viernes, 20 de septiembre de 2013

Quijoteando Provincias


Diario Panamá América
21 de septiembre 2013

Quijoteando Provincias
Jaime Figueroa Navarro

Nada deleita más al espíritu que caminar, respirar y observar.
Es esa la alegría del viajero que diferencia la rutina diaria de los ciudadanos del mundo del siglo XXI.   Todos llevamos bosquejos Quijotescos muy dentro de nos: partículas delirantes, estrofas de poemas y reflexiones de juicio.  Es por ello que me arrebata redescubrir la miel de provincias ante los incrédulos ojos de aquellos que nos visitan por vez primera, ante todo porque como su anfitrión, guía, chofer y servidor tengo la capacidad de girar su percepción de las bondades istmeñas, atinando sapiencias donde otros simplemente ven sin distinguir, moldeando por siempre su visión de Panamá.

Durante los últimos días me ha correspondido estampar la estirpe panameña en la frente de un singular grupo a la par provincianos estadounidenses.  Les conoceréis al final de mi relato por sus particularidades y fogueos en nuestro suelo.  De Owensboro, autodenominada Capital Mundial de la Barbacoa, este bouquet de patricios hijos de Kentucky:  Lenda y Bob Anderson, Darla y Gary Barker, flanqueados por mi extrañada prima hermana de aquellos ojos verdes Becquerianos, luminosos y transparentes como las gotas de lluvia que se resbalan sobre las hojas de los arboles después de una tempestad de verano, Lupe Ellis, bautizada Guadalupe del Carmen Vergara Navarro, eternamente tatuada del velo Americano tras agraciar esos parajes de maderas de nogal o hickory por más de cuatro décadas, imitando a perfección el particular acento sureño, me acompañaron en esta lucha contra los tropicales molinos de vientos.

Honestamente hablando, tratándose de criticas constructivas que permitan realzar nuestro turismo interno, trataremos de analizar lo bueno, lo malo y lo feo a través del prisma de nuestros visitantes, añadiendo nuestras observaciones puntuales.  

Resaltan los héroes callados, esos panameños que con su trabajo hacen la experiencia del visitante algo especial y motivo de grata recordación.  Obviamente no puedo anotarles a todos, solamente aquellos con quien tuvimos la apertura de los hostales quijotescos durante nuestras andanzas.  

Comenzamos con Melba, esa guapa morena del diente de oro, la mejor sonrisa de Panamá y el más suculento ceviche del mundo, a mano derecha a la entrada del Mercado de Mariscos, sitio de poca visita por los locales, resultado de su fragancia a pescado, pero atesorado por todos los que nos visitan, por su originalidad y despliegue de fascinantes frutos de mar.

Continuamos con Javier Pimentel y todos sus colegas guías del Centro de Visitantes de Miraflores, sitio de mayor numero de visitantes del istmo, que lastimosamente se ha quedado chico, por la falta de planeación de sus regentes, anotando también la garrafal decepción de la nueva película 3D que ha usurpado el aquilatado y autentico sabor nacionalista de la anterior, que exige ser repuesta cuanto antes.  ¡Le hace falta mucha alma a este monumento!  Nos extraña la indiferencia de la Autoridad del Canal de Panamá en presentar un Panamá tan diestramente como opera la vía, iniciando con reemplazar hamburguesas y coca colas por un menú tropical, donde no haga falta el ceviche y la chicha de guanábana.

Seguimos nuestro colectivo de compatriotas ejemplares, resaltando los quilates de Doña Dalila Vera, una de nuestras más nobles embajadoras, resaltando el espíritu santeño, madrugando con muchos años a cuestas, sin necesidad de hacerlo por el espesor de sus ahorros, pero allí todos los días en su Dulcería Yeli de Pedasí, brindando lo mejor de si saludando a propios y extraños, sin diferenciar estirpes, con auténtico cariño.

Inconmensurable resulta la valía de Cesar Caballero, el mejor guía de cafetales istmeños, quien labora en Finca Lérida de Boquete.  Los panameños nos jactamos que catamos vinos, siendo pocos los que hemos tenido la dicha de catar los mejores cafés del orbe.  Esta excursión se hace tan de rigor como la visita a los viñedos de Napa Valley al visitar San Francisco.  Si fuese Ministro de Educación, todos nuestros niños pasarían esta lección, tildada como la más autóctona por la mayoría de nuestros visitantes.              

Puedo seguir enumerando los héroes callados, pero hace falta resaltar aquello que se puede mejorar y que exige a gritos la atención de las autoridades.   

Las carreteras nacionales que tanto han optimado durante la presente administración, requieren un análisis para transformarlas en un verdadero sistema de autopistas del primer mundo.  Ante todo, eliminando su peligroso pasaje a través de poblados y aldeas que obligan al conductor al constante juego de frenos y aceleración, ante el acecho de depravados agentes del transito, cuyo mayor interés parece ser el goce de la boleta o la posible coima, más que el cuidar la vida de los ciudadanos.  Esta costumbre es particularmente evidente en las afueras de la ciudad de Santiago, donde pareciera que los agentes del orden se apuestan justo después del cambio de letreros que indican una desaceleración.  Aquí vale la pena mencionar la practica de dejar letreros de limites de velocidad limitada en las nuevas autopistas, cito el cordón entre Divisa y Chitré, que se utilizaron durante el periodo de construcción y que obviamente no son de vigencia al finalizar el proyecto, pero sirven de escarmiento al conductor, motivo de desagravios y multas. 

Todas estas observaciones son producto de la retroalimentación de nuestros visitantes, quienes tuvieron la franqueza y motivación para confiarnos particulares vaivenes durante su andanza tropical y no buscan criticar por criticar sino el franco relato de vivencias para el pulimiento de nuestro quehacer turístico, eliminando molinos de vientos, convirtiendo nuestro destino en infalible paraíso.  

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