Diario
Panamá América
27 de febrero 2016
Tragicomedia
del Turismo
Jaime Figueroa
Navarro
Nuestra columna se refiere a la usanza de uno de los más trascendentes y
difundidos entes del teatro clásico griego, caracterizado por la combinación de
elementos dramáticos y cómicos, en el telón de nuestro turismo.
A mediados del siglo XX, dentro del género,
se desarrolla el teatro de lo absurdo, obras escritas por dramaturgos
gringos y europeos caracterizadas por tramas que parecen carecer de
significado, diálogos repetitivos y falta de secuencia dramática que a menudo
crean una atmósfera onírica. Ubíquese en
su cómoda butaca dentro del remodelado
Teatro Nacional, cuando nuevamente le reinauguren por enésima vez, con un
sistema de aire acondicionado mejor que el del aeropuerto de Tocumen, a prueba
de apagones, para presenciar nuestra obra.
El preámbulo nos traslada desde la terminal de Albrook hasta el Casco
Antiguo a bordo de un diablo amarillo, antes eran rojos pero ya no les pintan,
no por lo oneroso sino por falta de imaginación y tiempo. El frenético silbato del conductor y la ágil
destreza del pavo nos permiten un rápido desplazamiento premiando con bocanadas de humo negro a conductores
y pasajeros en la interminable fila de vehículos piratas que pretenden el cruce del puente de las
Américas, interrumpido por un retén a la hora pico de la tarde frente a la
entrada de Panamá Pacífico, guarometros a mano, recién programados para
desconocer refrigerios de la destilería de Pesé.
El primer acto nos traslada al Palacio de las Garzas dentro de la anarquía
existente posterior a la invasión cuando de un plumazo se promulga la Ley 8 de
incentivos turísticos que transformaría a nuestra capital en un oasis hotelero
levantando las ruinas con millonarias inversiones dejando detrás recuerdos de
la televisiva propaganda del compa del
“excuse me” de la noche típica del Holiday Inn Paitilla, los desvelos del Hotel
La Siesta de Tocumen y las visitas por recién ataviados caballeros, en sus
bolsillos húmedos pañuelos con aroma a colonia Jean Marie Farina, al cabaret
Maxim, cómodamente ubicado al lado del Hotel Panamá Hilton y frente al Hotel
Continental en plena Vía España.
El segundo acto nos encuentra en la inauguración de la icónica vela de
Punta Pacifica, impresionante mole de 70 pisos donde el próximo Presidente de
Estados Unidos sonríe al despedirse en su helicóptero dejando al séquito istmeño varado por la incesante lluvia que hace
regurgitar los obstruidos drenajes con multicolores brebajes llevando a flote
llantas, cajetas y hasta una decapitada muñeca frente al supermercado 99.
El tercer acto se destapa en el Corredor Sur donde un muy tatuado turista
con pantalones cortos, pantuflas, camisa floreada y sombrero Panamá fabricado
en Ecuador, canjea la llanta a un transportista que olvidó la de repuesto
teniendo que telefonear al primo Anacleto que demora más de la cuenta por falta de calcomanía y el pago de la coima
al dependiente. Seguidamente, al arribo
al hotel en Calidonia, el conductor demuestra su destreza en el manejo de la
desvergüenza y la lengua de Shakespeare: “Fifty dollars please”.
El cuarto acto devela la apertura de un mega hotel de 7,253 habitaciones,
con majestuosa vista al canal, la bahía y la construcción del nuevo puerto
multimodal, al lado del telarañoso nuevo centro de convenciones de Amador, construido gracias al hábil ingenio de un
empresario en ofrecer en preventa las habitaciones por efectivo,
preferiblemente en gajos de billetes de a veinte dólares, a falta de depósitos
resultado del reconocimiento por su labor contra el blanqueo de capitales al
centro bancario de Panamá por parte de GAFI (Grupo de Acción Financiera). El virtuoso empresario fundó un banco para
aceptar depósitos mientras se define el plan de trabajo 2017-3000 del centro de
convenciones. Para evitar los tranques y
el cambio de llantas, el nuevo hotel cuenta con servicio de taxis acuáticos
piloteados por plurilingües y amables socios colombianos del Club de Yates y
Pesca.
El epílogo muestra la aeronave de Emirates aterrizando en Tocumen, posterior
a su travesía de 17 horas y 35 minutos,
sin escalas desde Dubái, cuando un sonriente director del aeropuerto notifica
al asombrado primer pasajero, que a falta de la manga por el inusitado retraso
del vuelo de Viva Colombia, desciende por
una escalerilla a la pista, con atuendo árabe, canosa barba, la Biblia en una
mano y en la otra el Corán, su nombramiento como Ministro de Turismo por el
Presidente Varela, sin derecho a destitución hasta 2019 a pesar que el
individuo no habla ni jota de español.
Aplausos please, o mejor aún
standing ovation. Vamos bien.
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