Al ocaso de la década de los ochenta, solté el biberón de IBM, multinacional con quien aprendí a gatear, balbuceando y plasmando mis primeros pasitos con un líder que no dejaba de consignarnos al kínder profesional, pasando rápidamente por primaria y secundaria para el análisis de casos, clonándonos en ejecutivos pensantes de camisa blanca y traje obscuro, otorgándonos tal vez uno o dos doctorados en ventas y tecnología a través de su extenso currículo de cursos y seminarios que ocupaban de 30 a 90 días de cada año, dentro de los cuales el más importante, el por siempre vigente común denominador para el éxito en la comunicación profesional, era Técnicas de Presentación.
Parte de mi instrucción, la de mayor regocijo, fue la obligada visita a cada una de sus sedes latinoamericanas al epilogo de mi carrera, premiado período en su matriz neoyorquina. Tajantemente diferente fue el capitulo subsiguiente en la industria de telecomunicaciones, conformando 13 años bogando los senderos no visitados, allende de las capitales, en pueblitos y aldeas, veredas poco frecuentadas y picachos andinos, alejadas provincias donde se manifiesta la verdadera esencia del continente.
Parte de mi instrucción, la de mayor regocijo, fue la obligada visita a cada una de sus sedes latinoamericanas al epilogo de mi carrera, premiado período en su matriz neoyorquina. Tajantemente diferente fue el capitulo subsiguiente en la industria de telecomunicaciones, conformando 13 años bogando los senderos no visitados, allende de las capitales, en pueblitos y aldeas, veredas poco frecuentadas y picachos andinos, alejadas provincias donde se manifiesta la verdadera esencia del continente.
Se transforman los visitantes al escalar y admirar la mística de las ruinas Incas sobre la cúspide de Machu Picchu, a 2,730 metros sobre el nivel del mar en los Andes peruanos, absortos ante la majestuosidad del paraje.
Pocos conciben la legitima serenidad de navegar el lago Titicaca, que significa “puma de piedra” en el altiplano boliviano, casi al doble de altura, conducido por una tripulación quechua de sagaz acecho y cero confianza, divisando con el ceño fruncido las tenues olitas destelladas en el agua sobre la radiante luz, dentro de una nave fabricada de totora, planta símil al papiro, logrando intimar su mayor arrecife, la isla del Sol (o Inti), encaramando las escalinatas del cerro Yumani, donde a pesar de mis excelentes condiciones físicas, bombeó mi corazón a punto de explotar mientras mis extasiados pulmones tropicales esponjeaban en angustiosa búsqueda el limitado oxigeno en su cumbre para analizar la factibilidad de ubicar allí una torre celular Rohn, segundo capitulo de mi carrera profesional que me convierte sin reclamarlo, o como bien diría Rubén Blades “sin querer, queriendo” ni con la burda necesidad del beneplácito de autoridades que nunca obtuve, forzosamente en un Adelantado del turismo regional.
Hace una docena de años, ya de vuelta en el istmo, fragüé la amistad del español, oriundo de la localidad de Logroño en La Rioja, Iñaki Ruiz Osaba, propietario de las cabañas eco turistas Burbayar que en Kuna significa “espíritu de la montaña”, ubicadas en el kilometro 15 de la carretera El Llano-Cartí, anterior a su pavimentación, que se convierte ahora en la única y popular ruta, equidistante de la capital a Coronado, que se adentra al caribe de la comarca de San Blas.
Mas allá de Burbayar, al llegar al limite de la comarca, existe un retén donde Kunas armados colectan el derecho de entrada. Eso esta bien, después de todo lo que cobran es una minúscula tasa comparada a la grandiosidad que nos espera del otro lado de la frontera.
Pero, como mencioné respetuosamente a los sahilas durante un reciente congreso general Kuna en San Ignacio de Tupile (a los cuales se asiste por invitación solamente), tal cual subrayo necia y repetidamente a las diversas autoridades nacionales responsables por la otra porción “mestiza” del país, un tema es el cobro y el otro el mensaje: la amabilidad y atención que merece cada visitante para el positivo mercadeo del sitio y el continuado y creciente numero de visitas, resultado de su marcada popularidad, es clave para el éxito de la venta país.
¿Qué tal si en este sitio en medio de la selva construimos un rancho enorme a la semblanza Kuna, sitio obligatorio de parada, equipado con facilidades sanitarias pulcras y funcionales, con un enorme mapa del archipiélago, amplia literatura de actividades, centro de ventas de molas y artesanías, restaurante para atenuar la sed del viajero con frías pipas y para calmar su hambre con platillos autóctonos? ¿No seria ello harto más rentable para la comarca y un positivo punto de venta para su imagen?
¿Qué tal si en el embarcadero hacia Cartí y las otras islas de San Blas, los Kunas contasen con un moderno muelle dotado de lanchas de turismo, catamaranes y veleros en lugar de frágiles pangas? ¿Qué tal si los hoteles Kunas fuesen más un reflejo del turismo de lujo de las islas Cook, Fiji o la Polinesia francesa? No en vano sus blancas playas de transparentes aguas fueron recientemente premiadas por el rotativo parisino Le Monde como una de 40 más preciosas del mundo, honor no traslucido en ningún otro sitio istmeño. ¿Cómo redundaría ello en marcados beneficios económicos para una empobrecida población?
Todo esto me recuerda una película que vi hace muchas lunas en uno de los populares matinées dominicales del antiguo Teatro Bella Vista. En ese filme, seguramente italiano, que me halagó hasta lo más profundo de mis fibras, ¡los indios les ganan a los vaqueros por primera vez! ¡Fue tal mi emoción que se lo tuve que contar a mis sorprendidos padres y al Hermano Gastón en primer grado del colegio de La Salle! Ojala se repita…¡ojala se redoble aquí en el istmo!
Diario Bella Vista News
1 de Noviembre 2014
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