Revista Elite
Club Unión de Panamá
Edición de Mayo 2015
Intimando el Terruño
Jaime Figueroa Navarro
Veintitrés años
allende, jugueteando cual colibrí entre las mieles de las flores, decenas de
países en 5 continentes, ciclópeas urbes e ínfimos parajes provinciales,
obligan a una profunda reflexión al visualizar las copiosas rubias pecas de florecientes guayacanes que adornan
el verdor istmeño desde la ventanilla de la aeronave anterior al toque de
Tocumen.
Hace una docena
de años mi corazón henchido por una arritmia enamorada vuelve al terruño,
porque todos volvemos, a lo opuesto de los otros fatigados viajantes
latinoamericanos en búsqueda de mejores horizontes. Retornamos porque aprendemos a valorar el
aroma de las brisas veraniegas perfumadas de marañones, el matinal olor a leña
y del café y el sabor de los pixbaes y la chicha de guanábana.
La decimonona
finca La Garita, propiedad de la familia Figueroa Kratochwill en Chepo sirvió
como taller durante los veranos de mi infancia para apreciar el
verdor de los centenarios arboles que en aquellos tiempos confinaban la pequeña
villa, sirviendo cuales mansiones para bandadas de multicolores familias de
pajarillos, escuchando en el trasfondo, entre la sinfonía de disimiles silbidos
el incesante taladro “tuc-tuc-tuc” de carpinteros (picidae panamensis) en búsqueda de gusanos, larvas e insectos,
pernoctando el recuerdo del espeso río Mamoní que en pleno verano, reflejando
como espejo el verdor de vigorosos arbustos, refrescaba el alma y saciaba la
sed de animalillos de todas las especies que se acercaban a sus orillas al
despuntar el sol, a beber sus aguas, espantando centenares de sardinas.
Ese Panamá precisamente, más allá de las perezosas hamacas
de Coronado y El Valle, sirve como el anzuelo a los miles de turistas que sin
brújulas ni señales, vástagos de las cárceles de concreto en que se han
convertidos las ciudades modernas, escudriñan ansiosamente una armoniosa
relación de unos días, ojala el resto de la existencia, con la naturaleza,
alejados de la internet y el inseparable biberón en que se ha convertido el
telefonito celular.
¡Por nada cambio este fantástico laboratorio donde tengo el
privilegio de vivir! Solemnizando mis
seis décadas, en 2012 escalé los 13 kilómetros del majestuoso Barú, experiencia
obligatorio de todos los que hervimos bajo el sol del mediodía istmeño. Un año después, para conmemorar los 500 años
del avistamiento del Mar del Sur, lideré la primera expedición de empresarios
en escalar el cerro Pechito Parao, desde los linderos de Quebrada Eusebio en el
fascinante Darién hasta divisar en su cúspide el espejo del azulado Pacifico
besando el golfo de San Miguel.
El año pasado celebramos el centenario del canal de Panamá en conjunto con la
insigne Chef Patricia Miranda Allen, plasmando un evento único, con la
participación de una docena de chefs representando a los países que brindaron
su sudor, pica y pala en la construcción del canal, en la elaboración de una
gigantesca paella de tierra, con tres metros de diámetro, la mayor en la
historia istmeña, contando con simbólicos ingredientes terruños tales como
carnes de cordero, cerdo, pollo y vacuno en la altiva comunidad de Volcán.
Y así nos vamos, en la búsqueda incesante de nuevos horizontes. Aproveche usted e intime la Ruta del Ron en
Herrera, la iglesia más antigua de tierra firme en Natá de los Caballeros, los
resplandecientes parajes del hermosísimo pueblito de Pedasí, las estrellas de
mar de las playas de San Blas y todos los otros extraordinarios obsequios que
nos brinda la naturaleza y la historia en Panamá.
En las próximas ediciones de su revista Elite, estaremos cubriendo
diferentes facetas del quehacer turístico nacional para que así se ilustre,
entusiasme y tome la iniciativa de conocer íntimamente este hermoso istmo donde
alcanzamos por fin la victoria, tierra feraz de Colón, ¡quizá tan chica para
llevarla toda entera dentro del corazón!
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