jueves, 23 de octubre de 2014

Vanas Indulgencias de un Viajero

Eran casi las siete de la mañana y ya había terminado la sudorosa rutina del diario trotar en el amanecer de la bahía de Guanabara.  Dispuse cruzar la Avenida Vieira Souto y tomar un ultimo chapuzón frente al hotel Caesar Park cuando se me acercó Nelinho con su barril de aluminio y su cantico “Alo alo mosada, llego la hora de tomar mais limonada”.

A las nueve en punto mi motorista Adalberto me trasladaría a Galeão, el aeropuerto de Rio de Janeiro, para el vuelo de salida.  Fue entonces cuando solventé un ritual que he mantenido durante décadas.  Después de beber la refrescante limonada, amontoné en el vaso un puñado de arena de Ipanema.  Durante décadas he repetido el mismo protocolo coleccionando muestras de arenas desde Saint Tropez hasta Aruba.  Estos souvenirs son como guiños del universo, convirtiéndose en íntimas remembranzas, que al tomarlas en mano y tararear La Chica de Ipanema refrescan recuerdos cariocas.

De la misma forma, después de años de viajes en cinco continentes, conservaba en un pequeño cofre en mi oficina cientos de desordenados billetes de todas partes, incluyendo algunos rarísimos como rublos rusos de la época anterior a la revolución Bolchevique, recuerdos de tiempos inflacionarios sudamericanos en la figura de un billete de un millón de pesos argentinos o la rara emisión del billete de un dólar americano con la imagen de Santa Claus en lugar de Washington, de Serie A, fechado en 1988.

Un día decidí enmarcarles en orden alfabético, vidrio contra vidrio para evitar daños a los billetes, no sea que en algún tiempo a futuro alguno de ellos resulte valer una pequeña fortuna con la que pueda sufragar un viajecito más.  Esta pequeña colección es un tema obligatorio de conversación durante las frecuentes visitas a mi oficina.        

Recientemente tuve el  privilegio de visitar al proyecto de expansión del canal, que bien pudo aprovechar la Autoridad del Canal de Panamá para abrirle las compuertas a todos los curiosos locales y visitantes de ultramar durante este periodo histórico, dando a conocer los pormenores del plan.

Desatendida oportunidad de oro para la Autoridad de Turismo en aprovechar un icónico magneto turístico mundial.  ¿Se imaginan ustedes cuantas miles de mentes brillantes en formación, provenientes de MIT, Stanford, Cambridge, Pont et Chaussée y otras aventajadas escuelas de ingeniería del orbe hubiesen abultado los anémicos números de ocupación hotelera capitalina, a través de un provechoso programa de visitas semanales próvido por ambas entidades?

Durante la visita in situ recogí gratis una piedra de basalto, origen de vanos argumentos de Grupo Unidos Por el Canal para abultar la factura de la obra.  Hoy, ante el curioso cuestionamiento de mis visitantes, que la ojean con segura envidia, la valoro como pisapapeles sobre mi escritorio. 

Asimismo en mi bañera atesoro una piedra del rio Mamoní, recuerdo de las refrescantes chapuzadas veraniegas de infancia en el balneario Rosaura de la entonces selvática localidad de Chepo.  Todos son recuerdos que he encontrado, o que me han encontrado a mi, compañeros de mi diario vivir.


La palabra souvenir viene del francés “recordar”.   A veces los recuerdos que más atesoramos de un viaje no son las chucherías que compramos sino más bien esos pequeños mementos, sin valor a terceros hasta que les explicamos, que hacen la diferencia y parecen perdurar por siempre.  Las piedritas y arenas que traen memorias fotográficas de los años idos y sonrisas nostálgicas de preciosos parajes de un mundo diferente, íntimos recuerdos repletos de misterios, las vanas indulgencias de un viajero.  
Diario Panamá América
25 de octubre 2014     

No hay comentarios:

Publicar un comentario