miércoles, 10 de junio de 2015

Vivencias que Afloran Alegrias



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Diario Panama America
13 de junio 2015 

Vivencias que Afloran Alegrías
Jaime Figueroa Navarro

Sin ser millonario, he visitado más de cincuenta países en cinco continentes. Esas sapiencias, que jamás podrán robarme, me colman de felicidad. Son ellas precisamente el recuerdo de personas, lugares y hechos que deleitan la memoria. Y es que, permanecer en un mismo lugar toda la vida ¡oxida el espíritu! Aquellos que abonan su dinero en experiencias en lugar de cosas, son más felices. Un análisis publicado en la revista Psicología Positiva indica que las personas que compraron productos onerosos en vez de invertir su dinero en vivencias, frecuentemente devaluaron el valor del nuevo producto directamente después de su compra. ¡Reflexione sobre ello!

Siempre fui así, en búsqueda de nuevos horizontes. No vacilé durante mis años de preparatoria en la gélida metrópolis de Boston, para conocer distantes parajes de Nueva Inglaterra y Canadá. Decidí finalizar mis estudios universitarios en Nebraska, que rima con Alaska y es igual de frio, por la mera curiosidad de penetrar el corazón de Americana en lugar de sus virtudes académicas. Esa experiencia me dotó de carácter y temple. He visitado 42 estados de ese gran país, más que la mayoría de sus habitantes.  De haber nacido un hombre con carencias en Estados Unidos hubiese elegido la carrera de camionero, porque no tendría un amargado jefe respirándome a las espaldas a diario y por la libertad de siempre transitar parajes diferentes. ¡La rutina simplemente me mata!

Por ello experimentamos en un mundo cada vez más globalizado y pudiente un auge sin par en la industria del turismo. El prestigioso portal TripAdvisor en su anuncio recién esta semana sobre las maravillas del mundo (2015 World Wonders) selecciona a Panamá y su canal como uno de los 25 sitios que más descollan en el universo.

En los últimos catorce años, desde que regresé a Panamá, he dedicado mi tiempo e invertido en fogueos istmeños que me han permitido escalar el Barú, vivencia que todos debemos albergar por lo menos una vez en la vida para denominarnos auténticamente panameños y Pechito Parao, en la serranía del Majé, seductora cúspide en la selva darienita que pocos hemos visitado, donde Balboa visualiza hace 500 años la inmensidad del Mar del Sur reflejado sobre el golfo de San Miguel, las caribeñas playas veragüenses de Calovébora y el islote de San Ignacio de Tupile en el mero centro del archipiélago de San Blas hasta la vivísima personalidad de provincias centrales y su folclor reflejado en el espejo de Pedasí, sus preciosas casitas de ibéricas tejas y su bonachona gente. Todo ello a bordo de mi veterano Toyota Prado plateado cuyo canoso indicador de recorrido refleja más de 200,000 bien trotados kilómetros de galope nacional.

Cuando recientemente mi jurista hija Patricia Mercedes me notificó su selección para participar en un seminario especializado sobre riesgos en la ciudad alemana de Múnich y que sentía una normal inquietud sobre cruzar el charco por vez primera, le solicité me confirmara las fechas, revisando minuciosamente mi agenda confirmándole que a la culminación de su curso me gustaría celebrarlo con ella brindando con una cerveza en el beer hall más famoso del mundo, ubicado en esa ciudad, conocido como Hobfrauhaus.

“¿De veras papi, tu vas a venir a verme?”, indagó.  “No solamente voy a beber una cerveza a Múnich, eso me sale muy caro.  Por favor pide una semana de vacaciones.  Si te la otorgan, tu papá te servirá como guía de turismo en Paris.”

Vivencias como estas pernoctan en nuestra memoria para toda la vida.  Aun recuerdo con especial cariño el anuncio de mi padre al recibirme de estudios superiores en Boston en 1970, una de las mayores y más gratas sorpresas de mi vida.  “Vamos a tomar un paréntesis en nuestras ocupadas vidas: ¡Partimos tu y yo al mundial de México!”.  Brasil goleó 4-1 a Italia en el Estadio Azteca, quedándose como dueña única de la Copa Jules Rimet.  Después conocí personalmente a Pelé por casualidad en el lobby del espectacular Hotel Princess en Acapulco.

¡Por nada en el mundo cambiaria esta vivencia con mi hija!        

  

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