Diario Panamá América
4 de julio de 2015
¡Bonjour,
París!
Jaime Figueroa Navarro
Mi primera visita a esta capital, la urbe
más visitada del mundo, fue a los quince años durante el convulsionado verano
de 1968. Abordando el vuelo de Air France en el recién estrenado aeródromo John
F. Kennedy, en Nueva York, dediqué el cruce al charco a la lectura del popular
libro "Europa a $5 el día", antes de aterrizar en el aeropuerto de
Orly en sus suburbios y un París en franca limpieza posterior a los graves
disturbios estudiantiles y obreros en contra de la V República del presidente
Charles de Gaulle.
Casi medio siglo después y con más de una
veintena de viajes a la Cité de l'Amour, mantengo aún la misma debilidad por
los eclairs au chocolat, fino fruto de la pastelería francesa, cuya textura y
fina pasta me arrebataron durante mis años mozos.
Han cambiado los tiempos y la gente. Ahora
se perciben muchísimos turistas chinos que otrora no existían. Todos los
franceses y visitantes pululan las docenas de líneas del metro con la vista
fija en sus celulares, cual robots del siglo XXI, cuando antes dedicaban su
tránsito a la lectura del diario Le Monde, o bien a ojear los calzados las
damas, o las damas los caballeros. Finalmente, los franceses dominan la lengua
de Shakespeare, y cáspita, también la de Cervantes.
Lo que no varía es la exquisitez de su
gastronomía y la sensualidad de la torre Eiffel, los cafetines de esquina donde
los galos practican su más deleitable pasatiempo, que es observar a los
transeúntes y la elegancia en el vestir reflejada a través de cada vitrina
parisina.
Aprovechando un seminario de riesgos en
reaseguros que cursó mi hija Patricia Mercedes en Múnich, Alemania, las pasadas
dos semanas, siendo esta su primera travesía a Europa, le rogué pidiese una
semana adicional de vacaciones, para servirle como su guía de turismo en París,
volando de la frígida Bavaria el sábado pasado para encontrarnos una Francia
tan o más cálida que Panamá.
Los hoteles en París gozan de habitaciones
pequeñas y estrechas, pero harto cómodas con precios para bolsillos profundos y
una interminable diversidad. Posterior a escudriñar las diversas, variables e
importantísimas opiniones de sus clientes en el portal TripAdvisor, optamos por
un hotel en una romántica calle peatonal cercana a la torre Eiffel donde al
amanecer se estiran en sus aceras atriles repletos de cerezas, frambuesas y
otros frutos del huerto local y se hurgan los olores del recién tostado café de
máquinas prensadoras italianas, en preparación para el liviano desayuno que
asiste en mantener tan delgados a los lugareños y que consta adicionalmente del
recién exprimido jugo de naranja y una cesta de variados panecillos frescos
acompañados de mantequilla y jaleas.
Aprovechando nuestra estancia en París,
conjugué hace algunas semanas con la parisina Fundación de Lesseps para dictar
una de las conferencias de mi ciclo Por qué Panamá, con un enfoque, en
adición al acostumbrado giro turístico, que actualizase a la audiencia en los
pormenores del proyecto de expansión al Canal y su vibrante aporte al comercio
mundial. Así fue cómo el lunes al atardecer, a bordo de la embarcación Ile de
France, sede del prestigioso club Cercle de la Mer, sobre el muelle de Suffren
a la sombra de la torre Eiffel, sacando las mariposas del estómago, alterando
el cassette del español al francés, inspirado por el sitio y la exquisita
audiencia que incluía por vez primera a mi hija Patricia Mercedes, dicté una
inspiradora charla sobre el istmo que dejó boquiabiertos y babeantes a los
presentes con deseos de conocer Panamá. Inesperado honor, posterior a la
charla, Cercle de la Mer me nombró su primer socio honorario panameño,
obsequiándome la corbata que distingue a esta particular fraternidad de hombres
y mujeres de mar.
Lo que colmó de mayor valor nuestra
travesía, es lograr una buena calificación por parte de mi hija como su guía de
turismo, gozando entre otros, de la más deliciosa sopa de cebolla en el afamado
restaurante Au Pied de Cochon y la versión local del steak frites en Le Relais
de l’Entrecote, la visita de rigor al Museo de Louvre y a la afamada revista
del Lido. Para mí, esta semana tiene que ser gloriosa dentro de aquellos
recuerdos de la vida que se llevan en lo más profundo del corazón.
¡Bonjour, París!
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