Diario
Panamá América
20 de febrero 2016
Abundancia
de Peces
Jaime Figueroa
Navarro
Todos
saben que somos la potencia marina del siglo XXI al visitar el elegante puerto
de Saint Tropez en la Riviera francesa y enumerar desde uno de sus onerosos
cafetines la insignia nacional ondeando a bordo de sus lujosos yates. El negocio de abanderamiento de naves nos
convierte en el blasón de mayor menudeo en los mares del mundo, haciéndose más
evidente aquí en la ciudadela de recreo que hizo famosa la actriz Brigitte
Bardot a mediados del siglo XX.
Lo mismo
se repite en Monte Carlo, Saint Raphael y también en puertos de trueque de mercancías como Marsella y Le Havre, por no
referirnos a puertos en las costas de otros países vecinos o alejados de
Francia. Vivir allí o frecuentarles deja
en boca de todos y en la memoria colectiva el nombre Panamá muy por encima de
Liberia, su mas cercano competidor.
En
otros lares, en todas las escuelitas del mundo, durante el repaso de historia y
geografía en escuelas primarias de ciudades y campos, se menciona al canal de
Panamá como clave del desarrollo logístico mundial. Y ello indudablemente tatúa en el disco duro
del Homo sapiens el enlace entre nuestro nombre y nuestro canal. ¡Nada más!
Fue
durante el verano de 1971 durante mi inmersión en la lengua de Moliere que tuve
la casualidad de congeniar con un personaje que me abrió los ojos e hizo
palpitar mi corazón con espíritu patrio, a pesar de no ser istmeño. Mi escuela de francés estaba sobre la isla de
Bendor, a la sombra del romántico puerto mediterráneo de Bandol, frecuentado
durante su época de mayor brillo por Paul y Linda McCartney.
Resulta
que Bendor era un islote, símil a Taboga por su proximidad a tierra firme, que
la República Francesa no quería, o no podía, desarrollar como atractivo
turístico posterior a la Segunda Guerra Mundial, cediéndole en 1950 al magnate
Paul Ricard, famoso por su pastis,
refrescante y popular aperitivo alcohólico que emplea su apellido, transformándose en la cuna del jet set de los años sesenta,
frecuentada por el artista Salvador Dalí, la actriz Melina Mercouri y el
comediante francés Fernandel, entre otros.
Allí,
en medio de la marina, bajo el monolito con la rúbrica: “Nul mal sans peine”
conocí al director de la escuela de buceo de Bendor, la más importante de
Europa, luciendo su tradicional traje negro de hule, aspirando sin tregua un
cigarrillo Gauloise sin filtro como si se fuese a extinguir en sus amarillentos
dedos. Al escuchar mi acento extranjero
me preguntó de donde venía. Al decirle
Panamá, me corrigió al ripostar: “jeune homme, vous venez du paradis”.
“El
paraíso”, así describió Panamá el famoso marino Jacques Cousteau al istmo
posterior a una
aventura
bajo las cristalinas aguas de la isla de Coiba a mediados de los sesenta que le
llevó a compararle con la canción de los Beatles “Yellow Submarine”, por su
opulento colorido y riqueza acuática poco común en otros lares.
Se
refiere el quinto capitulo, de doce, de nuestra obra Fantastic Panama! a esa riqueza marina, la abundancia de peces, que
es Panamá. Poco valoramos, como lo hacen
nuestros visitantes, la exposición de productos de mar en el Mercado de
Mariscos. Menos aun, el hecho que
Panamá, no Miami ni Jamaica ni Cancún, ostenta el destino numero uno de pesca
deportiva mundial, donde se viene a enganchar bestias de mayor tamaño que uno,
en Tropic Star Lodge de Bahía de Piñas en nuestro Darién.
Por
encima de todo, al destapar el velo sobre el lienzo, descubrimos que la vida
marina del Caribe difiere totalmente de la del Pacifico convirtiéndonos en un
verdadero paraíso gastronómico terrenal, donde diversas especies de cetáceos
adornan las profundas aguas de Piñas, Coiba, Montuosa y Hannibal, convertidas en la Disneylandia de
las más despeluznantes especies marinas del mundo. Haga el ejercicio y examine el rostro a un
turista posterior a su primer bocado de un filete de corvina panameña, y
repetirá en su mirada como lo hizo Cousteau: “paradis”. Welcome to Panama!
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