Bella Vista News
Edición de Abril 2015
Gringo
Pricing
Jaime
Figueroa Navarro
Durante
siglos Panamá lastimosamente ha perseverado como cueva de piratas, inescrupulosos rufianes, malévola minoría que
cosecha la ausencia de legislación que regule la ordenada operación de actividades
particulares, a través de conmensurables sistemas, en lugar de dejar el cobro
de sus cuestionables servicios al libre albedrío.
Esto,
muy posiblemente durante la era republicana, se debe a la continuada practica
de nuestros legisladores, de velar por intereses particulares en vez de crear
sistemas de controles que verdaderamente reglamenten todas las operaciones que
se llevan a cabo bajo nuestro sol de mediodía.
En
la época colonial ya percibíamos la génesis del problema: las caravanas de
mulas que circulaban a lo largo del Camino Real estibando a sus espaldas el
oro, hurtado por la corona española a los incas peruanos y al interior de
nuestro istmo, eran despojadas por bandas de corsarios ingleses, premiadas por
la corona británica con onerosos títulos y trato preferencial por sus hábiles
hazañas. El más triste ejemplo en mente,
por supuesto, fue el saqueo y destrucción de la ciudad de Panamá, la primera
del pacífico de las Américas, por el maleante Sir Henry Morgan y su séquito de
cacos en 1671.
Se
perpetúa esta maligna usanza en la actualidad a través de otras miserables
modalidades. Nuestro frecuente análisis
del turismo nacional, a través de redes donde el usuario y no el funcionario,
es rey, tales como TripAdvisor,
arrojan perennes practicas que deberían estar en el top ten de las prioridades de la Autoridad de Turismo de Panamá para
incrementar la ocupación hotelera y el bienestar de nuestros visitantes.
Una
de las más nocivas, según nos relatan estupefactos turistas, es la practica del
gringo pricing, siendo el caso más evidente el servicio de taxi
capitalino. Cual aves de rapiña en Cerro
Patacón, grupos de inescrupulosos conductores se congregan contiguo a los centros
de mayor volumen turístico para ofrecer sus servicios, multiplicando
agresivamente las tarifas cuando su cliente resulta ser extranjero. El turista lo paga, no le queda de otra …
¡pero no vuelve! “Desvalíjame una vez y
es culpa tuya, ¡dos veces ya es culpa mía!”, espetan airados turistas ante los
forajidos de las calles capitalinas. Y
no solamente no regresan, su venganza va más allá al ventilar su ira en las
redes sociales, tatuando un daño permanente a lo que nosotros llamamos turismo.
Recientemente
le impusieron parcialmente el cascabel al gato al obligar, como en todos los
predios de la tierra, a los taxistas a pintar sus multicolores vehículos de
amarillo. Como en los peores tiempos de
la dictadura percibimos como algunos sabios dirigentes del transporte amenazaron
con cerrar las calles si se imponía tan cruel medida. Y al final se hizo y se convirtió en
costumbre.
En
un reciente viaje a San Francisco, abordé el tranvía, particular icono de esa
fascinante urbe californiana. Su
exagerada tarifa de $6 por tramo obliga los locales a tomar el autobús. Todos, con cámara en mano, éramos turistas,
siendo la única diferencia que sabíamos al inicio de la carrera su precio y lo
pagamos gustosamente. Porque visitar San
Francisco y no aproximársele al tranvía
es como presentarse al Casco Viejo y no hacer lo mismo. El sistema de tranvías de San Francisco es
mantenido y bien rentable gracias al turista.
Lo mismo debería ser el caso en el Casco una vez nuestras vigilantes autoridades
tengan la creatividad de rehacerlo.
El
caso del gringo pricing va más allá del transporte, también se aplica a otros
desvelos de piratas que cubriremos en próximas columnas. Por lo pronto se hace evidente para el sano
crecimiento de niveles de ocupación hotelera y de nuestra calidad de turismo,
la implementación de un sistema de taxímetros que no albergue el libre albedrio
de cobrar lo que bien le venga en gana al conductor de turno.
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