Diario Panamá América
11
de abril 2015
Lo
que restó mostrar
Jaime
Figueroa Navarro
Ha
sido una de las semanas más ajetreadas de la historia istmeña donde a Dios
gracias no cabía un alfiler más en ningún sitio de alojamiento capitalino, a
tal punto que los hermanos Bolivarianos que deseaban protestar, algo que allá
en Caracas no les permiten hacer, tuvieron que armar carpas en un asentamiento
obrero alegando, como de costumbre, que les negaron albergue por estrategia del
imperio.
Exhibimos
al mundo y a los cientos de periodistas que nos acompañaron, la cara bonita de
nuestra rascacielos urbe, señalando que lo único que nos diferencia de Miami es
que aquí hablamos más inglés.
Sobremanera, cabe subrayar a los incrédulos viajeros que la catedral de
Panamá La Vieja fue en efecto el edificio de mayor altura del continente por
casi dos siglos, presagiando lo que hoy presenciamos como la vigésima ciudad
mas alta del mundo.
A
nuestras autoridades de turismo se le olvidaron, eso si, unos importantes
detalles que maquillarían perfectamente a Panamá. Festejando nuestra historia colonial y para
dotar a La Vieja de nueva vida, la reconstrucción del Convento de Monjas en uno
de los más esplendidos hoteles de siete estrellas con fantásticos restaurantes
a la orilla del mar, dotarían del respiro que tanta falta hacen a nuestras
vetustas torres y a ese sol cansado donde se vienen a desmayar.
La
Calzada de Amador, que ya abre los ojos de estupefactos marinos fatigados por
su interminable navegar a través del Pacífico con su multicolor BioMuseo, se
vería bien ataviada con la presencia de un galeón que le hace gala a la ciudad
más antigua del Mar del Sur, que como su Adelantado, debe llevar el nombre
Balboa y servir como muestra de nuestra rica historia, sin par en las Américas
que hoy nos visita.
El
Casco, en plena reconstrucción a medio palo (¡hasta cuando!) donde se admiran
ataviados edificios recién remodelados al lado de ruinas con calzoncillos
colgando en sus balcones, se vestiría con sus mejores prendas al mudarse las
oficinas publicas que nada tienen que hacer allí, convirtiendo ese imán
turístico plenamente en un predio peatonal donde solamente circulara, estilo
San Francisco, el tranvía que otrora le consintió.
A
Tocumen, estéril aeródromo donde se oferta a tutiplén Johnnie Walker, Cartier y Marlboro, le hace
falta el alma istmeña, una pollera y un ceviche de corvina que le identifique
como nuestro. Más allá de la alharaca
que le distingue como el “Hub”, no deja de ser un pinche centro comercial caro,
eunuco de los reyes del dinero.
Rezagado
por el momento, el Centro de Visitantes de Miraflores, sitio de mayor numero de
visitantes dentro del istmo, mostrará a los turistas los primeros cien años del
canal. No se molestó, con numerables
excusas, la Autoridad del Canal de Panamá, en construir una fastuosa edificación,
harto rentable, que sirviese como señuelo a propios y extraños, desde donde se
pudiese admirar los buques post-Panamax que pronto bordearan las nuevas
esclusas.
Es
sin duda Panamá, a pesar de la falta de visión turística, uno de los sitios más
preciosos del orbe. Le hace falta
cariño, un poquito nada más, para su plena transformación. Un cariño que nos distinga, haciendo contacto
visual con el visitante que topamos balbuceando un “Buenos Días”, recogiendo en vez de airadamente arrojando papelillos
por doquier, ofreciendo servicio con esmero, así a lo Colombiano y amor
profundo por lo nuestro para mostrar su verdadera mejor cara.
Ya
para la próxima Cumbre, ojala podamos exhibir lo que tanta falta nos hace,
convirtiendo nuestro paraíso en el paraje de fantásticas azuladas mariposas y
la cumbre del cerro Pechito Parao en el misterioso Darién, donde Balboa divisa
la majestuosidad del Pacifico hace ya más de cinco centurias reflejada en el
golfo de San Miguel, en obligado sitio de visita a la par del canal, de la
basílica de Natá de los Caballeros y la loma donde se asoma el Fuerte San
Lorenzo acariciando la desembocadura del Chagres caribeño.
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