Diario
Panamá América
11
de julio 2015
Desarrollo
Turístico Caribeño
Jaime
Figueroa Navarro
Como hito
histórico anunció el Gobierno Nacional el proyecto de renovación urbana de la
ciudad de Colón la semana pasada, añadiendo el Presidente Varela los pormenores
de los $500 millones y 5,000 viviendas nuevas para los ciudadanos de esa
provincia. Aplausos merece la
iniciativa, sobremanera tratándose del caribe istmeño, tristemente abandonado
por los políticos y empresarios istmeños desde mediados del siglo pasado, a
pesar de gozar a su lado con la boyante Zona Libre de Colón.
No obstante
la inversión estatal en un cambio de imagen de limitadas manzanas de la segunda
ciudad más relevante del istmo y la construcción de viviendas para los más
necesitados, bien valdría la pena volver a horadar la roca sobre un impulso de
mayor relevancia que crearía importantes fuentes permanentes de empleos bien
remunerados corrigiendo por siempre el espejo del turismo istmeño.
Fue durante
la campaña presidencial Martinelli-Varela de 2009, sirviendo como Presidente de
la Mesa de Turismo del Plan de Gobierno, que expuse durante una reunión de la
Fundación del Desarrollo del Caribe en el Club Unión, planes más allá de la
retorica política para el desarrollo pleno del turismo istmeño en un país que
ha erróneamente concentrado todos sus esfuerzos en la costa equivocada.
Básico en
el esquema, planteamos la construcción de una autopista caribeña que oxigenara
las áreas de mayor pobreza extrema de la republica, prosperando magnetos
turísticos con énfasis en ecoturismo y turismo histórico. El costo de la mega obra estaría más que cubierto
con la plusvalía de valiosas propiedades costeñas propiedad del estado, que
servirían como áreas de inversión turística dentro de un Plan Maestro para el
Desarrollo del Caribe.
Esta iniciativa
no es para nada nueva. Si examinamos el
exitoso ejemplo azteca, vemos como posterior al despliego de sus playas del
pacifico, resaltando Acapulco, Puerto Vallarta y Riviera Nayarit, la Secretaría
de Turismo de México presenta el más exitoso plan de desarrollo turístico de
playas a nivel mundial en la década de los setenta con el florecimiento de la
Riviera Maya en Quintana Roo y Cancún como su núcleo.
Si bien es
cierto ese país goza de una rica historia caribeña representada por
monumentales obras como Chichen Itzá y Tulum, no se queda Panamá detrás con las
abandonadas joyas coloniales de Portobelo y Fuerte San Lorenzo, amén de una riqueza
ecológica tropical, inexistente en las áridas geografías del caribe mexicano, icónicamente representada por la isla Escudo
de Veraguas, que a pesar de su nombre geográficamente se ubica en la provincia
de Bocas del Toro.
Ese
ambicioso Plan Maestro del desarrollo del Caribe, buscaría también el fecundo
auge de marinas para veleros, a lo largo y ancho de un caribe que cuenta con
más de un millón de ellos, un turismo de lujo que busca a gritos refugios en su
pilastra sur de junio a noviembre por la temporada de huracanes y que en el istmo cuenta con una muy vergonzosa
limitante resultado de la miope dirección política de la Autoridad de Turismo
de Panamá.
Complementando
al proyecto, para aumentar las escuálidas cifras de ocupación hotelera
capitalina, se procedería a la plena reconstrucción de las olvidadas ruinas de
Panamá Viejo, creando otro ápice colonial que complemente al Casco Antiguo y
que se enlace a Portobelo con la reconstrucción del Camino Real donde los
turistas se deleiten con las riquezas ecológicas istmeñas a través de un
sendero único en el mundo. ¡Esto es
visión de turismo, no el eterno letargo de los gobernantes y sus ineptos charges
d’affaires que perenemente balbucean estrellándose contra las húmedas paredes
de la indiferencia y la ineptitud!
Por la
importancia de la industria sin chimeneas, exige el país elevar su relevancia,
profesionalizando su esquema de tal manera que se convierta, como la Autoridad
del Canal de Panamá, en importante cornucopia para el progreso del país. ¡Empecemos
por Colón, Señor Presidente, pero empecemos bien!
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