miércoles, 25 de marzo de 2015

Gringo Pricing

Bella Vista News
Edición de Abril 2015

Gringo Pricing
Jaime Figueroa Navarro

Durante siglos Panamá lastimosamente ha perseverado como  cueva de piratas,  inescrupulosos rufianes, malévola minoría que cosecha la ausencia de legislación que regule la  ordenada operación de actividades particulares, a través de conmensurables sistemas, en lugar de dejar el cobro de sus cuestionables servicios al libre albedrío.

Esto, muy posiblemente durante la era republicana, se debe a la continuada practica de nuestros legisladores, de velar por intereses particulares en vez de crear sistemas de controles que verdaderamente reglamenten todas las operaciones que se llevan a cabo bajo nuestro sol de mediodía. 

En la época colonial ya percibíamos la génesis del problema: las caravanas de mulas que circulaban a lo largo del Camino Real estibando a sus espaldas el oro, hurtado por la corona española a los incas peruanos y al interior de nuestro istmo, eran despojadas por bandas de corsarios ingleses, premiadas por la corona británica con onerosos títulos y trato preferencial por sus hábiles hazañas.  El más triste ejemplo en mente, por supuesto, fue el saqueo y destrucción de la ciudad de Panamá, la primera del pacífico de las Américas, por el maleante Sir Henry Morgan y su séquito de cacos en 1671.

Se perpetúa esta maligna usanza en la actualidad a través de otras miserables modalidades.  Nuestro frecuente análisis del turismo nacional, a través de redes donde el usuario y no el funcionario, es rey, tales como TripAdvisor, arrojan perennes practicas que deberían estar en el top ten de las prioridades de la Autoridad de Turismo de Panamá para incrementar la ocupación hotelera y el bienestar de nuestros visitantes.

Una de las más nocivas, según nos relatan estupefactos turistas, es la practica del gringo pricing, siendo el caso más evidente el servicio de taxi capitalino.  Cual aves de rapiña en Cerro Patacón, grupos de inescrupulosos conductores se congregan contiguo a los centros de mayor volumen turístico para ofrecer sus servicios, multiplicando agresivamente las tarifas cuando su cliente resulta ser extranjero.  El turista lo paga, no le queda de otra … ¡pero no vuelve!  “Desvalíjame una vez y es culpa tuya, ¡dos veces ya es culpa mía!”, espetan airados turistas ante los forajidos de las calles capitalinas.  Y no solamente no regresan, su venganza va más allá al ventilar su ira en las redes sociales, tatuando un daño permanente a lo que nosotros llamamos turismo.

Recientemente le impusieron parcialmente el cascabel al gato al obligar, como en todos los predios de la tierra, a los taxistas a pintar sus multicolores vehículos de amarillo.  Como en los peores tiempos de la dictadura percibimos como algunos sabios dirigentes del transporte amenazaron con cerrar las calles si se imponía tan cruel medida.  Y al final se hizo y se convirtió en costumbre.

En un reciente viaje a San Francisco, abordé el tranvía, particular icono de esa fascinante urbe californiana.  Su exagerada tarifa de $6 por tramo obliga los locales a tomar el autobús.  Todos, con cámara en mano, éramos turistas, siendo la única diferencia que sabíamos al inicio de la carrera su precio y lo pagamos gustosamente.  Porque visitar San Francisco y no aproximársele  al tranvía es como presentarse al Casco Viejo y no hacer lo mismo.  El sistema de tranvías de San Francisco es mantenido y bien rentable gracias al turista.  Lo mismo debería ser el caso en el Casco una vez nuestras vigilantes autoridades tengan la creatividad de rehacerlo.


El caso del gringo pricing va más allá del transporte, también se aplica a otros desvelos de piratas que cubriremos en próximas columnas.  Por lo pronto se hace evidente para el sano crecimiento de niveles de ocupación hotelera y de nuestra calidad de turismo, la implementación de un sistema de taxímetros que no albergue el libre albedrio de cobrar lo que bien le venga en gana al conductor de turno.                      

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