La Estrella de Panamá
Miércoles, 20 de junio de 2012
Descubriendo nuestro verdor
Jaime Figueroa Navarro
Para el novel visitante, irrumpiendo desde las tenues aguas caribeñas, el divisar nuestro istmo desde el cristal de la aeronave resulta una seductora observación de vida y fotosíntesis. Nuestros soberbios follajes hacen cabalgar corazones extenuados de las estresantes urbes del siglo veintiuno, crueles cárceles de concreto que deshumanizan nuestro ello, yo y superyó.
De niño veraneaba en La Garita, quinta familiar en Chepo, poblado vecino a Jesús María, donde mi tatarabuelo, el médico austriaco Joseph Kratochwill, estableció el primer ingenio de azúcar panameño en el tercer semestre del siglo XIX. De rigor, a diario jugábamos “la tiene” en las frescas aguas del río Mamoní donde rivalizando con Tom Sawyer y Huckleberry Finn, nuestras vivaces mentes concebían fábulas producto de las novelas de Mark Twain.
Resulta refrescante regresar, casi medio siglo después y descubrir, más allá, en las entrañas del valle de Madroño, capullo del Mamoní, una iniciativa ecológica de clase mundial. Allí, la Fundación Earth Train ha adquirido 4,000 hectáreas para impulsar el desarrollo y entrenamiento de nuevos líderes, redes y herramientas para asegurar que las generaciones futuras disciernan los lazos entre la naturaleza y la cultura, y la interrelación entre el ser humano y el medio ambiente.
La noble misión de trabajar todos juntos para salvar el planeta acogió allí la grata y prestigiosa visita en noviembre pasado de la primatóloga Jane Goodall, estandarte mundial de nuestra conexión con la naturaleza. Acogen este augusto emprendimiento, como debe ser, elementos y pensamientos de las etnias guna y emberá, por siglos habitantes de estas sublimes cañadas, reflejos de su cultura y amor por la tierra. Bajo el timonel de Nathan Gray y Líder Sucre y con el fogoso apoyo del músico Danilo Pérez, lo único que tal vez hace falta es un taller para que efímeros políticos comprendan la potestad del planeta.
El sábado en la noche, alejado de la bulliciosa capital, en el seno de la reserva, me enredó una sinfonía de sonidos selváticos, entretejidos tras el filtrar de la contigua quebrada que me hipnotizaron cual sonriente infante, hasta el glorioso amanecer, oxigenando los pulmones y enverdeciendo el alma, como hace considerables lunas en aquel Chepo amado de la infancia.
La Reserva Natural del Valle de Mamoní llama a caminar sus senderos que nos dispensan inesperadas sorpresas a diestra y siniestra, descubriendo nuevos frutos, perfumadas flores y multicolores pajarillos, a nadar y saborear las dulces aguas del arroyo naciente de las entrañas de la tierra, todavía sin rastro alguno de impureza humana, que refresca y apasiona a propios y extraños. Me honra ser miembro fundador de tan sublime emprendimiento que ojala sirva de inspiración a otros y prolifere, enverdeciendo aun más el istmo.
Excelente!
ResponderEliminarQué bella narrativa, lo incentiva a querer visitar desde ya la Reserva natural del Valle de Mamoní
ResponderEliminar