Diario Panamá América
12 de septiembre de 2015
Intercesión del Turismo
Jaime
Figueroa Navarro
Por un lado
están los turistas, aquellos genuinos turistas dentro de la risible cifra de
1.5 millones que la Autoridad de Turismo de Panamá nos informa que aterrizaron
en el istmo durante la primera mitad de 2015: “un incremento de 17.3% año a
año” que le costó la cabeza al Ministro de Turismo, Jesús Sierra,
convenientemente nombrado Embajador de Panamá ante la Organización de Estados
Americanos.
Por el otro
lado están los jugadores claves del turismo nacional, aquellos que con el sudor
de su frente aportan a diario al desarrollo de una industria que no despega por
la clara falta de un genuino liderazgo, creatividad y disciplina en el quehacer
de lo que debería ser una mina, no de oro, sino de resplandecientes diamantes,
que aporte una importante tajada a nuestro empeño como nación.
A diario me
encuentro con los primeros, agotados visitantes que al igual que yo, se
preguntan que es lo que es y lo que podría ser, encontrando por doquier
muestras de miopía tercermundista en un país que se jacta de portar pantalones
largos.
El pasado
miércoles me encontré con los segundos, medio millar de las gloriosas
hormiguitas de a pie, legítimos patriotas dedicando cada faena desde el
amanecer donde calladamente entonan esas notas del Himno Nacional, que muchos
funcionarios tararean por siquiera saberlas de memoria, mucho menos con amor.
Existe una
visible falta de paladines a la cabeza del empeño, nos carcome la indiferencia
cuando después de vociferar por años la necesidad de ubicar en el corazón del
aeropuerto de Tocumen un espacio generoso para exhibir a los más de diez
millones de transeúntes anuales, las anchas virtudes de nuestras etnias, de
nuestro folclor, de nuestra gastronomía y de nuestra muy particular artesanía,
los jefes de esa dependencia nos saquen en cara una estéril calculadora,
blasfemando al pretender que este inalienable tarea la administren empresas
peruanas, ticas o el que sea que más dólares, así como la vergonzosa venta de
terrenos, deposite en las arcas de la institución, como si se tratase de otra
tienda de perfumes, licores o cigarrillos y no de la venta de Marca País que
fue el titulo de nuestra conferencia en el Primer Foro de Turismo de la
Asociación de Guías de Turismo de Panamá en el Paraninfo de la Universidad de
Panamá.
Indistintamente
de sus virtudes y defectos, el Dr. Arnulfo Arias y el General Omar Torrijos,
sirvieron como incondicionales guerreros a la causa de Panamá en el siglo
XX. Podemos increpar de todo pero nadie
pone jamás en tela de duda su intachable amor al terruño, común denominador de
sus éxitos políticos. ¡Que lastima que
sus cachorros no le lleguen a los talones!
Nuestra clase política, a través de vergonzosos blindajes, se ha
convertido en cueva de inescrupulosos cleptómanos y peor aun, en ineptos
cavadores de las trincheras del status quo, que no hacen ni dejan hacer.
Es así como
temas tan sencillos como el enorme letrero, o varios de ellos, que deberían
invitar, incitar, hacer salivar al pasante en la carretera interamericana por
conocer, por intimar la iglesia más antigua de Tierra Firme en Natá de los
Caballeros, entrando por la sucursal del Banco Nacional de Panamá (“Grande como
Tu”) que en garrafal miopía de la Autoridad de Turismo de Panamá, debería
meterse las manos en sus profundos bolsillos y cooperar con este empeño, de
paso también patrocinando uno o dos raspaderos para refrescar la sed de los
turistas, fomentando un positivo cambio a este poblado que revertiría en creces
su mínima inversión.
Fueron los
pequeños detalles, aquellos que no visualizan los funcionarios de turismo por
pernoctar en sus nidos refrigerados de la Avenida Balboa o en estériles viajes
a diestra y siniestra sin resultados concretos, efectuando burlescos anuncios
de parques temáticos que nunca se dieron, los que rematé durante mi prolongada
exposición en el foro.
Actitud, o
falta de ella se ve reflejada en la reciente encuesta internacional que refleja
que los panameños somos “poco amables”.
La descortesía del no voy y la falta de los más
elementales gestos de urbanidad en nuestro diario quehacer tienen que ser
reemplazadas por una educación que fomente desde sus raíces lo que tan bien
espetan nuestros vecinos colombianos para que el turismo arranque de una vez
con todas las turbinas repletas de telarañas y faltas de cambio de aceite.
Las
universidades deben esculpir soldados de la patria, nadie debe graduarse de la
carrera de turismo si no ha cumplido con un internado que le lleve a lo más
profundo de provincias, que le obligue a escalar el cerro Pechito Parao en
Darién desde cuya cima hace más de quinientos años Balboa visualiza el Océano
Pacífico, convirtiéndole en el mas importante descubrimiento para el desarrollo
del comercio universal y que debe ser obligado sitio de visita para todos los
panameños y turistas, que al atravesar el poblado de Cucunatí a Quebrada
Eusebio en las laderas del cerro y esfumarse la señal celular permita que
nuevamente veamos al prójimo como lo hacíamos antes, tal vez mejorando de esta
forma los índices de amabilidad. ¡Si yo
lo hice después de seis décadas a mis espaldas, todo lo podemos hacer! Es indescriptible la grandiosidad de la vista
del golfo de San Miguel acariciando las playas del enigmático Darién, tal vez más
impactante y fastuoso que escalar la torre Eiffel.
No es falta
de este gobierno en particular, dirijo mi dedo hacia todos, por la
inescrupuloso ignorancia en que se maneja el turismo nacional. Resulta increíble que gozando de tanto
potencial se eche a perder en la ignominiosa indiferencia. Eso fue lo que pretendí dejar tatuado en el
alma del auditorio el pasado miércoles.
¿Hasta cuando Panamá?
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