jueves, 9 de octubre de 2014

Esculpiendo Cerebros Tras Las Rejas


Dr. Gilberto Marulanda
Tras el podio, en vibrante compañía de la esplendente Dra. Ana Elena Porras, compartiendo en la audiencia el joven inversionista francés Mickael Mossé, bajo el timonel del Dr. Gilberto Marulanda, visionario maestro que rasca las molleras de privadas de libertad a través del programa de licenciatura en turismo en el Centro de Rehabilitación Femenino, impartí portando corbata amarilla especialmente seleccionada como distintivo de esperanza, mi conferencia Perspectivas del Turismo Istmeño para inspirar el corazón y el alma de aquellas mujeres que tras cometer un error, un pecado, buscan una hábil reinserción a la sociedad, para ser útiles en lugar de nuevamente delinquir.
Eran las siete y media de la mañana el jueves pasado cuando Mickael se acercó a recogerme a mi residencia bellavistina para el trayecto hasta San Miguelito que demoró exactamente una hora.  Jamás había estado en la cárcel de mujeres, por lo que no sabía a qué atenerme.  De saco y corbata, estilaba los zapatos negros que había lustrado como acostumbro todas las mañanas después de mi graduación de la academia militar hace ya más de cuatro décadas.  El teléfono celular y las cámaras son prohibidos dentro del presidio.  Por seguridad, solamente cargaba mi cédula, un puñado de tarjetas de presentación  y cinco Balboas, en billetes de uno.  Ni siquiera reloj o el anillo de matrimonio.  Sin la medallita de Santa María de Guadalupe, la española, y su correspondiente collar en oro, me sentía casi huérfano.
Ya en el estacionamiento, se nos acercaron dos guapas gendarmes, que asumo por respeto a la vestimenta y mis canas, nos acogieron con un muy cálido “¡Buenos días!” finamente correspondido con mi mejor sonrisa.  “Venimos a la conferencia”, les dije, como si fuese cuestión de todos los días que llegan personas ensacadas allí.  “Sígannos por favor”, ripostaron, sabiendo exactamente quiénes éramos.
El Dr. Marulanda nos esperaba en la recepción y de allí pasamos a un “cuartito de seguridad” donde nos revisaron sin mayor preámbulo, a sabiendas que éramos bona fide.  Posteriormente entramos al penal que para mi sorpresa era como una gran casa de vecinos, donde mientras algunas conversaban en un pequeño grupo, otras se dedicaban al aseo del área.  Por allí no se hallaban ni la sombra femenina de Pedro Navaja ni el acecho peligroso de una psicópata, tal y como lo pintan los filmes de Hollywood.
Durante la conferencia, abandoné el podio y me acerqué al publico, estableciendo contacto visual con cada una de las presentes, logrando de tal manera una intimidad profunda, tratando de analizar cada caso sin saber a ciencia cierta la razón de su presencia en el presidio.  La reclusa, históricamente rubricada y consignada por la sociedad como sujeto de pasiones por excelencia, debido a la distancia con la que la misma la separó del pensamiento científico y de la conciencia racionalista del mundo, esta cambiando en este siglo gracias al experimento pedagógico, evaporando la realidad de las privadas de libertad, para cuya gran mayoría no existía más ley que la violencia, ni mayor principio que el deseo.
No existen investigaciones sobre las convictas en Panamá que contengan un enfoque de género. Solo encontramos algunos datos parcialmente desglosados (estadísticas de hombres y mujeres) en los análisis de censos de los centros penitenciarios que preparó la Defensoría del Pueblo en 2006. Esta situación no debe llamar la atención ya que, como ya señalamos, aún hoy, en pleno siglo XXI, los estereotipos sobre las privadas de libertad siguen presentes.
El informe de la Defensoría del Pueblo, que comprendió al total de la población penitenciaria, indica que el porcentaje de mujeres en prisión es solo 7% del total.  Aunque 43% de ellas es menor de 30 años, las que sobrepasan los 50 años suman 7%, mucho más que los hombres (4%). Esto implica que la mujer inicia más tarde que el hombre su carrera delictiva.
La mayoría declara tener hijos, hecho que se repite con los hombres. Así, si consideramos a la población penitenciaria de ambos sexos, estimamos que unos 7,500 menores de edad viven sin padre o madre. Esto, por supuesto, implica un alto riesgo social para los niños.
Aunque 72% del total de detenidos en Panamá declaró estar empleado al momento de su arresto, el porcentaje disminuye a 53% en el caso de las mujeres. Del mismo modo, más de la mitad de las mujeres encarceladas declaró no percibir ningún ingreso cuando fue detenida, mientras que el porcentaje de hombres que afirmó lo mismo se reduce a 28%. Estos datos confirman la situación de vulnerabilidad de las mujeres detenidas.

Una nación que ha modernizado su atuendo, pasado por el estilista, tomado baños de sol y tonificado los músculos en el gimnasio debe consignar su atención al privado de libertad. No estamos mal, salvo que se trata de un país que ha sido diagnosticado con dos tumores galopantes que lo carcomen desde adentro: violencia y pobreza, y sobre eso no se está haciendo nada, o muy poco.  Amén que algunos de los que están dentro deberían estar fuera y muchos de los que están afuera, deberían estar dentro. ¡Nuestros candentes elogios al Dr. Gilberto Marulanda, a la Universidad de Panamá y su Centro Regional de San Miguelito por abrirnos los ojos y regentar esta encomiable iniciativa!
Diario Panamá América
11 de octubre, 2014

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