Diario Panamá América
25 de enero 2014
La Joya
del Canal
Jaime
Figueroa Navarro
Para
atornillar las bisagras del canal de Panamá, durante la primera década del
siglo pasado el Cuerpo de Ingenieros de Estados Unidos (U.S. Army Corps of
Engineers) inundó el embalse del Lago Gatún, de por sí un gigantesco
emprendimiento, dando génesis al lago artificial más extenso del mundo.
Resultado
de la construcción de la represa de Gatún, en ese momento la mayor del mundo,
sobre el rio Chagres y otros afluentes entre 1907 y 1913, el lago cuenta con un
área de 425 km2 y está ubicado a 26 metros sobre el nivel del mar, sirviendo de
paso para los barcos que transitan el canal de Panamá, por 33 kilómetros a
través del istmo, imponiéndose su recorrido como el mayor atractivo para la
industria mundial de cruceros y causando su embalse la inmersión parcial del
histórico Camino de Cruces.
Imagínense
ustedes, encontrarse en esa época y visualizar el progreso del embalse, día a
día rellenando forrajes como si se tratase de una piscina naturalmente ondeada
por sus valles y cuestas, convirtiéndose sus montañas en islas que fueron
acaparando como el arca de Noé, animalillos de variadas especies, que surgían a
sus cimas para escapar el ahogo de las aguas circundantes.
Es
así como nace Barro Colorado, la isla más vasta del canal de Panamá ubicada en
su medula con una extensión de 1,500 hectáreas.
Declarada reserva biológica en 1923, es actualmente la más estudiada
área biológica de los trópicos del mundo, administrada por Smithsonian
Institution a partir de 1946, hogar de 1,316 especies de plantas, 381 géneros de
aves y 102 familias de mamíferos, que cuenta con una red de caminos de 59 kilómetros
marcados y protegidos.
Al
alba del jueves pasado, iluminado por los destellos de una brillante luna
llena, conduje los 27 kilómetros desde el corazón de Bella Vista hasta el
muelle de Smithsonian en Gamboa, cruzando el enclenque puente de una vía que traslada
a este poblado, después de 11 kilómetros de adentrarme al Parque Nacional
Summit y sus juguetonas azuladas mariposas.
Liderando una expedición de la Comisión de Turismo de APEDE, nos recibe
en el estacionamiento del muelle de Smithsonian, frente al oleoducto cuyos
caminos son manantiales de inspiración tropical, Wendy Almillateguí, nuestra radiante guía que
durante las siguientes horas se convertiría en fuente inagotable de
conocimientos.
A
las 7:15 A.M. justo a la marca del reloj, la moderna lancha de transporte del
Instituto Smithsonian Jacana (que significa Jacaneidae,
colorida ave tropical de largas patas e increíbles garras en forma de
chapaletas) nos traslada desde el muelle de Gamboa hasta el centro científico
de Barro Colorado en 35 minutos rodeados de creciente verdor, enormes
portacontenedores y barcazas de dragado.
Para
tener una idea sobre la majestuosidad del sitio, basta con desmenuzar los
números que nos indican que la república, cobijada por virginales bosques en 97%
de su superficie en 1903, al celebrar su centenario solamente contaba con 44%, cifra
cada día mayormente desfigurada para dar surgimiento a las cárceles de concreto
que son nuestras ciudades del siglo XXI.
Allí, antes de iniciar nuestra gira, en el comedor del edificio principal,
conversamos con dos guardabosques de la Policía Nacional, apostados
permanentemente en la isla para prevenir la ruin cacería por dislocados homo
sapiens.
Venimos
preparados para adentrarnos a los senderos de la isla, embotados y con ropa
ligera de campo, gorras y sombreros, provisiones de agua, cámaras fotográficas
y hasta repelentes contra insectos que jamás necesitamos. El bosque, como todos los bosques tropicales
primarios, nos acogió con tal frescura como si se hubiese encendido un aire
acondicionado natural oxigenando nuestra travesía con una brisa pura de verano.
Ya
en su seno, se acentúa la cadencia de sonidos, resaltando insectos, aves y
monos, cada uno con su particular sinfonía dejando una clara evidencia de plena
vida. Examinando los suelos, observamos
como las arrieras podan más del 15% de todas las hojas producidas en el bosque
para fertilizar los hongos que cultivan como alimento en sus nidos subterráneos.
Volteando
la mirada hacia arriba, percibimos bailoteando un gran árbol de espavé (Anacardium
excelsum) que bombea 54 kg de agua desde el suelo hasta sus empinadas
hojas diariamente, albergando en sus copas las 5 juguetonas especies de monos
que habitan la isla, todas ellas nativas de Panamá: el Mono Araña, el Capuchino
Cari-blanco, el Tamarín de Geoffrey, el Mono Aullador y el Mono Nocturno.
Repentinamente,
del vientre de la selva cuan Amazona aflora la silueta de una radiante
científica nica, oriunda de Chinandega, la investigadora Lucía Torréz, quien nos
deleita con su parábola sobre los monos capuchinos, fruto de sus estudios,
cuyos sellos se ven reflejados en sus cuantiosos y originales escritos. Simpática gacela que orgullosamente
mostrándonos sus jaurías de pintorescos simios nos recuerda todo lo visto en
esta extraordinaria jornada en la joya del canal de Panamá. Si Costa Rica se jacta de ser verde, nosotros
somos más aun. Si usted, amable lector,
no ha visitado este resplandeciente paraje, sencillamente no sabe lo que ha
desaprovechado. ¡No se lo pierda!
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