Diario
Panamá América
21 de
junio 2014
El vaivén del reloj
Jaime
Figueroa Navarro
En uno de mis viajes al viejo continente a comienzos de
siglo, anterior a la tragedia del 11 de septiembre porté de vuelta a casa dos
particulares recuerdos: de Toledo, España, una replica a tamaño real de La
Tizona, la impresionante espada del Cid Campeador, que adorna mi oficina
con estirpe y donaire y de Oberammergau, un
reloj cuckoo hecho a mano en madera que hace famoso a este poblado
cercano a Múnich en la Bavaria alemana, donde no quisiera vivir por la
constante trova a cada hora de miles de muestras en sus decenas de
tiendecitas. Por respeto a nuestro loro Clodomiro y por no desearle una
demencia precoz, nuestro cuckoo permanece callado al lado de su enorme
jaula en la cocina de nuestro apartamento.
Clodomiro es un loro de cresta amarillo, bien panameño,
de allá del valle de Antón, simpaticón y bilingüe. Espeta Mi Pollera
Colorada y también saluda al visitante gringo con un prolongado “Hello
Baby”. Mi rutina diaria nos encuentra al deleitable aroma que emana
de la cafetera a las cuatro de la mañana mientras caliento en el micro
ondas mi desayuno que consiste de un tercio de taza de avena con agua y canela
que preparo todas las noches antes de acostarme, volcando una cucharadita de
azúcar morena y una lagrima de leche en la taza del café y destapando el
multivitamínico, una gragea de CoQ10 y otra de picolinato de cromo para calentar
los motores y el pensamiento. Como Clodo piensa que soy gringo, después
de la leve bullanguera, me saluda con un “Hello Baby”. Acto
seguido le rasco por largo rato la cabeza y espalda, al
final entregándole una galleta de fibra y miel.
Con mi café a mano, me introduzco a mi oficina.
Tengo el raro privilegio de contar con ella contigua a mi apartamento, tema que
muchos objetaron la década pasada como desatinado, tildándome de ratón de
oficina al remodelar el amplio espacio para la creación de ambos ambientes.
Ahora con los tranques tan de moda en nuestra metrópolis, me ensalzan de genio.
Allí, sin interrupción alguna, dedico una hora y media
a escudriñar un sinnúmero de diarios, entre otros el italiano Corriere
della Sera, el madrileño El País, Le Monde de Paris y el Bostoniano Globe
guardando para el final la lectura de los periódicos locales,
frecuentemente compartiendo con colegas uno que otro interesante editorial.
Subo al apartamento de mi madre y le dedico valioso
tiempo a desperezar la mente, escuchar sus sueños y saborear la naranja que con
privativo cariño me pela todas las mañanas. Como la naranja, es muy
especial y dulce esa Mercecín. Me narra sus ritos diarios, describiendo
el menú del mediodía, para que le acompañe cuando mis quehaceres lo
permitan. Aprecia a tus progenitores y amales profundamente.
Es un mandamiento, además de un deleite.
Acto seguido, me rasuro y me visto para ir a mi gimnasio,
donde pasan ocurrencias muy particulares. El gimnasio esta ubicado a unos
quince minutos de mi casa, en un quinto piso. Por reparaciones al área de
estacionamiento, solamente podemos subir hasta el cuarto piso, donde los
atletas toman el elevador al quinto piso mientras yo subo por las
escaleras. Después de todo, se va al gimnasio a hacer ejercicios ¿o
no? Frecuentemente encuentro la puerta de entrada al estacionamiento
abierta, destapando el aire acondicionado, desaire al sentido común en esta
época de cada vez mas caras energías. Siempre la cierro.
En el gimnasio troto cuarenta y cinco minutos mientras me
deleito con el balbuceo de damas narrando el ultimo divorcio, quien anda con
quien y las ultimas novedades istmeñas, que hacen pasar el tiempo volando
anterior a una abreviada sesión de pesas. Esta rutina que acostumbro a
diario desde mis años mozos no es un culto a la vanidad sino más bien a la
salud. La mayoría de nosotros trabajamos más de la mitad de la vida
ahorrando para gastarnos el tesoro en médicos, hospitales y medicamentos al
final del camino. No pretendo que ese sea mi caso.
Posterior a mi rutinaria lectura matinal y de escuchar a
las damas con todos los pormenores locales, llego a la conclusión que
sabiduría es poder, mi presión es 120/80 y mi estado anímico vibrante. El
resto de la faena, el vaivén del reloj se ve positivamente aspectado, saludando
afectuosamente a mis congéneres siempre con una sonrisa y haciendo de mi vida
una pasión por vivirla, porque gozo de excelente salud, de la enorme dicha
de estar en este paraíso y de hervir bajo su sol de mediodía.
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