La Estrella de Panama
Miercoles, 11 de julio de 2012
Enseñanzas que transforman la vida
Jaime Figueroa Navarro
Las sapiencias caladas por mis profesores
durante los años de escuela secundaria en la ciudad industrial de Worcester,
Massachusetts, fueron instrumentales en mi peregrinaje por la vida.
Como solía a lo largo de la infancia,
el verano de 1965 no acudí a la quinta familiar en Chepo. En su lugar, a los doce años emigré a
Assumption Preparatory School, hercúlea institución con paredes de ladrillos encubiertos
por hiedras, sobre una extensa colina en 670 West Boylston Street, frente a
Norton, mayor fabricante mundial de abrasivos constituido en 1885, donde me
recibieron monjes de la orden de los Agustinianos de la Asunción, fundada en Nîmes,
Francia por el reverendo padre Emmanuel D’Alzon en 1845.
Recién llegado, sin sapiencias del
país en que me encontraba ni su lengua, estaba desesperado por comprender qué rayos
era, quien era y hacia dónde me llevaba este súbito cambio de destino, descubriendo
dicho y hecho la respuesta en las clases de inglés del padre Edward, quien me apadrinó
con cariño y azote, entregándome un listado de 25 palabras diarias que con
especial paciencia juntos revisábamos cumulativamente, hasta lograr cultivar la
lengua de Shakespeare con suficiente brío como para leer e interpretar Canterbury Tales, escrito por Chaucer en
el siglo XIV.
Cortejando el virtuoso espejo de mi
padre, sentía vocación por la medicina. Robert
Flagg, capitán retirado de Infantería de Marina de Estados Unidos y profesor de
Historia, nos describía con excepcional mímica sus vivencias durante el
encarnizado episodio en Omaha Beach durante la invasión Aliada de Normandía el
6 de junio de 1944, puntualmente advirtiéndonos
que tuviésemos cautela antes de decidir nuestras carreras, exhortándonos que
fuésemos estudiantes consagrados de todo aquello que apasionara nuestras mentes,
una vez definidos. Fue entonces cuando opté
por mi trayectoria en comercio internacional y mi inclinación por la pluma y
por Panamá.
Parte integral de nuestra preparación
residió en la práctica de buenas costumbres, urbanidad y plurales detalles como
la largura correcta de las corbatas, el adecuado repertorio de cubiertos de
mesa e intensa espiritualidad en un entorno materialista, en aquel entonces desbocado
por una absurda guerra a medio globo de distancia en Vietnam.
Cuatro décadas después, percibo mi incesante
preparación en esta decana institución (parcialmente monasterio y sobradamente
militar) como la influencia más benigna en mi existencia, y una de mis más
gratas memorias.
“La vida es dura”, puntualizaba el Padre
Yvon durante nuestras clases de latín, lecciones permeadas de filosofía, interpelando
que para encontrar la felicidad debemos abrigar flexibilidad, resolución y autosuficiencia,
proceso perfeccionado a través de los siglos para refinar nuestro proceder, y
como señalan los budistas, vivir felizmente en un mundo de penas.
Fuera del campus, las vivencias con
mis compañeros durante convites a sus hogares los fines de semana y días de
asueto en recónditos poblados y soberbias urbes de Nueva Inglaterra, las perpetuas
travesías a Boston, decana universitaria nacional, me ejercitaron a escuchar,
preguntar, experimentar y analizar, elementos claves en mi preparación.
Todas estas enseñanzas traspasan
fronteras y épocas en el desarrollo de mujeres y hombres integrales y hoy, allende
de computadoras e internet, se convierten en pilares macizos para nuestro perfeccionamiento. Si los panameños deseamos el éxito en un entorno
globalizado debemos complementariamente abrigar el refinamiento en idiomas y una intensa vocación
por servicio de calidad.
como siempre exelente comentario tener vocaciíoÓ ESO ES LO QUE FALTA y un ser vicio de calidad.Y AMOR EN TODO LO QUE HACEMOS
ResponderEliminarLO FELICÍTO NO CAMBIE
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