Eran
casi las siete de la mañana y ya había terminado la sudorosa rutina del diario
trotar en el amanecer de la bahía de Guanabara.
Dispuse cruzar la Avenida Vieira Souto y tomar un ultimo chapuzón frente
al hotel Caesar Park cuando se me acercó Nelinho con su barril de aluminio y su
cantico “Alo alo mosada, llego la hora de
tomar mais limonada”.
A
las nueve en punto mi motorista Adalberto me trasladaría a Galeão, el aeropuerto de Rio de
Janeiro, para el vuelo de salida. Fue
entonces cuando solventé un ritual que he mantenido durante décadas. Después de beber la refrescante limonada, amontoné
en el vaso un puñado de arena de Ipanema.
Durante décadas he repetido el mismo protocolo coleccionando muestras de
arenas desde Saint Tropez hasta Aruba.
Estos souvenirs son como guiños del universo, convirtiéndose en íntimas
remembranzas, que al tomarlas en mano y tararear La Chica de Ipanema refrescan recuerdos cariocas.
De la misma
forma, después de años de viajes en cinco continentes, conservaba en un pequeño
cofre en mi oficina cientos de desordenados billetes de todas partes,
incluyendo algunos rarísimos como rublos rusos de la época anterior a la
revolución Bolchevique, recuerdos de tiempos inflacionarios sudamericanos en la
figura de un billete de un millón de pesos argentinos o la rara emisión del
billete de un dólar americano con la imagen de Santa Claus en lugar de
Washington, de Serie A, fechado en 1988.
Un día decidí
enmarcarles en orden alfabético, vidrio contra vidrio para evitar daños a los
billetes, no sea que en algún tiempo a futuro alguno de ellos resulte valer una
pequeña fortuna con la que pueda sufragar un viajecito más. Esta pequeña colección es un tema obligatorio
de conversación durante las frecuentes visitas a mi oficina.
Recientemente
tuve el privilegio de visitar al
proyecto de expansión del canal, que bien pudo aprovechar la Autoridad del
Canal de Panamá para abrirle las compuertas a todos los curiosos locales y
visitantes de ultramar durante este periodo histórico, dando a conocer los
pormenores del plan.
Desatendida
oportunidad de oro para la Autoridad de Turismo en aprovechar un icónico
magneto turístico mundial. ¿Se imaginan
ustedes cuantas miles de mentes brillantes en formación, provenientes de MIT,
Stanford, Cambridge, Pont et Chaussée y otras aventajadas escuelas de
ingeniería del orbe hubiesen abultado los anémicos números de ocupación
hotelera capitalina, a través de un provechoso programa de visitas semanales próvido
por ambas entidades?
Durante
la visita in situ recogí gratis una
piedra de basalto, origen de vanos argumentos de Grupo Unidos Por el Canal para
abultar la factura de la obra. Hoy, ante
el curioso cuestionamiento de mis visitantes, que la ojean con segura envidia,
la valoro como pisapapeles sobre mi escritorio.
Asimismo
en mi bañera atesoro una piedra del rio Mamoní, recuerdo de las refrescantes chapuzadas
veraniegas de infancia en el balneario Rosaura de la entonces selvática localidad
de Chepo. Todos son recuerdos que he
encontrado, o que me han encontrado a mi, compañeros de mi diario vivir.
La
palabra souvenir viene del francés
“recordar”. A veces los recuerdos que
más atesoramos de un viaje no son las chucherías que compramos sino más bien
esos pequeños mementos, sin valor a terceros hasta que les explicamos, que
hacen la diferencia y parecen perdurar por siempre. Las piedritas y arenas que traen memorias
fotográficas de los años idos y sonrisas nostálgicas de preciosos parajes de un
mundo diferente, íntimos recuerdos repletos de misterios, las vanas
indulgencias de un viajero.
Diario Panamá América
25 de octubre 2014
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