Diario Panamá América
18
de abril de 2015
Destetes
de una Cumbre
Jaime
Figueroa Navarro
Ya
finalizada la VII Cumbre de las Américas, sin querer queriendo, nos arraigan
vestigios de la máxima inversión realizada por la Administración Varela en
materia de venta de imagen. Y es que el
Panamá que se presenta a partir de la Cumbre es un destino diferente, frescamente impregnado con
la húmeda tinta del sello de aprobación universal que sórdidamente nos desiguala del resto de las
naciones del hemisferio, convirtiéndonos en la pieza de mayor importancia y
menor usufructo del rompecabezas turístico.
Es
el momento, entonces, de aprovechar todos los positivos despachos de prensa y
comentarios inéditos, frutos de nuestra imaginación, algo así como que Raúl se
quedó con las ganas de bailar un cha cha cha, Maduro contrató los servicios de
una inmobiliaria local para adquirir una versión foránea de La Casona en El
Chorrillo y a Barack no le queda de otra que traer a la Primera Dama Michelle y
a las infantas Malia y Sasha, en un momento de descanso, a saborear una
langosta caribeña en una de las paradisiacas islas del archipiélago de San
Blas, rodeado de su séquito del Servicio Secreto disfrazados con molas y Ray
Bans, a bordo de una versión renovada del yate presidencial USS Sequoia.
En
el marco de la Conferencia Regional de Embajadores Franceses de América Latina
y el Caribe, recibí una cordial invitación de S.E. Philippe Casenave y su
encantadora esposa Marie-Laurence Casenave a una recepción de gala en su
residencia de Altos del Golf el pasado lunes.
La
guerra post imperial se celebra, cerveza fría en mano, en una hamaca en Playa
Bonita, Los Destiladeros de Pedasí o en la residencia del representante galo
donde tuve la oportunidad de escuchar, entre la suculenta repartición de
exquisitos hors d’oeuvres, repetidos “ooh la la” y finos comentarios por
parte de los honrados visitantes, embajadores franceses en las américas, sobre
las bondades y potencialidades istmeñas, normalmente reservados para Papeete en
la Polinesia Francesa, Saint Barths en su Caribe o Saint Tropez en la Riviera,
cincelando uno que otro utilizando ese estilo critico analítico bien de ellos,
que aun estamos en pañales, devolviéndonos a la triste realidad de nuestro
quehacer en un empeño que parece zozobrar por su falta de norte, de visión y de
pasión.
No
nos queda de otra que humildemente escuchar, por ser ellos los maestros. No en
vano recibe Paris 33 millones de visitantes anuales, sitio numero uno del
turismo mundial. Entonces recuerdo las
puntuales palabras de Robert Kennedy, que impactó con un exuberante sueño mi
vida adolescente al finalizar los años sesenta, antes de caer abatido en la
cocina del Hotel Ambassador de Los Ángeles: "se
degrada a sí mismo cuando se hacen oídos sordos ante la burla o las balas,
cuando excusamos a todos aquellos que sólo buscan construir sus propias vidas
sobre los sueños destrozados de otros seres humanos". Nuestros esfuerzos turísticos tienen que
cambiar, ¡no nos queda de otra!
Así como Obama le ha amputado a su país un cáncer
geopolítico que enfermaba su relación con el resto de los actores del
continente, irreversiblemente sumando a Cuba a la credibilidad y solio
regional, debemos asegurarnos antes de su plena apertura turística, un trabajo
prolijo que nos permita competir con el paraíso socialista que a pesar de su
estado actual como paria internacional, nos lleva la gabela lejos con 50% más
de turistas anuales. ¡Ojalá finalmente
lo logremos!
Siempre lo he dicho y lo reitero, la incorporación turística
de nuestro Caribe sumando elementos creativos como bien lo ha plasmado la
Secretaría de Turismo de México con la implementación del Plan Maestro de
Quintana Roo de los setenta, proyectando exquisitamente la explosión turística
de la Riviera Maya, no solamente permitiría que el progreso acaricie los lares
de los compatriotas que allí viven en extrema pobreza sino también
multiplicaría dramáticamente el volumen e ingresos por turista a la república. Hace falta solamente la muy ausente voluntad
política, la pasión por la excelencia y el tan faltante común denominador de
amor a la patria.
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