Diario
Panamá América
30 de enero 2016
Agujereando
la Comarca
Jaime Figueroa
Navarro
A raíz
de la efímera visita de mi amico Italiano
Franco Macri, con reducida escala de tres días entre Los Ángeles y Milán, opté
por ofrecerle una aventura caribeña que de seguro atesorará en el baúl de los
recuerdos por siempre.
Vivir
el mundo contemporáneo en Torino, hacia
el norte en la Italia industrial, atravesado por el majestuoso río Po, el más
largo y denso de la bota latina, es como mudarse a un Casco Antiguo totalmente
remozado a la usanza de Panamá Viejo, con amplias plazoletas, coloridos trajes
y gelato Grom, donde a pesar de su arrebatador
encanto, no se puede suspirar el fogueo del caribe Kuna.
Fue así
como al amanecer del martes le recogí en su aposento de la Cinta Costera para
trasladarle en un mágico viaje hacia el este en dirección contraria del tenue
trafico que arrancaba a engrosar sus filas, para detenernos en un reten del
Servicio Nacional de Fronteras en Chepo, continuando nuestra travesía hasta el
inicio de la carretera El Llano-Cartí en el kilometro 71. Allí la brújula del automóvil apunta el
viraje hacia el norte recorriendo 40 kilómetros de zigzagueo selvático hasta la
costa caribeña de San Blas, en distancia símil a una visita a las playas de
Santa Clara en el litoral Pacífico pero con parajes oxigenados por el verdor de
la selva y la majestuosidad de los gigantescos helechos que mantenían a mi
visitante con melodramáticas exclamaciones en italiano al grabar el momento para seguramente compartir
con colegas y familiares, en una vereda harto
bien conservada pero que requiere el ojo del Ministerio de Obras Publicas en el
reparo de algunos leves tramos para perfeccionarla.
Allí, a
medio camino encontramos nuevamente otro retén del Servicio Nacional de
Fronteras, seguido de inmediato por una garita Kuna donde un personaje de
brusca mirada y ausente sonrisa procede al cobro del impuesto comarcal expeditamente
emitiendo un recibo automatizado para no entorpecer el trafico vehicular.
Al
comentarle al sujeto nuestra sugerencia a los venerables Sahilas que rigen
estos lares, sobre la posibilidad de un estratégica punto allí de un sublime centro de bienvenida que sirva
a la vez como parada obligatoria a todos los visitantes, un enorme rancho con
ajustadas pencas de palma, servicios sanitarios, un mapa de la comarca,
opciones de actividades, centro de venta de molas y otros artículos típicos de
la región, restaurante para optar por refrescantes pipas frías en vez de
cocacolizados brebajes, administrado por bellísimas bilingües damas con
atuendos Kunas, inspiradoras sonrisas y afable trato que seguramente
multiplicarían sus ingresos y su imagen de amabilidad hacia el forastero, este
ripostó sin sonreír, tal carente de la totalidad de sus piezas dentales: “área
protegida”, como si ello impidiese la diestra comercialización del pueblo Kuna,
dejándonos en boca un onomatopéyico “¡plop!” de la tira cómica chilena Condorito, famosísima en los años ochenta.
Más de
lo mismo, pero más tenue fue el arribo al rudimentario puerto terminal Niga
Kantule donde se desplazan los turistas
a las diferentes islas, con énfasis en el cobro del estacionamiento y el
traslado, sin mayores sonrisas ni atenciones, símil al arribo al aeropuerto de
Tocumen, tema que expeditamente se
obvia al detectar el idílico paisajismo del archipiélago, navegados por un
capitán con mas pinta de un Brutus lampiño que de Popeye, quien de seguro no
podría resonar un O Sole Mío pilotando una góndola Veneciana
ni mucho menos enamorar a una escuálida Olivia.
Frecuentando
el destino, optamos por el traslado a la isla Aguja que cumple el cometido de
otras pero su cercanía acorta significativamente el desplazamiento marino. En el restaurante nos asombramos por la
actitud de unas atractivas servidoras que no permitían que le tomasen
fotografías, mucho menos acompañadas de visitantes, la persistencia del
decorado Navideño a finales de enero, luces encandiladas a media mañana y el uso
del mismo cuchillo que se utilizó para cortar cebollas, para la disección de
las “encebolladas” frutas del desayuno.
Solicitando audiencia con el gerente, fuimos notificados de su ausencia
de la isla por lo que anotamos nuestros comentarios con la que parecía ser más
responsable de todas.
El
éxtasis de la jornada fue la aparición de dos pescadores a bordo de una piragua
ofreciendo recién aprehendidas langostas, centollos y caracolas, uno de los
cuales asintió a la toma de fotografías posterior a la compra de una langosta
mediana por la módica suma de cinco dólares, restando la no acostumbrada
sonrisa. Por el ajuste de diez Balboas
adicionales, el chef nos presentó media langosta al ajillo para cada uno,
aderezada de arroz con coco y patacones, un verdadero festín caribeño.
A media
tarde retornamos con un joven abogado porteño a espaldas, el Dr. Marcelo Tuso,
a quien intimamos durante nuestra
estancia en la isla y quien nos ofreció un café acompañado de medialunas a
cambio de transporte, gentil invitación que con refrescante sonrisa Colgate y
amabilidad declinamos, aprovechando para comentarle a nuestro visitante
italiano que su nombre era el mismo del padre del nuevo presidente de la nación
Argentina, de seguro haciendo en un futuro cercano su visita a esos parajes de
agradable recordación.
Que
sirva esta constructiva critica, porque así se fragua, como un mensaje a los
Sahilas de lo que es y puede ser uno de los sitios más preciosos del universo,
que con solo adornarle con cariño, sonrisas e imaginación pudiese convertirse
en un anzuelo que rinda frutos multiplicadores y gratísimas memorias a sus
visitantes, que gozosos servirían sin duda alguna como sus mejores embajadores
en ultramar. ¡Manos a la obra!
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