Diario
Panamá América
23 de enero 2016
Captando
el Istmo
Jaime Figueroa
Navarro
Para
enganchar la plena atención del auditorio suelo durante mis presentaciones de
turismo ¿Por Qué Panama? en Power Point utilizar impactantes
graficas de nuestro abrumador encanto, utilizando por ejemplo, florecientes
guayacanes rodeados como pecas por el verdor de nuestras selvas, aturdiendo las
mentes de los presentes, complementando las imágenes con enérgicos mensajes
como la descripción que nos obsequia el diario The New York Times: “vergüenza
de belleza tropical”.
Es de
esta forma como se enamora a los habitantes de la tierra con este paraíso en
que habitamos y que poco apreciamos.
Esta semana recibí una llamada a mi teléfono celular, identificando el
código 617 anterior al numero como proveniente de Boston, contestando en
inglés: “Buenos días y calurosos saludos
desde Panamá donde el día es soleado y la temperatura de 84 grados. ¿En que le puedo servir?”. La dama al otro lado se derritió
automáticamente al confiar que en ese momento caía sin piedad una tormenta de
nieve en Nueva Inglaterra ligada con un frio rompe huesos. Para aferrar aun mas nuestro anzuelo le
intime que el hombre y la mujer habían nacido para vivir en los trópicos, tema
que no quiso refutar, tal vez preguntándose por que vive allá, rascando su
cerebro con deseos de visitarnos, dejando para siempre atrás la pala de nieve,
la bufanda y sus abrigos.
En
estos tiempos de la génesis de la temporada
seca, donde supuestamente no debe llover y llueve sin alimentar los
ríos, bajareques del Niño, me encuentro fotografiando el istmo para dotar las
242 paginas de mi incipiente libro Fantastic Panama! con impactantes graficas que dejen
boquiabiertos a sus lectores. El texto
bilingüe inglés español susurra apasionadamente las bondades istmeñas. Por ende se hace obligatorio que le acompañen
sublimes pincelazos cual lienzos de Leonardo Da Vinci del siglo XV.
La
fotografía es un arte. Así me lo
confiaba mi abuelo Enrique al desempacar su nueva cámara Leica IIIc Betriebskamera durante el invierno de 1960 en el apartamento con
ladrillos recubiertos por hiedras a lo alto del Este de Manhattan. En aquellos tiempos la tecnología más
apreciada en cámaras era la alemana y las técnicas para aprender el arte de la
fotografía consumían tanto tiempo como la Escuela de Medicina. Su cámara permanece como un recuerdo de
aquellos tiempos idos, sobre el escritorio de mi oficina.
Dicen que la diferencia entre un hombre y un niño es el precio de sus
juguetes. Hace poco más de un año recibí
mi nueva cámara Canon 70D, potentísimo artefacto que ligado al programa Lightroom del fabricante Adobe permite
un arcoíris de opciones al fotógrafo.
Aun así, detalles glorifican la diferencia entre una foto mediocre y
otra excepcional. Por ejemplo, al reflejar
una imagen de la Torre F&F en Calle 50, que sus propietarios tal como la
Avenida Tumba Muerto, no han podido desligar de su popular mote “El Tornillo”, se hace de rigor tomar la foto
desde un ángulo donde no aparezcan las pegajosas telarañas repletas de talingos
que tanto afean nuestra metrópolis. Así
mismo, las mejores tomas de las esclusas del canal desde el Centro de
Visitantes de Miraflores son durante las tardes de los viernes cuando transitan
los gigantesco cruceros, en vez de cualquier otro momento al desfilar obscuros
y oxidados graneros soviéticos, atiborrados de marinos con malhumoradas alcoholizadas
cuadradas facciones.
Todos estos detalles no son resultado del libre albedrío, se aprenden. En mi curiosa búsqueda por las mejores
opciones, opté por tomar el Curso Completo de Fotografía Profesional de 270
horas en línea del New York Institute of Photography, disyuntiva que me permite
revisar y requeté revisar continuamente la colección de fotografías para mi
libro con la tutela de un fotógrafo profesional de allá que resultado de mi empalagoso
lente, también se ha enamorado de nuestro paraíso a quien ha prometido visitar
pronto.
Es así que nos encontramos este verano cual vigoroso grillo, acompañado de
nuestra inseparable cámara, saltando a través de la geografía istmeña desde el
esplendido Darién de Balboa hasta la raramente visitada playa de Calovébora en
el caribe veragüense. Si por casualidad
nos ve, obséquienos su más agradable
sonrisa ¡podría perdurar por siempre
como recuerdo intimo de nuestra
nacionalidad!
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