Diario Panamá América
25
de julio 2015
Lo
Mejor o Nada
Jaime
Figueroa Navarro
Las grandes
multinacionales acertadamente dedican una apreciable porción de su presupuesto
hacia el mercadeo de sus productos. En
momentos que nos rasca el cerebro el tema de la marca país, se hace ineludible
aun para los eternos parásitos políticos del patio la urgente necesidad de
invertir en nuestra estampa, tan exclusiva y tan despreciada por los que
empuñan el timonel del estado y la cartera de turismo.
Muy
perceptiblemente adopta el titulo de nuestra columna el colegido eslogan de la
fabricante de autos teutona Mercedes Benz.
Las cuatro palabras Lo Mejor o
Nada son un espejo de su burbujeante innovador espíritu desde hace más de
un siglo. La base de esta renovadora fuerza la constituye el
sistemático trabajo de investigación de Mercedes-Benz, contando con una red global de casi 20,000
especialistas en Investigación y Desarrollo: interdisciplinario think tank que destila espíritu pionero,
competencia y motivación para seguir fabricando, a pesar de todos los esfuerzos
de sus múltiples competidores, los mejores automóviles del mundo.
En turismo es lo mismo, o nos ponemos las pilas o el desordenado
experimento que continuamos desgreñando por carencia de esa marca país y el
denominador común que es la selección de los mejores para tomar las decisiones
que nos eleven hacia un continuado plan de innovación, nos lleva a pernoctar en
la cloaca improductiva que nos resulta en niveles ínfimos de ocupación hotelera
y anémicas cifras de simulado crecimiento, con la interminable fila de
aburridas excusas por supuestos paladines del quehacer turístico.
¿Recuerdan el señorial impacto de la campaña My Name is Panama? A
mediados de la década de los ochenta, en plena dictadura Norieguista, sin duda
el capitulo más obscuro de nuestra historia republicana, para realzar internacionalmente
la imagen del país con motivo de la celebración del concurso Miss Universo en
el terruño el entonces Director del Instituto Panameño de Turismo, el
publicista Alberto García de Paredes, se encargó de contratar la pauta cuyo jingle aun tarareamos los que contamos
con canas en la memoria.
¿De que trata Panamá, ahora que no puede contar ni con esos clichés? Como
un personaje, que en el estremecido enclave que es una vida cimenta imágenes y
sueños sobre sí mismo, un país también se sostiene a partir de imaginarios
sobre una identidad nacional. Por aquí creímos desde siempre que éramos el país
del boxeo, de las carreras de caballos y del tamborito, la murga de Panamá, y que los istmeños éramos amistosos. Los
clichés, así como los imaginarios, no son verdades, sino construcciones. Se
imponen como resultado de conflictos, hegemonías y supresiones.
El reflejo del éxito en la conducción de una empresa publica, no solo en
Panamá sino en toda América Latina, es sin duda la Autoridad del Canal de
Panamá, un ente fecundo y harto planificado que goza de una estupenda savia
humana. Nos toca entonces emularle,
clonarle y que sirva como ejemplo único para que nuestros emprendimientos
turísticos sean tan productivos como lo es el canal. ¡Dios nos libre el día que los presidentes
nombren a los regidores de esa minita de diamantes!
Si lográsemos plasmar Lo Mejor o Nada
como tan espléndidamente lo logra Mercedes Benz, con estampas que adornasen la terminal de
Tocumen, destellando nuestros valores pro
mundi beneficio, el pionero legado de Balboa al desarrollo del comercio
universal, de seguro un importante porcentaje de los diez millones de almas que
pululan sus tiendas anualmente, se verían en la necesidad de visitarnos,
saciando su curiosidad tras morder el anzuelo de un eficaz mercadeo.
Falta tan
solo la voluntad y la acción para convertir lo que tenemos en lo que puede ser,
tal y como lo plasmaron Carlos V, de Lesseps y Goethals con nuestro canal. Mientras tanto continuamos en las miasmas de
la ignominia, en un paso adelante y dos hacia atrás. Duele ver como un paraíso con tanto potencial
zozobra en el mar de una indiferencia tal que ya los diablos rojos se apoderan
nuevamente de nuestras calles y los eternos corsarios de nuestro diario
quehacer. ¿Cuándo cambiaremos?
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