lunes, 30 de septiembre de 2013

El Juramento Hipocrático


Diario Panamá América
1 de octubre 2013

El Juramento Hipocrático
Jaime Figueroa Navarro

No me quiero meter en camisa de once varas, pero si debo.  Debo por la memoria de mi padre que fue médico, uno de esos médicos reservados que se tomaban su carrera y vocación en serio y que vivía, respiraba e inspiraba el Juramento Hipocrático.  Debo por una profesión que con los vaivenes del calor tropical, para muchos se ha convertido en blasfemia al ego en lugar de beneficio para todos.  Pero mas que todo debo, por la salud de mi pueblo.

Tengo, por ética, la responsabilidad de divulgar la enérgica erudición de mi padre, Dr. Alfredo Figueroa y Figueroa, abnegado urólogo del siglo XX, catedrático universitario y en su momento, Presidente de la Academia de Medicina y Cirugía y también Presidente de la Asociación Medica Nacional, dote a su dedicación y sapiencia en el arte de curar al enfermo y no a ningunos atributos políticos.

A la vista de sus pacientes, sobre un altar preponderante en su clínica privada de Bella Vista, donde curó sin tregua ni bachillerías durante casi medio siglo, reposaba el busto de Hipócrates, al fondo enmarcado el Juramento Hipocrático, que de seguro algunos nerviosamente leerían mientras el actualizaba, en esa escritura casi incomprensible de galeno, el historial medico o redactaba la receta del momento.  Yo lo leí muchas veces, al visitarle asiduamente para la entrega de mi mesada o para conversar sobre algún desvelo pueril que de seguro le hacia pasar un buen rato.      

Su texto original era el Hipocrático clásico que hace referencia a Apolo y otros dioses griegos.  Para provecho del lector, cito la versión convencionalmente aceptada, actualizada en 1964 por el Dr. Louis Lasagna, Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Tufts:  

Prometo cumplir, en la medida de mis capacidades y de mi juicio, este pacto. Respetaré los logros científicos que con tanto esfuerzo han conseguido los médicos sobre cuyos pasos camino, y compartiré gustoso ese conocimiento con aquellos que vengan detrás. Aplicaré todas las medidas necesarias para el beneficio del enfermo, buscando el equilibrio entre las trampas del sobretratamiento y del nihilismo terapéutico. Recordaré que la medicina no sólo es ciencia, sino también arte, y que la calidez humana, la compasión y la comprensión pueden ser más valiosas que el bisturí del cirujano o el medicamento del químico. No me avergonzaré de decir «no lo sé», ni dudaré en consultar a mis colegas de profesión cuando sean necesarias las habilidades de otro para la recuperación del paciente. Respetaré la privacidad de mis pacientes, pues no me confían sus problemas para que yo los desvele. Debo tener especial cuidado en los asuntos sobre la vida y la muerte. Si tengo la oportunidad de salvar una vida, me sentiré agradecido. Pero es también posible que esté en mi mano asistir a una vida que termina; debo enfrentarme a esta enorme responsabilidad con gran humildad y conciencia de mi propia fragilidad. Por encima de todo, no debo jugar a ser Dios. Recordaré que no trato una gráfica de fiebre o un crecimiento canceroso, sino a un ser humano enfermo cuya enfermedad puede afectar a su familia y a su estabilidad económica. Si voy a cuidar de manera adecuada a los enfermos, mi responsabilidad incluye estos problemas relacionados. Intentaré prevenir la enfermedad siempre que pueda, pues la prevención es preferible a la curación. Recordaré que soy un miembro de la sociedad con obligaciones especiales hacia mis congéneres, los sanos de cuerpo y mente así como los enfermos. Si no violo este juramento, pueda yo disfrutar de la vida y del arte, ser respetado mientras viva y recordado con afecto después. Actúe yo siempre para conservar las mejores tradiciones de mi profesión, y ojalá pueda experimentar la dicha de curar a aquellos que busquen mi ayuda.”


La bitácora del Hospital Santo Tomás, si se encuentra debidamente actualizada, debe reflejar el mayor numero de intervenciones quirúrgicas durante sus 58 años de abnegada entrega.  La historia del pueblo de Chepo, plaza de nuestra quinta veraniega desde el decimonono debe destellar su entrega durante fines de semana de asueto a la sanación de los chepanos, sin mayor recompensa que la sonrisa del regazo.

Me refiero a la actual huelga medica, como lo hace el Papa Francisco I a la practica religiosa.  Francisco es un hermano, no un rey.  En cierto sentido ha devuelto el Catolicismo a su origen, a su humildad y a su fundamento.  Asimismo la practica medica es un dogma: sagrado, ético y entregado al beneficio del paciente y su sanación.  Así lo predicaba mi padre desde el pulpito universitario y me lo recuerdan algunos de sus colegas que tuvieron la fruición de su enseñanza y la humildad de su palabra.

Negarle el servicio a compatriotas en provincias, por intereses mezquinos y espejismos ególatras, no es propio de la profesión medica.  Y esto no es cuestión política, como muchos pretenden convertirle, es un tema humanista y un espejo del Juramento Hipocrático.  Me avergüenza la actitud de algunas manzanas podridas.  Panamá necesita un cambio para surgir de la sumisión a corrientes egoístas hacia la vanguardia del mundo moderno.  Y en esto, la salud de nuestra gente, ¡no debemos ceder un ápice!           

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