Diario Panamá América
13 de diciembre 2014
La ignorancia de los Sanchos
Jaime Figueroa Navarro
Mi sagaz buen amigo, el bonachón arquitecto
colonense Gustavo Rosanía Stanziola, polifacético personaje de raíces italianas
y vivaracho parloteo quien en las postrimerías de la vida resaltó su creatividad
como pintor, en una ocasión al venderme unos remaches del ferrocarril
transistmico en el antiguo restaurante Boulevard Balboa, hará una docena de
años, le brotó del corazón obsequiarme un pequeño cuadro, que finamente
enmarcado, ocupa un retablo en mi oficina.
Data de junio de 2002. La obra resalta un pluricolor Quijote al oleo
bajo un cálido sol, acompañado en las lomas de lo que supongo es la árida Mancha
por su inseparable Sancho, quien despunta al borde de su lanza una banderita
panameña. Rosanía representa una auténtica muestra de
calidad en cada una de sus obras, las cuales se caracterizan por trasmitir un
mensaje positivo.
Seguidor de la escuela del expresionismo abstracto, nos
pinta con una riqueza privilegiada creando un ritmo armonioso con absoluto
dominio del color y movimiento que traslada a través de su talento e
imaginación sobre el lienzo, emergiendo de él la innata personalidad de un
socrático profesor.
El académico Arturo Pérez Reverte
(Cartagena, 1951) durante su disertación
en la recién culminada Feria del Libro de Guadalajara nos relata: “libros
como El Quijote, en manos de buenos profesores, permiten educar a los
que llevan las antorchas en palabras como compasión, solidaridad, coraje,
honradez, y eso cambia el cariz de los incendios. Los incendios hechos por
gente que sabe lo que incendia y por qué, sean incendios reales o metafóricos,
esos sí pueden iluminar futuros. Por eso El Quijote es tan importante.
Yo creo que no hay combinación más eficaz para hacer mejor el mundo que un
maestro de escuela honrado e inteligente con un Quijote en las manos.”
¡Órale manito! ¡Que brillante forma de describir el mensaje
de Cervantes! De esa misma manera muchos
de nosotros quijoteamos permanentemente el istmo buscando un inexistente oasis,
porque falsos Quijotes nos han robado el mandado. No obstante continuamos quijoteando a lo
largo y ancho de este terruño por nuestra insatisfacción con la realidad y el
ferviente deseo de cambiarla.
Falta visión y sobresale el egoísmo en un
paraíso que tanto ofrece y poco resalta.
La tragedia no es solamente el bribón sino también la ineficacia e
inoperancia de la deplorable administración de los recursos resultado del
dedazo del de turno que prefiere calentar los sillones con personajes de poca
inspiración y obscuros resumés.
Sobre las alevosías de la
vida, nuestro caballero andante pone siempre el ideal. Una fe inquebrantable en
el bien, en el triunfo de la justicia, en el valor de la voluntad y en la
nobleza del sacrificio le guían siempre. Como auténtico varón, Don Quijote proclama
sus deberes: “matar en los gigantes a la soberbia; a la avaricia y envidia, en
la generosidad y buen pecho; a la ira, en el reposado continente y quietud del
ánimo; a la gula y al sueño, en el poco comer que comemos y en el mucho velar
que velamos; a la lujuria y lascivia, en la lealtad que guardamos a las que
hemos hecho señoras de nuestros pensamientos; a la pereza, con andar por tildas
las partes del mundo buscando las ocasiones que nos pueden hacer y hagan, sobre
cristianos, famosos caballeros”. Aunque fracase mil veces, Don Quijote no
altera su regla: su fuerza al servicio del bien. De esta manera, convierte cada
fracaso en triunfo de la conciencia.
La culpa es de todos. El mejor aliado de los falsos Quijotes suele
ser la ignorancia de los Sanchos. En un
país atestado de piratas desde tiempos coloniales la falta de una educación
filosófica y profunda nos ha hurtado nuestra personalidad. La lectura del Quijote y su idealismo se hace
entonces de rigor para el cambio que tanto nos prometen y que jamás se
realiza. ¡Gracias Gustavo por el
obsequio del lienzo que me permite a diario recordar el caminar del hombre de
la Mancha y su poder de sugestión casi infinito!
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