lunes, 6 de enero de 2014

Montréal: La Joie de Vivre

Revista Vivir Más
Diario La Prensa
Enero 26, 2014

Montréal: La Joie  de Vivre
Jaime Figueroa Navarro

Rastreando más de 4 siglos, al seguir los pasos del explorador francés Jacques Cartier quien descubrió Canadá serpenteando las costas de la provincia de Quebec en 1542, generando un emporio a través de la comercialización de pieles con los nativos Algonquin, frisaba mis 15 años al visitar Montreal en 1967.

Para conmemorar el centenario de Canadá, Montreal se convirtió en la sede de la feria mundial conocida como Expo 67, con pabellones de 62 países, la exposición más exitosa en el siglo XX hasta esa época, atomizando los record de asistencia total (50 millones de visitantes, albergando Canadá entonces escasos 20 millones de ciudadanos) y diaria (con un impresionante numero de 569,500 almas el tercer día) durante su vigencia de abril a octubre de 1967.

Al optar por el grado de Eagle Scout en el Post 31 de Exploradores de Assumption Preparatory School en Worcester, Massachusetts, fui el único scout incluido dentro del grupo de adultos responsable por los preparativos de este viaje de verano de 8 días, convirtiéndose en mi ensayo inaugural como agente de viajes.

Al finalizar el año escolar, durante la primera semana de junio nos trasladamos en una caravana de 6 automóviles desde Worcester a Montreal, una distancia de 333 millas, siendo para mi motivo de distinción, al tomar muy en serio mi rol, servir como copiloto del vehículo líder, con mapa en mano, pendiente de los demás que nos seguían y de la bitácora  del recorrido abordo del Oldsmobile Toronado, color champaña niebla, modelo 1966 del Sr. Anthony DeFeo, campechano y hablantín capataz de correos de descendencia italiana y padre de uno de mis compañeros.
 
El galopante automóvil de dos puertas, cincelado por una carrocería espacial e imponente motor V8, fluía a gran velocidad durante el trayecto iniciado en la autopista Massachusetts Turnpike, dirección oeste rebasando la ciudad de Springfield, donde nace el baloncesto en 1891 y sede del Basketball Hall of Fame, hasta la autopista 91 norte e ingresamos al estado de Vermont, transfiriéndonos en White River Junction a la autopista 89 norte, atravesando la capital estatal de Burlington, hasta la frontera con Canadá, donde el Sr. DeFeo mintió al agente de inmigración diciendo que todos éramos ciudadanos de Estados Unidos permitiéndonos la entrada sin pestañear, tema que me preocupó por el viaje de retorno, pero el Sr. DeFeo, después de todo como buen empleado postal, era tan convincente en su hablar y su automóvil tan elegante que no topamos problema alguno con el agente de inmigración al reingresar a Estados Unidos.  ¡Otros tiempos aquellos!

Con un par de paradas que incluyeron una merienda, alcanzamos nuestro destino en poco más de cuatro horas.  Saturar el tanque de combustible de 24 galones, costó menos de $6 en una estación de gasolina Sinclair identificada por la tradicional silueta del dinosaurio verde (a 25 centavos el galón), apuntando la aguja un tris sobre el cuarto de tanque a nuestro arribo a Montreal.

Al cruzar la frontera, ya se notaba la diferencia irradiando el particular encanto de las verdes praderas agrícolas de Quebec, con una temperatura agradable, ni muy muy, ni tan tan, como si tuviésemos en el medio ambiente el aire acondicionado bajito, aproximándonos a Saint-Jean, poblado justo al sur de Montreal, con sus distintivos letreros en francés, particularmente aquel de arrêt en lugar de stop o alto.

Para nosotros, acostumbrados al calor tropical, resulta harto charmant una inmersión a Montreal durante el verano.  Para mí, en lo particular, no permití que la majestuosidad de la feria mundial opacará la personalidad única de la ciudad.
A estas alturas de la vida, dominando íntimamente Norteamérica, puedo afirmar que es una de esas orbes que me seducen como miel al panal, en ese respecto símil a sus homologas estadounidenses Boston, San Francisco y  New Orleans, incluso en el original detalle de las placas de sus automóviles que distinguen a Quebec como la belle province.

Arraigada en la tradición e idioma francés, tuve que practicar mis limitadas palabritas en la lengua de Molière, notando un muy distintivo acento (por ejemplo, la palabra padre la pronuncian paer en vez del francés per).  Después de París, Montreal es la segunda ciudad francófona del mundo, con una población metropolitana que sobrepasa los 4 millones de habitantes.  Ubicada en una isla, igual que la Ciudad de Nueva York, rodeada por la confluencia de los ríos San Lorenzo y Ottawa, su nombre proviene del cerro de 3 picos en su médula bautizado como Monte Real en francés.         

Durante mis múltiples visitas me pude percatar que cada temporada goza de su distintivo atractivo.

En el verano, de julio a septiembre, abundan los ciclistas que se pueden apreciar desde los cafés y centros comerciales al aire libre, aprovechando la temporada de La Ronde, el fantástico parque temático para toda la familia en el centro de la ciudad, sede de la competencia de fuegos artificiales L’International des Feux Loto-Québec, donde Le Monstre, su montaña rusa, mantiene el record mundial como la más prominente.  Cercano se puede practicar rafting en las aguas turbulentas del rio San Lorenzo o visitar el parque acuático Calypso, el más grande de Canadá.  Para los amantes de la música y cultura, existe una variedad de selecciones, desde el Festival de Jazz y Festival del Cine hasta el certamen de comedias, Juste Pour Rire.

El otoño, de octubre a diciembre, suscribe la apertura del año académico, donde a nivel superior resaltan la francófona Universidad de Montreal,  con 13 facultades, más de 60 departamentos y dos escuelas afiliadas: École Polytechnique (Ingeniería) y HEC Montréal (Administración de Empresas) y su homologa anglófona, Mc Gill University, considerada la “Harvard de Canadá”, ornamentada con uno de los más hermosos campuses del mundo bordeando el Monte Real. En mis años de estudios al visitar la ciudad solía frecuentar el apartamento de mi querido amigo y compatriota, estudiante de finanzas en McGill, Gabriel Pereira Véliz en Ainsley Street, donde cual Violinista en el Tejado, las notas de boleros que emanaban de su guitarra desde su melódico balcón afloraban, en lugar de quejidos, vítores de vecinos y paseantes.  El entorno manifiesta una impresionante paleta natural de colores con el lento desprendimiento de las matizadas hojas de los árboles, fructificando con la celebración del día de Acción de Gracias el segundo lunes del mes de octubre, más cercano a las tradiciones de Europa que de Estados Unidos y precursor en Norteamérica a la celebración de Thanksgiving, desde 1578, cuarenta y tres años anterior al atraco de los Pilgrims en Plymouth, Massachusetts.

El invierno, de enero a marzo, remite la nieve y en particular el hockey sobre hielo, la más notable pasión nacional, donde destaca el equipo Montreal Canadiens por su similitud a los Yankees de Nueva York en el béisbol, adjudicándose la Copa Stanley como el campeón de la Liga Nacional de Hockey en 24 ocasiones, más que cualquier otro equipo en la historia, aprovechando la temporada para la practica de otros deportes invernales, donde sobresalen el ski, tobogán y patinaje sobre hielo.  Recubriendo el pastel con crema, no olvidemos que el Estadio Olímpico de Montreal fue testigo el 20 de junio de 1980 de la más destacado página de la historia deportiva istmeña al destronar Roberto Durán al invicto campeón mundial welter de boxeo, Sugar Ray Leonard, quien había devengado la medalla Olímpica de oro en ese mismo recinto en 1976.    

La primavera, de abril a junio, es la época del deshielo y renacer como el resto del septentrional, transformando la blancura de las nieves en un derroche de multicolores y vistosas flores, donde se desperezan nuevamente castores y osos después de estar envueltos por los brazos de Morfeo durante el largo invierno.  Es el período ideal para trasladarse a una de las múltiples  “chozas de azúcar” y aprender todo lo relativo a la recolección del jarabe de arce, siendo la provincia de Quebec su mayor productor mundial.  Para obtener el jarabe se realizan perforaciones en los troncos de los arboles de arce y se insertan unos tubos llamados spiles. Éstos hacen que la savia gotee y quede contenida en baldes o en tuberías plásticas.  Debido a su importancia económica, el arce es el emblema de Canadá, y su hoja está representada en la bandera canadiense.  Visitar Montreal en primavera y no vivir esta experiencia, es equivalente a encontrarse en nuestras tierras altas y no acudir a una gira por sus cafetales y catar sus aromáticos cafés.


Visitar el viejo Montreal, denominado Ville-Marie por los franceses en 1642, raya con una visita a nuestro casco antiguo, fundado 31 años después, en 1673, convirtiéndonos en ciudades gemelas con un particular retrato de Manhattan y Venecia en la misma plaza.  En el viejo y moderno Montreal se fusionan una oferta gastronómica de calidad mundial con platillos de todas las nacionalidades, museos, mercados agrícolas, vida nocturna, la pequeña Italia, Quartier Latin y oh lá lá! el recién firmado convenio aéreo expandido entre Canadá y Panamá que pronto nos permitirá vuelos directos hacia esa ciudad. Voilà Montreal, la joie de vivre!  

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