viernes, 10 de abril de 2015

Lo que restó mostrar

Diario Panamá América
11 de abril 2015

Lo que restó mostrar
Jaime Figueroa Navarro

Ha sido una de las semanas más ajetreadas de la historia istmeña donde a Dios gracias no cabía un alfiler más en ningún sitio de alojamiento capitalino, a tal punto que los hermanos Bolivarianos que deseaban protestar, algo que allá en Caracas no les permiten hacer, tuvieron que armar carpas en un asentamiento obrero alegando, como de costumbre, que les negaron albergue por estrategia del imperio.

Exhibimos al mundo y a los cientos de periodistas que nos acompañaron, la cara bonita de nuestra rascacielos urbe, señalando que lo único que nos diferencia de Miami es que aquí hablamos más inglés.  Sobremanera, cabe subrayar a los incrédulos viajeros que la catedral de Panamá La Vieja fue en efecto el edificio de mayor altura del continente por casi dos siglos, presagiando lo que hoy presenciamos como la vigésima ciudad mas alta del mundo.

A nuestras autoridades de turismo se le olvidaron, eso si, unos importantes detalles que maquillarían perfectamente a Panamá.  Festejando nuestra historia colonial y para dotar a La Vieja de nueva vida, la reconstrucción del Convento de Monjas en uno de los más esplendidos hoteles de siete estrellas con fantásticos restaurantes a la orilla del mar, dotarían del respiro que tanta falta hacen a nuestras vetustas torres y a ese sol cansado donde se vienen a desmayar.

La Calzada de Amador, que ya abre los ojos de estupefactos marinos fatigados por su interminable navegar a través del Pacífico con su multicolor BioMuseo, se vería bien ataviada con la presencia de un galeón que le hace gala a la ciudad más antigua del Mar del Sur, que como su Adelantado, debe llevar el nombre Balboa y servir como muestra de nuestra rica historia, sin par en las Américas que hoy nos visita.

El Casco, en plena reconstrucción a medio palo (¡hasta cuando!) donde se admiran ataviados edificios recién remodelados al lado de ruinas con calzoncillos colgando en sus balcones, se vestiría con sus mejores prendas al mudarse las oficinas publicas que nada tienen que hacer allí, convirtiendo ese imán turístico plenamente en un predio peatonal donde solamente circulara, estilo San Francisco, el tranvía que otrora le consintió.

A Tocumen, estéril aeródromo donde se oferta a tutiplén  Johnnie Walker, Cartier y Marlboro, le hace falta el alma istmeña, una pollera y un ceviche de corvina que le identifique como nuestro.  Más allá de la alharaca que le distingue como el “Hub”, no deja de ser un pinche centro comercial caro, eunuco de los reyes del dinero.

Rezagado por el momento, el Centro de Visitantes de Miraflores, sitio de mayor numero de visitantes dentro del istmo, mostrará a los turistas los primeros cien años del canal.  No se molestó, con numerables excusas, la Autoridad del Canal de Panamá, en construir una fastuosa edificación, harto rentable, que sirviese como señuelo a propios y extraños, desde donde se pudiese admirar los buques post-Panamax que pronto bordearan las nuevas esclusas. 

Es sin duda Panamá, a pesar de la falta de visión turística, uno de los sitios más preciosos del orbe.  Le hace falta cariño, un poquito nada más, para su plena transformación.  Un cariño que nos distinga, haciendo contacto visual con el visitante que topamos balbuceando un “Buenos Días”, recogiendo en vez de airadamente arrojando papelillos por doquier, ofreciendo servicio con esmero, así a lo Colombiano y amor profundo por lo nuestro para mostrar su verdadera mejor cara.


Ya para la próxima Cumbre, ojala podamos exhibir lo que tanta falta nos hace, convirtiendo nuestro paraíso en el paraje de fantásticas azuladas mariposas y la cumbre del cerro Pechito Parao en el misterioso Darién, donde Balboa divisa la majestuosidad del Pacifico hace ya más de cinco centurias reflejada en el golfo de San Miguel, en obligado sitio de visita a la par del canal, de la basílica de Natá de los Caballeros y la loma donde se asoma el Fuerte San Lorenzo acariciando la desembocadura del Chagres caribeño. 

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