Dr. Gilberto Marulanda |
Eran las siete y media de la mañana el jueves pasado
cuando Mickael se acercó a recogerme a mi residencia bellavistina para el
trayecto hasta San Miguelito que demoró exactamente una hora. Jamás había
estado en la cárcel de mujeres, por lo que no sabía a qué atenerme. De saco
y corbata, estilaba los zapatos negros que había lustrado como acostumbro todas
las mañanas después de mi graduación de la academia militar hace ya más de
cuatro décadas. El teléfono celular y las cámaras son prohibidos dentro
del presidio. Por seguridad, solamente cargaba mi cédula, un puñado de
tarjetas de presentación y cinco Balboas, en billetes de uno. Ni
siquiera reloj o el anillo de matrimonio. Sin la medallita de Santa María
de Guadalupe, la española, y su correspondiente collar en oro, me sentía casi huérfano.
Ya en el estacionamiento, se nos acercaron dos guapas
gendarmes, que asumo por respeto a la vestimenta y mis canas, nos acogieron con
un muy cálido “¡Buenos días!” finamente correspondido con mi mejor
sonrisa. “Venimos a la conferencia”, les dije, como si fuese cuestión de
todos los días que llegan personas ensacadas allí. “Sígannos por favor”,
ripostaron, sabiendo exactamente quiénes éramos.
El Dr. Marulanda nos esperaba en la recepción y de allí
pasamos a un “cuartito de seguridad” donde nos revisaron sin mayor preámbulo, a
sabiendas que éramos bona fide. Posteriormente entramos al penal
que para mi sorpresa era como una gran casa de vecinos, donde mientras algunas
conversaban en un pequeño grupo, otras se dedicaban al aseo del área. Por
allí no se hallaban ni la sombra femenina de Pedro Navaja ni el acecho
peligroso de una psicópata, tal y como lo pintan los filmes de Hollywood.
Durante la conferencia, abandoné el podio y me acerqué al
publico, estableciendo contacto visual con cada una de las presentes, logrando
de tal manera una intimidad profunda, tratando de analizar cada caso sin saber
a ciencia cierta la razón de su presencia en el presidio. La reclusa, históricamente rubricada y
consignada por la sociedad como sujeto de pasiones por excelencia, debido a la
distancia con la que la misma la separó del pensamiento científico y de la
conciencia racionalista del mundo, esta cambiando en este siglo gracias al
experimento pedagógico, evaporando la realidad de las privadas de libertad,
para cuya gran mayoría no existía más ley que la violencia, ni mayor principio
que el deseo.
No existen investigaciones sobre las
convictas en Panamá que contengan un enfoque de género. Solo encontramos
algunos datos parcialmente desglosados (estadísticas de hombres y mujeres) en
los análisis de censos de los centros penitenciarios que preparó la Defensoría
del Pueblo en 2006. Esta situación no debe llamar la atención ya que, como ya
señalamos, aún hoy, en pleno siglo XXI, los estereotipos sobre las privadas de
libertad siguen presentes.
El informe de la Defensoría del Pueblo, que
comprendió al total de la población penitenciaria, indica que el porcentaje de
mujeres en prisión es solo 7% del total.
Aunque 43% de ellas es menor de 30 años, las que sobrepasan los 50 años
suman 7%, mucho más que los hombres (4%). Esto implica que la mujer inicia más
tarde que el hombre su carrera delictiva.
La mayoría declara tener hijos, hecho que
se repite con los hombres. Así, si consideramos a la población penitenciaria de
ambos sexos, estimamos que unos 7,500 menores de edad viven sin padre o madre.
Esto, por supuesto, implica un alto riesgo social para los niños.
Aunque 72% del total de detenidos en Panamá
declaró estar empleado al momento de su arresto, el porcentaje disminuye a 53%
en el caso de las mujeres. Del mismo modo, más de la mitad de las mujeres
encarceladas declaró no percibir ningún ingreso cuando fue detenida, mientras
que el porcentaje de hombres que afirmó lo mismo se reduce a 28%. Estos datos
confirman la situación de vulnerabilidad de las mujeres detenidas.
Una nación que ha modernizado su atuendo, pasado por el
estilista, tomado baños de sol y tonificado los músculos en el gimnasio debe
consignar su atención al privado de libertad. No estamos mal, salvo que se trata
de un país que ha sido diagnosticado con dos tumores galopantes que lo carcomen
desde adentro: violencia y pobreza, y sobre eso no se está haciendo nada, o muy
poco. Amén que algunos de los que están
dentro deberían estar fuera y muchos de los que están afuera, deberían estar
dentro. ¡Nuestros candentes elogios al Dr. Gilberto Marulanda, a la Universidad
de Panamá y su Centro Regional de San Miguelito por abrirnos los ojos y
regentar esta encomiable iniciativa!
Diario Panamá América
11 de octubre, 2014
11 de octubre, 2014
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