jueves, 10 de septiembre de 2015

Intercesión del Turismo

Diario Panamá América
12 de septiembre de 2015

Intercesión del Turismo
Jaime Figueroa Navarro

Por un lado están los turistas, aquellos genuinos turistas dentro de la risible cifra de 1.5 millones que la Autoridad de Turismo de Panamá nos informa que aterrizaron en el istmo durante la primera mitad de 2015: “un incremento de 17.3% año a año” que le costó la cabeza al Ministro de Turismo, Jesús Sierra, convenientemente nombrado Embajador de Panamá ante la Organización de Estados Americanos. 

Por el otro lado están los jugadores claves del turismo nacional, aquellos que con el sudor de su frente aportan a diario al desarrollo de una industria que no despega por la clara falta de un genuino liderazgo, creatividad y disciplina en el quehacer de lo que debería ser una mina, no de oro, sino de resplandecientes diamantes, que aporte una importante tajada a nuestro empeño como nación. 

A diario me encuentro con los primeros, agotados visitantes que al igual que yo, se preguntan que es lo que es y lo que podría ser, encontrando por doquier muestras de miopía tercermundista en un país que se jacta de portar pantalones largos. 

El pasado miércoles me encontré con los segundos, medio millar de las gloriosas hormiguitas de a pie, legítimos patriotas dedicando cada faena desde el amanecer donde calladamente entonan esas notas del Himno Nacional, que muchos funcionarios tararean por siquiera saberlas de memoria, mucho menos con amor.

Existe una visible falta de paladines a la cabeza del empeño, nos carcome la indiferencia cuando después de vociferar por años la necesidad de ubicar en el corazón del aeropuerto de Tocumen un espacio generoso para exhibir a los más de diez millones de transeúntes anuales, las anchas virtudes de nuestras etnias, de nuestro folclor, de nuestra gastronomía y de nuestra muy particular artesanía, los jefes de esa dependencia nos saquen en cara una estéril calculadora, blasfemando al pretender que este inalienable tarea la administren empresas peruanas, ticas o el que sea que más dólares, así como la vergonzosa venta de terrenos, deposite en las arcas de la institución, como si se tratase de otra tienda de perfumes, licores o cigarrillos y no de la venta de Marca País que fue el titulo de nuestra conferencia en el Primer Foro de Turismo de la Asociación de Guías de Turismo de Panamá en el Paraninfo de la Universidad de Panamá. 

Indistintamente de sus virtudes y defectos, el Dr. Arnulfo Arias y el General Omar Torrijos, sirvieron como incondicionales guerreros a la causa de Panamá en el siglo XX.  Podemos increpar de todo pero nadie pone jamás en tela de duda su intachable amor al terruño, común denominador de sus éxitos políticos.  ¡Que lastima que sus cachorros no le lleguen a los talones!  Nuestra clase política, a través de vergonzosos blindajes, se ha convertido en cueva de inescrupulosos cleptómanos y peor aun, en ineptos cavadores de las trincheras del status quo, que no hacen ni dejan hacer. 

Es así como temas tan sencillos como el enorme letrero, o varios de ellos, que deberían invitar, incitar, hacer salivar al pasante en la carretera interamericana por conocer, por intimar la iglesia más antigua de Tierra Firme en Natá de los Caballeros, entrando por la sucursal del Banco Nacional de Panamá (“Grande como Tu”) que en garrafal miopía de la Autoridad de Turismo de Panamá, debería meterse las manos en sus profundos bolsillos y cooperar con este empeño, de paso también patrocinando uno o dos raspaderos para refrescar la sed de los turistas, fomentando un positivo cambio a este poblado que revertiría en creces su mínima inversión. 

Fueron los pequeños detalles, aquellos que no visualizan los funcionarios de turismo por pernoctar en sus nidos refrigerados de la Avenida Balboa o en estériles viajes a diestra y siniestra sin resultados concretos, efectuando burlescos anuncios de parques temáticos que nunca se dieron, los que rematé durante mi prolongada exposición en el foro.

Actitud, o falta de ella se ve reflejada en la reciente encuesta internacional que refleja que los panameños somos “poco amables”.  La descortesía del no voy y la falta de los más elementales gestos de urbanidad en nuestro diario quehacer tienen que ser reemplazadas por una educación que fomente desde sus raíces lo que tan bien espetan nuestros vecinos colombianos para que el turismo arranque de una vez con todas las turbinas repletas de telarañas y faltas de cambio de aceite. 

Las universidades deben esculpir soldados de la patria, nadie debe graduarse de la carrera de turismo si no ha cumplido con un internado que le lleve a lo más profundo de provincias, que le obligue a escalar el cerro Pechito Parao en Darién desde cuya cima hace más de quinientos años Balboa visualiza el Océano Pacífico, convirtiéndole en el mas importante descubrimiento para el desarrollo del comercio universal y que debe ser obligado sitio de visita para todos los panameños y turistas, que al atravesar el poblado de Cucunatí a Quebrada Eusebio en las laderas del cerro y esfumarse la señal celular permita que nuevamente veamos al prójimo como lo hacíamos antes, tal vez mejorando de esta forma los índices de amabilidad.  ¡Si yo lo hice después de seis décadas a mis espaldas, todo lo podemos hacer!  Es indescriptible la grandiosidad de la vista del golfo de San Miguel acariciando las playas del enigmático Darién, tal vez más impactante y fastuoso que escalar la torre Eiffel.


No es falta de este gobierno en particular, dirijo mi dedo hacia todos, por la inescrupuloso ignorancia en que se maneja el turismo nacional.  Resulta increíble que gozando de tanto potencial se eche a perder en la ignominiosa indiferencia.  Eso fue lo que pretendí dejar tatuado en el alma del auditorio el pasado miércoles.  ¿Hasta cuando Panamá?                            

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