martes, 2 de junio de 2015

¡Ave María Pues!

Diario Panamá América
 Junio 6, 2015

¡Ave María Pues!
Jaime Figueroa Navarro

Gozo inmensamente el diario rito del despertar, removiendo las lagañas del alma y desperezando el cuerpo posterior a la intensa entrega a Morfeo, agradeciendo infinitamente a Dios cada uno de los más de 20,000 amaneceres con que me ha agraciado en lugar de espetar el preocupado lamento de muchos de mis congéneres.  La vida es una, hay que aprovecharla y disfrutarla intensamente día a día, hora a hora y minuto a minuto.  La actitud con que sacudimos el esqueleto a la aurora de cada amanecer es el vivo retrato de nuestra existencia.

Un reciente estudio arroja como conclusión que la gran mayoría de los estadounidenses fallecen a menos de 50 millas del sitio donde nacieron.  A eso le tildan como  regionalismo, no teniendo la menor duda que lo mismo es evidente en Panamá.  Con la irrebatible globalización del siglo XXI, timbrada con la expansión del canal de Panamá y el abaratamiento de viajes que vigorosamente fortalecen la industria del turismo, se hace cada vez más evidente que la permanencia en un sitio oxida y consecuentemente conocer el mundo y su inmensa variedad de costumbres, lenguas y sabores, dispensan oxígeno al cerebro y júbilo al corazón.

Al examinar mi correspondencia el pasado martes 20 de enero descubrí una cordial invitación fechada el día anterior desde Santiago de Cali, Colombia, donde la Doctora Piedad Maya, Presidente del II Congreso Internacional de Protocolo, invitaba mi concurrencia como conferencista en esa localidad la semana pasada presentado la realidad istmeña en menesteres de protocolo turístico.

Desde ese momento estructuré el croquis de mi presentación en Power Point, ajustándole con graficas, fotografías y reflexiones que deseaba proyectar durante mi ponencia, armando y reorganizando el rompecabezas casi a diario.  Más allá de ello, imaginando mi presencia en la tierra de Nariño, cuna de una bien hablada lengua castellana, fenomenales caudales naturales y su amable gente que eclipsa a todos en la región por su muy particular trato y actitud. 

Efectivamente, desde que la aeronave de Avianca despegó del istmo justo en horario a las 5:45 A.M., se hizo efectiva la deferencia colombiana a través de las genuinas sonrisas de las ruanas rojas abordo, los patrones de fineza de los agentes de migración en el nuevo aeropuerto El Dorado de Bogotá, ciudad donde extendimos nuestra escala por varias horas a fin de cumplir compromisos privados, hasta nuestro arribo a Cali al final de la jornada, sorprendidos que nuestro equipaje había sido registrado convenientemente hasta esa terminal sin requisar aduanas en Bogotá.

Coordinado por el Congreso, nos recibe Don Juan Carlos Miranda, hijo del valle del Cauca, transportista, cuya tarjeta de presentación espeta “viaje seguro con alguien de confianza”.  Acto seguido, nos narra con especial cariño la historia de su ciudad matando eficientemente el tiempo del trancón de las cinco, regalándonos en subsecuentes encuentros floridos potpurrís de boleros y cancioneros de antaño, posterior a nuestro “permiso”, como si ese fuese necesario.

En el modernísimo Hotel Spiwak, cómodamente ubicado en el centro comercial Chipichape, nos acoge en su recepción, que consta de seis escritorios con comodísimas sillas en lugar de un frio recibidor, la auxiliar Nathaly Serpa, quien cumplidamente contestando nuestras pesquisas, nos entrega la tarjeta magnética correspondiente a la amplia habitación 724 y una jugosa granadilla, riquísimo fruto colombiano.


El congreso, como todo lo demás, reflejó cual retrato las bondades, profesionalismo y minuciosa atención por los detalles, resaltando por la calidad de su organización la Dra. Piedad Maya y sus colaboradoras, María Elvira Páez y Rocío Suarez.  Así de veras da sumo gusto cambiar de ambiente y volver a aprender y compartir, respirando el fresco aire del valle del Cauca.  ¡Ave María pues!       

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