La Estrella de Panamá
Miércoles, 29 de agosto de 2012
Nacionalismo y Turismo
Jaime Figueroa Navarro
Se hace evidentemente necesario un paréntesis generacional para taladrar un tema tan profundo como lo es el nacionalismo, porque es muy probable que con la anexión del canal al baúl de la patria, similar al comprobar la conquista de una apuesta doncella, se haya disipado el profundo furor que nos hace hijos de esta tierra querida.
Las recientes tertulias dominicales con mi primo Ramón García Aguilera, cumplido profesional de los números de orgullosas raíces antoneras, en gran medida escudriñan en la óptica de sus intensos ojos verdes, mi columna semanal sobre variados temas de turismo. Versando mi lozano artículo sobre dignidad nacional, como acariciarán mis queridos lectores, muy a propósito toqué su vena patriótica resguardada muy dentro del corazón.
¡Absurdo es pretender hacer turismo si no se destella a través de cada palpitar un arraigado sentimiento de nacionalismo!
Durante mi intervención en el 1er Congreso de Turismo de Azuero, celebrado la semana pasada en Chitré, no titubeé en repetir que estudiar turismo no es entrenar personal para convertirles en mucamas y cantineros. ¡Va mucho más allá!
¡Turismo es pasión, emprendimiento y actitud! La industria reclama auténticos líderes que con entusiasmo, sencillez y ejemplo, impulsen a las nuevas generaciones al pleno desarrollo de sus capacidades, que sirvan de guía a los jóvenes para que como esponjas, absorban los conocimientos y maximicen sus capacidades impulsando de esta manera un cambio efectivo y permanente en la actitud de servicio en el homo sapiens panamensis, estampando en su cerebro que calidad es, simple y llanamente, hacer las cosas bien la primera vez.
Estudiantes y profesionales del turismo quedaron perplejos con este trazado, pero no nos detuvimos allí, extendimos nuestra liturgia de patria con planteamientos de una disipada versión, resultado de nuestro culto al ego y al vergonzoso materialismo endeudador del siglo en curso, del autentico significado de amor al terruño, intensamente excavado en las trincheras de mi alma secuela de un cuarto de siglo fuera, donde entendí cabalmente el elocuente repicar de las campanas de Ricardo Miró subrayando: “ninguna supo torres mías lejanas, cantar como vosotras, cantar y sollozar”.
¡Exige la Patria mudar de aires! Ante la repetida metálica asonada de sombríos políticos, viles hienas encubiertas en pieles de ovejas, se hace necesario un disciplinado retorno a los sagaces planteamientos que nos obligan fervorosamente hacia un verdadero alcanzar la victoria de hombres y mujeres honorables cuyo norte, fiel copia de lo que debe ser el turismo, sea el servicio y no servirse, cuya verdad sea el trabajo sin mas dilación que entonar las sagradas notas de nuestro himno nacional y cuyo amor al terruño provoque intimar su esencia, su cultura y su muy particular historia, que le convierte en el más sagrado altar del universo, y que vivamente nos enorgullezca ser hijos de la pica y la pala, del trinar de sus gallitos y de su inconfundible matinal aroma a leña y café.
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