jueves, 15 de enero de 2015

Todos somos Franceses

Diario Panamá América
17 de enero 2014

Todos somos Franceses
Jaime Figueroa Navarro

Fraguaba los 15 años en junio de 1968, cuando en medio de un mundo convulsionado por una juventud rebelde al ritmo de las melodiosas notas de los Beatles, fresco en la memoria el pasmoso asesinato del candidato presidencial estadounidense Robert F. Kennedy en Los Ángeles, aterrizó el avión de Air France en el aeropuerto de Orly en medio de revueltas estudiantiles en Paris contra el gobierno de la Quinta Republica de Charles de Gaulle.

Mi inmersión a la Francia, porque ellos mismos se refieren a su país en término femenino, rindiendo así tributo a la maternidad en un universo otrora machista, desabrochó los ojos a la majestuosidad de una cultura y filosofía íntegramente diferente al imperio norteño, donde los finos detalles de su arquitectura, gastronomía y rítmica lengua se perciben y saborean en melodiosa formula.  Durante ocho semanas, a la sombra del castillo de Amboise en la campiña gala a orillas del voluminoso río Loire, escudriñamos la gramática y personalidad de su gente, adentrándonos de sobremesa en sus entrañas, surcando la Riviera y Alpes franceses antes de retomar el vuelo a Boston.

Pero más allá de su naturaleza única, La Republica Francesa está intensamente perfumada de libertad.  Esa libertad pura que nos dosifica como robusto ejemplo a este lado del Atlántico, tatuada en el alma con la rúbrica de la Revolución Francesa de 1789: liberté, egalité, fraternité.  Esa Francia, repetidamente violada por enemigos continentales como España, Inglaterra, Alemania y ahora el terrorismo, es el más destacado patrón de autonomía universal que jamás se doblega ante el ataque de sus enemigos.  

Tal vez su más rememorado símbolo es la Estatua de la Libertad en la caleta de la ciudad de Nueva York.  Obsequio de la Republica Francesa a los Estados Unidos durante la celebración de su centenario de independencia, fue erigida paralela al periodo de construcción del canal francés en Panamá.  Diseñada por el escultor Frédéric Bartholdi, su diseño interior estuvo a cargo del ingeniero Gustave Eiffel, creador de la torre que lleva su nombre en Paris. 

La libertad es la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad.  Si hay algo particularmente innato en el hombre es el humor. No los temores, ni el terror, manifestaciones vivas del reino animal. Una de las mayores revelaciones de la creatividad que resaltan nuestro intelecto es la posibilidad de ridiculizar al poder y a nosotros mismos como antídoto contra las tentaciones de omnipotencia. Duele la caricatura porque nos desnuda, poniendo a flote nuestros límites, y castigando nuestra pretensión de creernos importantes e intocables.

Nace así, por ejemplo la revista Mad, la publicación favorita de los estudiantes de la Universidad de Harvard, pionera de la sátira y la burla, a partir de 1952.  El programa televisivo favorito de la audiencia norteamericana en la década de los 70 y el más popular de todos los tiempos es All in the Family, donde su interlocutor es Archie Bunker, un obrero, veterano de la Segunda Guerra Mundial que vive en Queens, Nueva York. Archie es abiertamente un fanático, prejuiciado en contra de quien no sea un heterosexual, políticamente conservador, nacido en Estados Unidos, blanco, anglosajón, protestante, masculino y desdeñoso del que no concuerde con su forma de pensar.  Es tan genial la obra del director Norman Lear que mantengo la colección completa de los programas de la primera temporada en mi biblioteca, donde se tratan temas tabús de la época como el homosexualismo, aborto, racismo, liberación femenina, violación, cáncer de la mama, la Guerra de Vietnam, menopausia e impotencia.


Ser francés representa esa libertad del pensamiento.  Querer asesinar el humor es convertirnos en Archies, refrendando la sentencia de muerte contra la ilusión de poder reñir y convivir con las alimañas arraigadas en nuestros espectros y tormentos de individuos limitados.  En este convulsionado siglo XXI seguimos sin aprender que se pueden ultimar personas, pero no el valor de sus ideas.


Por eso fue que asistí el lunes sin temor alguno, con la conciencia como norte y mi camiseta exclusivamente confeccionada con el mensaje Je suis Charlie, a la manifestación de la Plaza de Francia, convocada por la Embajada de Francia y el Consejo Nacional de Periodismo en homenaje a las víctimas del atentado que sufrió el semanario francés Charlie Hebdo.  Allí estábamos todos, los imames Musulmanes, rabinos Judíos, jóvenes estudiantes del Lycee Française, miembros del cuerpo diplomático, ciudadanos del mundo, damas y caballeros, amantes de la libertad, todos convertidos en franceses para que triunfe la libertad del pensamiento, sobre la irracional violencia y sobre el retrogrado fanatismo e ignorancia que todos observamos en Paris el miércoles 7.  ¡Vive la France! 

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