Diario
Panamá América
15 de
marzo 2014
Llora y Arde el Alma Llanera
Jaime
Figueroa Navarro
Utilizando
jerga venezolana para llamar la atención de los lectores, "está arrecha la vaina" es la frase con lo que mejor se podría describir la situación del hermano país, y es el vocablo que cultivé de mi vecino
Néstor Briceño en Pembroke Pines, Florida, hace más de una década. Haciendo alarde de sus habilidades gastronómicas,
su querida esposa Lourdes dedicaba interminables horas a la preparación de apetitosas
ayacas, el más popular y tradicional plato navideño de la tierra de Bolívar,
algo así como un tamal de los nuestros, pero mejorado, bajo el ojo clínico de
sus retoños Néstor Jr., Nicole y Mónica, quienes de esta forma cristalizaban las festividades
del niño Jesús, con amistades y
afortunados vecinos que nos deleitábamos del festín bolivariano y de su afable
compañía.
La
relación de acentuada amistad, admiración y constantes muestras de cariño con
la familia Briceño me ayudó a comprender íntimamente la realidad del hermano
país sudamericano. Ello, agregado a más
de cincuenta viajes durante la década del noventa a ciudades y poblados a lo
largo y ancho del Arauca vibrador, raíz de mi relación comercial con Telcel, su
mayor operador de telefonía móvil, como proveedor de torres celulares para el trazado
de su red nacional, intimando, entre otras, su capital Caracas, Maracaibo (su centro petrolero), Barquisimeto (la ciudad de los
crepúsculos), Mérida (centro turístico y
estudiantil), San Cristóbal, Valencia y Maracay. En el oriente, Maturín (quien empieza a
discutirle a Maracaibo su importancia petrolera), Puerto La Cruz (centro
turístico y petrolero) y El Tigre. Al
sur, Ciudad Bolívar y Ciudad Guayana (centro siderúrgico), sin olvidarnos de la
paradisiaca isla de Margarita en el caribeño estado de Nueva Esparta.
Anterior
al capitulo político del chavismo aludía a mis anfitriones en ese imponente
país, lo dichoso y afortunado que eran, comparados a sus vecinos
latinoamericanos y caribeños, de ser hijos de una tierra fértil, bendecida por
la naturaleza con una inmensa riqueza mineral, petrolífera y ecológica,
agraciada por la inmigración de alemanes, españoles peninsulares y canarios,
italianos, portugueses y ciudadanos de otros lares de este mundo, quienes a
través de tesonera labor y profundas aptitudes empresariales, convergieron en
la tarea de levantar el país y dotarle de una cautivadora especie humana única,
que en adición a los apuestos nativos yanomamis, se convirtieron en los mas
dignos representantes de la américa entera en sus concursos de belleza y
telenovelas ¡gente guapa, alegre y bonachona!
Se
trataba de un país estupendo dentro de la realidad latinoamericana. Recuerdo a mediados de los años setenta
cuando más de medio millar de universitarios venezolanos, a través de la beca
Mariscal de Ayacucho, merodeaban el campus de mi alma mater en Lincoln,
Universidad de Nebraska. Me preguntaba,
si dentro de ese gélido frio polar del medio oeste americano que da carácter y
personalidad, cosquilleaban estos quinientos venezolanos, cuantos miles de sus
compatriotas estarían dispersos por toda la nación y allende en Europa, Asia y
otras geografías más cálidas. Sentía entonces
profunda admiración y orgullo por un país que dedicaba sus recursos en
desarrollar su gente y crear cuadros de valiosos profesionales.
Están
en el estado de Florida, bastión de otros admirables caribeños, los cubanos,
quienes a partir de los sesenta dieron su cha cha cha, corazón y alma al empeño
de establecer la capital latinoamericana en Miami. Y lo hicieron con creces en el exilio, abofeteando
a Fidel y su retrogrado socialismo y a todos los gringos que no creían lo que
estaban viendo y menos aun, que pronto avistarán su primer mandatario de origen
latino. Los venezolanos se establecieron
en Weston, poblado en el condado anglo de Broward, al oeste de Fort Lauderdale,
rebautizándole Westonzuela. Y en el corazón del cubanoamericano condado
de Dade, se apoderaron de Doral, radiante poblado cercano al aeropuerto de
Miami, reemplazando el “te llamo patrás”
cubano, el “tírame una perdida” panameño,
por un “chamo, te llamo ahorita.”
Es
trágico el episodio que vive Venezuela hoy, ingrato y fatídico recuerdo del
istmo hace un cuarto de siglo. Valiente
y enérgico resplandece el mensaje de nuestro gobierno, ante la cobardía y
desdeño, por intereses creados, de una américa latina que nos debe
avergonzar.
Y ahora están en Panamá, por doquier, como la simpática Cecilia Blohm en Pedasí, que nos hace sentir en casa al hospedarnos en su boutique hotel Lajagua, en mayoría concentrados en Costa del Este. Empresarios, trabajadores, producto de buenas costumbres, agradecidos por nuestra cálida hospitalidad, mejoran nuestra estirpe. Tanto es así, que mi única nieta, Fátima Figueroa también goza de raíces venezolanas. ¡Con eso lo he dicho todo!
buenísimo Jaime!
ResponderEliminarGracias, Jaime, por resaltar nuestros valores cuyo rescate està costando tanto sacrificio.
ResponderEliminarImperativo agradecerle al gobierno de Panamà su actitud digna y responsable ante el cinismo de "La Revolución" y en defensa de la Democracia... y urgente el compromiso de los venezolanos en el exterior en defender , en la medida de nuestras posibilidades, los principios y valores, tradiciones y costumbres, de sus patrias adoptivas.
Un fuerte abrazo para tí y los tuyos!