Diario Panamá América
Junio 6, 2015
¡Ave
María Pues!
Jaime
Figueroa Navarro
Gozo
inmensamente el diario rito del despertar, removiendo las lagañas del alma y
desperezando el cuerpo posterior a la intensa entrega a Morfeo, agradeciendo
infinitamente a Dios cada uno de los más de 20,000 amaneceres con que me ha
agraciado en lugar de espetar el preocupado lamento de muchos de mis
congéneres. La vida es una, hay que
aprovecharla y disfrutarla intensamente día a día, hora a hora y minuto a
minuto. La actitud con que sacudimos el
esqueleto a la aurora de cada amanecer es el vivo retrato de nuestra
existencia.
Un
reciente estudio arroja como conclusión que la gran mayoría de los
estadounidenses fallecen a menos de 50 millas del sitio donde nacieron. A eso le tildan como regionalismo, no teniendo la menor duda que
lo mismo es evidente en Panamá. Con la
irrebatible globalización del siglo XXI, timbrada con la expansión del canal de
Panamá y el abaratamiento de viajes que vigorosamente fortalecen la industria del
turismo, se hace cada vez más evidente que la permanencia en un sitio oxida y
consecuentemente conocer el mundo y su inmensa variedad de costumbres, lenguas
y sabores, dispensan oxígeno al cerebro y júbilo al corazón.
Al
examinar mi correspondencia el pasado martes 20 de enero descubrí una cordial
invitación fechada el día anterior desde Santiago de Cali, Colombia, donde la
Doctora Piedad Maya, Presidente del II Congreso Internacional de Protocolo,
invitaba mi concurrencia como conferencista en esa localidad la semana pasada
presentado la realidad istmeña en menesteres de protocolo turístico.
Desde
ese momento estructuré el croquis de mi presentación en Power Point, ajustándole con graficas, fotografías y reflexiones
que deseaba proyectar durante mi ponencia, armando y reorganizando el
rompecabezas casi a diario. Más allá de
ello, imaginando mi presencia en la tierra de Nariño, cuna de una bien hablada
lengua castellana, fenomenales caudales naturales y su amable gente que eclipsa
a todos en la región por su muy particular trato y actitud.
Efectivamente,
desde que la aeronave de Avianca despegó del istmo justo en horario a las 5:45
A.M., se hizo efectiva la deferencia colombiana a través de las genuinas
sonrisas de las ruanas rojas abordo, los patrones de fineza de los agentes de
migración en el nuevo aeropuerto El Dorado de Bogotá, ciudad donde extendimos
nuestra escala por varias horas a fin de cumplir compromisos privados, hasta
nuestro arribo a Cali al final de la jornada, sorprendidos que nuestro equipaje
había sido registrado convenientemente hasta esa terminal sin requisar aduanas
en Bogotá.
Coordinado
por el Congreso, nos recibe Don Juan Carlos Miranda, hijo del valle del Cauca,
transportista, cuya tarjeta de presentación espeta “viaje seguro con alguien de confianza”. Acto seguido, nos narra con especial
cariño la historia de su ciudad matando eficientemente el tiempo del trancón de
las cinco, regalándonos en subsecuentes encuentros floridos potpurrís de
boleros y cancioneros de antaño, posterior a nuestro “permiso”, como si ese
fuese necesario.
En
el modernísimo Hotel Spiwak, cómodamente ubicado en el centro comercial
Chipichape, nos acoge en su recepción, que consta de seis escritorios con
comodísimas sillas en lugar de un frio recibidor, la auxiliar Nathaly Serpa,
quien cumplidamente contestando nuestras pesquisas, nos entrega la tarjeta
magnética correspondiente a la amplia habitación 724 y una jugosa granadilla,
riquísimo fruto colombiano.
El
congreso, como todo lo demás, reflejó cual retrato las bondades,
profesionalismo y minuciosa atención por los detalles, resaltando por la calidad
de su organización la Dra. Piedad Maya y sus colaboradoras, María Elvira Páez y
Rocío Suarez. Así de veras da sumo gusto
cambiar de ambiente y volver a aprender y compartir, respirando el fresco aire
del valle del Cauca. ¡Ave María
pues!
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