jueves, 28 de abril de 2016

Agujereando la Comarca

Diario Panamá América
30 de enero 2016

Agujereando la Comarca
Jaime Figueroa Navarro

A raíz de la efímera visita de mi amico Italiano Franco Macri, con reducida escala de tres días entre Los Ángeles y Milán, opté por ofrecerle una aventura caribeña que de seguro atesorará en el baúl de los recuerdos por siempre.

Vivir el mundo contemporáneo en Torino,  hacia el norte en la Italia industrial, atravesado por el majestuoso río Po, el más largo y denso de la bota latina, es como mudarse a un Casco Antiguo totalmente remozado a la usanza de Panamá Viejo, con amplias plazoletas, coloridos trajes y gelato Grom, donde a pesar de su arrebatador encanto, no se puede suspirar el fogueo del caribe Kuna.

Fue así como al amanecer del martes le recogí en su aposento de la Cinta Costera para trasladarle en un mágico viaje hacia el este en dirección contraria del tenue trafico que arrancaba a engrosar sus filas, para detenernos en un reten del Servicio Nacional de Fronteras en Chepo, continuando nuestra travesía hasta el inicio de la carretera El Llano-Cartí en el kilometro 71.  Allí la brújula del automóvil apunta el viraje hacia el norte recorriendo 40 kilómetros de zigzagueo selvático hasta la costa caribeña de San Blas, en distancia símil a una visita a las playas de Santa Clara en el litoral Pacífico pero con parajes oxigenados por el verdor de la selva y la majestuosidad de los gigantescos helechos que mantenían a mi visitante con melodramáticas exclamaciones en italiano  al grabar el momento para seguramente compartir con colegas y familiares, en una vereda  harto bien conservada pero que requiere el ojo del Ministerio de Obras Publicas en el reparo de algunos leves tramos para perfeccionarla.

Allí, a medio camino encontramos nuevamente otro retén del Servicio Nacional de Fronteras, seguido de inmediato por una garita Kuna donde un personaje de brusca mirada y ausente sonrisa procede al cobro del impuesto comarcal expeditamente emitiendo un recibo automatizado para no entorpecer el trafico vehicular. 

Al comentarle al sujeto nuestra sugerencia a los venerables Sahilas que rigen estos lares, sobre la posibilidad de un estratégica punto allí  de un sublime centro de bienvenida que sirva a la vez como parada obligatoria a todos los visitantes, un enorme rancho con ajustadas pencas de palma, servicios sanitarios, un mapa de la comarca, opciones de actividades, centro de venta de molas y otros artículos típicos de la región, restaurante para optar por refrescantes pipas frías en vez de cocacolizados brebajes, administrado por bellísimas bilingües damas con atuendos Kunas, inspiradoras sonrisas y afable trato que seguramente multiplicarían sus ingresos y su imagen de amabilidad hacia el forastero, este ripostó sin sonreír, tal carente  de  la totalidad de sus piezas dentales: “área protegida”, como si ello impidiese la diestra comercialización del pueblo Kuna, dejándonos en boca un onomatopéyico “¡plop!” de la tira cómica  chilena Condorito, famosísima en los años ochenta.

Más de lo mismo, pero más tenue fue el arribo al rudimentario puerto terminal Niga Kantule  donde se desplazan los turistas a las diferentes islas, con énfasis en el cobro del estacionamiento y el traslado, sin mayores sonrisas ni atenciones, símil al arribo al aeropuerto de Tocumen, tema que   expeditamente se obvia al detectar el idílico paisajismo del archipiélago, navegados por un capitán con mas pinta de un Brutus lampiño que de Popeye, quien de seguro no podría resonar un O Sole Mío pilotando una góndola Veneciana ni mucho menos enamorar a una escuálida Olivia.

Frecuentando el destino, optamos por el traslado a la isla Aguja que cumple el cometido de otras pero su cercanía acorta significativamente el desplazamiento marino.  En el restaurante nos asombramos por la actitud de unas atractivas servidoras que no permitían que le tomasen fotografías, mucho menos acompañadas de visitantes, la persistencia del decorado Navideño a finales de enero, luces encandiladas a media mañana y el uso del mismo cuchillo que se utilizó para cortar cebollas, para la disección de las “encebolladas” frutas del desayuno.  Solicitando audiencia con el gerente, fuimos notificados de su ausencia de la isla por lo que anotamos nuestros comentarios con la que parecía ser más responsable de todas.

El éxtasis de la jornada fue la aparición de dos pescadores a bordo de una piragua ofreciendo recién aprehendidas langostas, centollos y caracolas, uno de los cuales asintió a la toma de fotografías posterior a la compra de una langosta mediana por la módica suma de cinco dólares, restando la no acostumbrada sonrisa.  Por el ajuste de diez Balboas adicionales, el chef nos presentó media langosta al ajillo para cada uno, aderezada de arroz con coco y patacones, un verdadero festín caribeño.

A media tarde retornamos con un joven abogado porteño a espaldas, el Dr. Marcelo Tuso, a quien  intimamos durante nuestra estancia en la isla y quien nos ofreció un café acompañado de medialunas a cambio de transporte, gentil invitación que con refrescante sonrisa Colgate y amabilidad declinamos, aprovechando para comentarle a nuestro visitante italiano que su nombre era el mismo del padre del nuevo presidente de la nación Argentina, de seguro haciendo en un futuro cercano su visita a esos parajes de agradable recordación.


Que sirva esta constructiva critica, porque así se fragua, como un mensaje a los Sahilas de lo que es y puede ser uno de los sitios más preciosos del universo, que con solo adornarle con cariño, sonrisas e imaginación pudiese convertirse en un anzuelo que rinda frutos multiplicadores y gratísimas memorias a sus visitantes, que gozosos servirían sin duda alguna como sus mejores embajadores en ultramar.  ¡Manos a la obra!           

No hay comentarios:

Publicar un comentario