Diario Panamá América
8 de marzo 2014
¡Vienen
los Rusos!
Jaime
Figueroa Navarro
“The
Russians are coming!” se titula la comedia de Hollywood, filmada en 1966, donde
el submarino soviético Спрут (Pulpo) encalla en las costas de Gloucester,
poblado cercano a Boston en Nueva Inglaterra.
Tras una serie de traspiés que elevan la solidaridad humana, traspasando
el nacionalismo en plena Guerra Fría a través del ridículo y risotadas, el
sumergible se zafa durante la marea alta y logra escapar acompañado de una
escolta de pescadores locales, ahora amigos a bordo de langosteros, ante la inminente
amenaza de cazas de la fuerza aérea norteamericana. Con una legendaria caja de Cracker Jack, amalgama
de palomitas de maíz con maní en una mano, y en la otra una refrescante y muy
azucarada gaseosa de uva Polar Bear de 32 onzas (disponible en aquellos
tiempos, a 5X$1), recuerdo haber escudriñado esta película en el recién remozado
Showcase Cinema en la avenida central de Worcester, ciudad medular de
Massachusetts, poco tiempo después de su lanzamiento durante mis años de
estudios secundarios en aquella metrópoli industrial, segunda en tamaño e
importancia del Commonwealth, paladeando intensamente su trama y la
imaginación creativa de sus autores.
¿Quién pensaría que al voltear
las paginas de la historia, ocurriría medio siglo después un capitulo símil, ya
sin aroma a comedia, con la invasión rusa de Ucrania, su republica soviética
aliada anterior al desbando del comunismo durante la Perestroika resultante
del glasnost (apertura) de Gorbachov a mediados de la década de 1980?
Esta “invasión” es un peligrosísimo
precedente para la estabilidad mundial y la libertad, similar al blietzkrieg
(“guerra relámpago”, basado en el rápido movimiento de tanques) Nazi
durante la Operación Fall Weiss en septiembre de 1939 en que Hitler se
apodera de Polonia alegando la política de Lebensraum (asegurar el
espacio vital para la sobrevivencia alemana), sirviendo como detonante para la
Segunda Guerra Mundial.
La única contradicción, es que
en este caso, no se trata de una parodia dentro de una helada sala de cine,
sino de jugadores claves de ambos bandos que parecen no haber asimilado la
savia de la historia. Fue precisamente
la indiferencia occidental
ante el caso de Polonia, la que afinó la carta blanca que buscaba Hitler para continuar
con su experimento y tratar de hacerse de las suyas con Europa, Rusia y el
mundo. Y esta vez la reacción de las
potencias mundiales tiene que hacerse evidente, quirúrgica y expedita. Estados Unidos lidera la retorica con acciones
punitivas y puntuales que ya están haciendo efecto. Los miembros de la Unión Europea, por otro
lado, han sido más cautelosos por su dependencia energética, importantes
importaciones de petróleo y gas ruso. Resulta sobremanera preocupante que la
líder alemana Angela Merkel haya declarado que en su conversación de más de una
hora con el camarada Putin el lunes, le encontró, como en combinación de estado
etílico o bajo el efecto de cannabis, tal si estuviese participando
atolondradamente en murgas carnestolendas,
totalmente fuera de si.
Todo parece indicar que en el
rompecabezas político mundial, el Presidente Putin, antiguo teniente coronel de
la KGB, que prefiere trabajar bajo las sombras, guarda una visceral sospecha
sobre revoluciones en las antiguas republicas soviéticas, jugando al ajedrez
mientras sus adversarios lanzan canicas.
A un Panamá, a miles de kilómetros de distancia, asediado por la siempre
vigente amenaza, a pesar de acuerdos firmados con un inescrupuloso GUPC que
pretende, a todas luces, al final del juego llevarse también las canicas,
debería preocuparle la situación en ultramar porque aunque no tenemos ni voz ni
voto en el baile, de seguir los dominós cayendo, al igual que el estratégico
baluarte de Crimea, también podemos ser víctimas del rejuego entre potencias,
la baja resultante en el comercio global y el volumen de trafico a través del
canal.
Ojala toda esta nueva tramoya
finalice como la pantomima de la película.
A estas alturas de la novela que es la historia, lúgubre seria desempolvar las irracionalidades
del pasado.
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