanente testimonio de aquella gloriosa era y se preste para giras turísticas, románticas cenas y punto obligado de encuentro a los turistas que nos honran con sus visitas.
Solo pensando en grande lograremos un cambio. ¡Así hacemos turismo!
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