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Diario La Prensa
Enero 26, 2014
Montréal: La Joie de Vivre
Jaime
Figueroa Navarro
Rastreando más de 4 siglos, al seguir los
pasos del explorador francés Jacques Cartier quien descubrió Canadá
serpenteando las costas de la provincia de Quebec en 1542, generando un emporio
a través de la comercialización de pieles con los nativos Algonquin, frisaba
mis 15 años al visitar Montreal en 1967.
Para conmemorar el centenario de Canadá,
Montreal se convirtió en la sede de la feria mundial conocida como Expo 67, con
pabellones de 62 países, la exposición más exitosa en el siglo XX hasta esa
época, atomizando los record de asistencia total (50 millones de visitantes,
albergando Canadá entonces escasos 20 millones de ciudadanos) y diaria (con un
impresionante numero de 569,500 almas el tercer día) durante su vigencia de
abril a octubre de 1967.
Al optar por el grado de Eagle Scout en el
Post 31 de Exploradores de Assumption Preparatory School en Worcester,
Massachusetts, fui el único scout incluido dentro del grupo de adultos
responsable por los preparativos de este viaje de verano de 8 días,
convirtiéndose en mi ensayo inaugural como agente de viajes.
Al finalizar el año escolar, durante la
primera semana de junio nos trasladamos en una caravana de 6 automóviles desde
Worcester a Montreal, una distancia de 333 millas, siendo para mi motivo de
distinción, al tomar muy en serio mi rol, servir como copiloto del vehículo
líder, con mapa en mano, pendiente de los demás que nos seguían y de la
bitácora del recorrido abordo del
Oldsmobile Toronado, color champaña niebla, modelo 1966 del Sr. Anthony DeFeo,
campechano y hablantín capataz de correos de descendencia italiana y padre de
uno de mis compañeros.
El galopante automóvil de dos puertas,
cincelado por una carrocería espacial e imponente motor V8, fluía a gran velocidad
durante el trayecto iniciado en la autopista Massachusetts Turnpike, dirección
oeste rebasando la ciudad de Springfield, donde nace el baloncesto en 1891 y
sede del Basketball Hall of Fame, hasta la autopista 91 norte e ingresamos al
estado de Vermont, transfiriéndonos en White River Junction a la autopista 89
norte, atravesando la capital estatal de Burlington, hasta la frontera con
Canadá, donde el Sr. DeFeo mintió al agente de inmigración diciendo que todos
éramos ciudadanos de Estados Unidos permitiéndonos la entrada sin pestañear,
tema que me preocupó por el viaje de retorno, pero el Sr. DeFeo, después de
todo como buen empleado postal, era tan convincente en su hablar y su automóvil
tan elegante que no topamos problema alguno con el agente de inmigración al
reingresar a Estados Unidos. ¡Otros
tiempos aquellos!
Con un par de paradas que incluyeron una
merienda, alcanzamos nuestro destino en poco más de cuatro horas. Saturar el tanque de combustible de 24
galones, costó menos de $6 en una estación de gasolina Sinclair identificada
por la tradicional silueta del dinosaurio verde (a 25 centavos el galón),
apuntando la aguja un tris sobre el cuarto de tanque a nuestro arribo a
Montreal.
Al cruzar la frontera, ya se notaba la
diferencia irradiando el particular encanto de las verdes praderas agrícolas de
Quebec, con una temperatura agradable, ni muy muy, ni tan tan, como si
tuviésemos en el medio ambiente el aire acondicionado bajito, aproximándonos a
Saint-Jean, poblado justo al sur de Montreal, con sus distintivos letreros en
francés, particularmente aquel de arrêt en lugar de stop o
alto.
Para nosotros, acostumbrados al calor
tropical, resulta harto charmant una
inmersión a Montreal durante el verano.
Para mí, en lo particular, no permití que la majestuosidad de la feria
mundial opacará la personalidad única de la ciudad.
A estas alturas de la vida, dominando
íntimamente Norteamérica, puedo afirmar que es una de esas orbes que me seducen
como miel al panal, en ese respecto símil a sus homologas estadounidenses
Boston, San Francisco y New Orleans, incluso
en el original detalle de las placas de sus automóviles que distinguen a Quebec
como la belle province.
Arraigada en la tradición e idioma francés,
tuve que practicar mis limitadas palabritas en la lengua de Molière, notando un muy distintivo acento (por ejemplo, la palabra padre la pronuncian paer en vez del francés per). Después de París, Montreal es la segunda
ciudad francófona del mundo, con una población metropolitana que sobrepasa los
4 millones de habitantes. Ubicada en una
isla, igual que la Ciudad de Nueva York, rodeada por la confluencia de los ríos
San Lorenzo y Ottawa, su nombre proviene del cerro de 3 picos en su médula bautizado
como Monte Real en francés.
Durante mis múltiples visitas me pude
percatar que cada temporada goza de su distintivo atractivo.
En el verano, de julio a septiembre,
abundan los ciclistas que se pueden apreciar desde los cafés y centros comerciales
al aire libre, aprovechando la temporada de La
Ronde, el fantástico parque temático para toda la familia en el centro de
la ciudad, sede de la competencia de fuegos artificiales L’International
des Feux Loto-Québec, donde Le Monstre, su montaña rusa, mantiene el
record mundial como la más prominente.
Cercano se puede practicar rafting en las aguas turbulentas del rio San
Lorenzo o visitar el parque acuático Calypso,
el más grande de Canadá. Para los
amantes de la música y cultura, existe una variedad de selecciones, desde el
Festival de Jazz y Festival del Cine hasta el certamen de comedias, Juste Pour Rire.
El otoño, de octubre a diciembre, suscribe
la apertura del año académico, donde a nivel superior resaltan la francófona
Universidad de Montreal, con 13
facultades, más de 60 departamentos y dos escuelas afiliadas: École
Polytechnique (Ingeniería) y HEC Montréal (Administración
de Empresas) y su homologa anglófona, Mc Gill University, considerada la
“Harvard de Canadá”, ornamentada con uno de los más hermosos campuses del mundo bordeando el Monte
Real. En mis años de estudios al visitar la ciudad solía frecuentar el
apartamento de mi querido amigo y compatriota, estudiante de finanzas en
McGill, Gabriel Pereira Véliz en Ainsley Street, donde cual Violinista en el
Tejado, las notas de boleros que emanaban de su guitarra desde su melódico
balcón afloraban, en lugar de quejidos, vítores de vecinos y paseantes. El entorno manifiesta
una impresionante paleta natural de colores con el lento desprendimiento de las
matizadas hojas de los árboles, fructificando con la celebración del día de
Acción de Gracias el segundo lunes del mes de octubre, más cercano a las
tradiciones de Europa que de Estados Unidos y precursor en Norteamérica a la
celebración de Thanksgiving, desde
1578, cuarenta y tres años anterior al atraco de los Pilgrims en Plymouth,
Massachusetts.
El invierno, de enero a marzo, remite la
nieve y en particular el hockey sobre hielo, la más notable pasión nacional,
donde destaca el equipo Montreal Canadiens por su similitud a los Yankees de
Nueva York en el béisbol, adjudicándose la Copa Stanley como el campeón de la
Liga Nacional de Hockey en 24 ocasiones, más que cualquier otro equipo en la
historia, aprovechando la temporada para la practica de otros deportes
invernales, donde sobresalen el ski, tobogán y patinaje sobre hielo. Recubriendo el pastel con crema, no olvidemos
que el Estadio Olímpico de Montreal fue testigo el 20 de junio de 1980 de la
más destacado página de la historia deportiva istmeña al destronar Roberto
Durán al invicto campeón mundial welter de boxeo, Sugar Ray Leonard, quien
había devengado la medalla Olímpica de oro en ese mismo recinto en 1976.
La primavera, de abril a junio, es la época
del deshielo y renacer como el resto del septentrional, transformando la
blancura de las nieves en un derroche de multicolores y vistosas flores, donde
se desperezan nuevamente castores y osos después de estar envueltos por los
brazos de Morfeo durante el largo invierno.
Es el período ideal para trasladarse a una de las múltiples “chozas de azúcar” y aprender todo lo
relativo a la recolección del jarabe de arce, siendo la provincia de Quebec su
mayor productor mundial. Para obtener el jarabe se realizan perforaciones en los troncos de los arboles
de arce y se insertan unos tubos llamados spiles. Éstos hacen que la
savia gotee y quede contenida en baldes o en tuberías plásticas. Debido a su importancia económica, el arce es
el emblema de Canadá, y su hoja está representada en la bandera canadiense. Visitar Montreal en primavera y no vivir esta
experiencia, es equivalente a encontrarse en nuestras tierras altas y no acudir
a una gira por sus cafetales y catar sus aromáticos cafés.
Visitar el viejo Montreal, denominado Ville-Marie por los
franceses en 1642, raya con una visita a nuestro casco antiguo, fundado 31 años
después, en 1673, convirtiéndonos en ciudades gemelas con un particular retrato
de Manhattan y Venecia en la misma plaza.
En el viejo y moderno Montreal se fusionan una oferta gastronómica de
calidad mundial con platillos de todas las nacionalidades, museos, mercados
agrícolas, vida nocturna, la pequeña Italia, Quartier Latin y oh lá lá! el recién firmado convenio
aéreo expandido entre Canadá y Panamá que pronto nos permitirá vuelos directos
hacia esa ciudad. Voilà Montreal, la joie de vivre!
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