Diario Panamá América
23
de mayo 2015
Riqueza
Compartida
Jaime
Figueroa Navarro
Sorbiendo
poco a poco el humeante café durante una brutalmente gélida mañana de enero en
los albores de la década de los setenta en la Universidad de Nebraska, en uno de
esos amaneceres en Lincoln, desconocidos en los trópicos por su esencia de
trote, es decir, donde se camina con cadencia acelerada por el sádico frio que
penetra los huesos y el alma, tomando un receso a las innumerables ecuaciones
econométricas de la clase del Dr. Gupta, a quien para comprenderle la esencia
de su mensaje le escuchaba desde primera fila con especial atención su acento
Indostán, iniciamos la incisión al análisis de Adam Smith.
Para
los que no saben, y no tienen por que saberlo si no estudiaron la disciplina,
Adam Smith fue un filósofo y economista (1723-1790) al que se le
considera el padre de la economía. Su
obra magistral, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las
naciones (1776), nos señala su
mayor recogimiento: que es “el interés propio el que dirige todos los aspectos
del comportamiento y la actividad humana”; esto es, según sus ideas, lo que
hace que se impulse la división del trabajo y la acumulación de capital,
originando a su vez, un incremento en la productividad.
La riqueza de las naciones, nos cuenta Smith, se basa en
el trabajo cumulativo de sus habitantes.
Pero no es tan sencillo nada, hay que ir más allá en la incisión del
paciente. Existe una mano invisible que regula el mercado de
bienes y servicios, en la cual el Estado tiene actualmente mucho que ver. He allí el meollo del asunto, las drásticas
diferencias entre, por ejemplo, Estados Unidos, Singapur y Panamá.
Mientras en Panamá hemos pestañeado una economía
capitalista de laissez faire
empantanada por actividades para nada competitivas en el manejo de capitales,
mercados y precios por parte de elementos que han sido dañinos al pleno
desarrollo del país y de todos sus habitantes, escuchamos la
refrescante noticia esta semana donde el Consejo Municipal de la ciudad de Los
Ángeles, California, aprobó 14-1 (el voto en contra de seguro representa
intereses harto obscuros) el aumento del salario mínimo en esa jurisdicción de
$9 a $15 por hora.
Antes de tildar como imprudentes a los Honorables
Concejales angelinos, retomemos la esencia de la filosofía de Smith. “Con el progreso de la sociedad, las
compensaciones de esta especie (dinero), que corresponden a una mayor pericia y
esfuerzo, generalmente se reflejan en los salarios”, decía.
Conversaba esta semana con una empresaria venezolana el
tema de la riqueza compartida y la actual situación en su país. “Durante décadas el poder político y
económico lo compartieron los Adecos (partidarios de Acción
Democrática) y Copeyanos (partido Social Cristiano), hartos en corrupción en
un país que gozaba de una exuberante bonanza petrolera. Chávez llega al poder como resultado de la
indiferencia de los políticos a las grandes masas bolivarianas.” Suena harto familiar, tropicalizando los
actores.
Urge en un Panamá bendecido por su geografía, donde el
nuevo canal será sinónimo de una cornucopia jamás vista en nuestra historia,
sensatez, seriedad, la selección de los más capaces en la faena publica y
sobremanera muchísimo amor por la patria en el quehacer político, judicial y
económico de la nueva república.
Se hace de esencia un viraje que mejore los paupérrimos
niveles de educación de todos los panameños, la escuálida repartición de los
recursos y nuestra selección por compatriotas honrados y capaces, véase como
sacrosanto ejemplo al recién partido Chinchorro Carles, en la administración de
la cosa publica y del sector privado. La
ruleta rusa del peligroso experimento partidista criollo tiene que cambiar
antes que sea demasiado tarde. Gracias
Adam Smith por tu escueta y gélida lección.
¡Aun estamos a tiempo!
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