jueves, 28 de abril de 2016

Captando el Istmo

Diario Panamá América
23 de enero 2016

Captando el Istmo
Jaime Figueroa Navarro

Para enganchar la plena atención del auditorio suelo durante mis presentaciones de turismo ¿Por Qué Panama? en Power Point utilizar impactantes graficas de nuestro abrumador encanto, utilizando por ejemplo, florecientes guayacanes rodeados como pecas por el verdor de nuestras selvas, aturdiendo las mentes de los presentes, complementando las imágenes con enérgicos mensajes como la descripción que nos obsequia el diario The New York Times: “vergüenza de belleza tropical”.

Es de esta forma como se enamora a los habitantes de la tierra con este paraíso en que habitamos y que poco apreciamos.  Esta semana recibí una llamada a mi teléfono celular, identificando el código 617 anterior al numero como proveniente de Boston, contestando en inglés:  “Buenos días y calurosos saludos desde Panamá donde el día es soleado y la temperatura de 84 grados.  ¿En que le puedo servir?”.  La dama al otro lado se derritió automáticamente al confiar que en ese momento caía sin piedad una tormenta de nieve en Nueva Inglaterra ligada con un frio rompe huesos.  Para aferrar aun mas nuestro anzuelo le intime que el hombre y la mujer habían nacido para vivir en los trópicos, tema que no quiso refutar, tal vez preguntándose por que vive allá, rascando su cerebro con deseos de visitarnos, dejando para siempre atrás la pala de nieve, la bufanda y sus abrigos.

En estos tiempos de la génesis de la temporada  seca, donde supuestamente no debe llover y llueve sin alimentar los ríos, bajareques del Niño, me encuentro fotografiando el istmo para dotar las 242 paginas de mi incipiente libro Fantastic Panama!  con impactantes graficas que dejen boquiabiertos a sus lectores.  El texto bilingüe inglés español susurra apasionadamente las bondades istmeñas.  Por ende se hace obligatorio que le acompañen sublimes pincelazos cual lienzos de Leonardo Da Vinci del siglo XV.

La fotografía es un arte.  Así me lo confiaba mi abuelo Enrique al desempacar su nueva cámara Leica IIIc Betriebskamera durante el invierno de 1960 en el apartamento con ladrillos recubiertos por hiedras a lo alto del Este de Manhattan.  En aquellos tiempos la tecnología más apreciada en cámaras era la alemana y las técnicas para aprender el arte de la fotografía consumían tanto tiempo como la Escuela de Medicina.  Su cámara permanece como un recuerdo de aquellos tiempos idos, sobre el escritorio de mi oficina. 

Dicen que la diferencia entre un hombre y un niño es el precio de sus juguetes.  Hace poco más de un año recibí mi nueva cámara Canon 70D, potentísimo artefacto que ligado al programa Lightroom del fabricante Adobe permite un arcoíris de opciones al fotógrafo.  Aun así, detalles glorifican la diferencia entre una foto mediocre y otra excepcional.  Por ejemplo, al reflejar una imagen de la Torre F&F en Calle 50, que sus propietarios tal como la Avenida Tumba Muerto, no han podido desligar de su popular mote “El  Tornillo”, se hace de rigor tomar la foto desde un ángulo donde no aparezcan las pegajosas telarañas repletas de talingos que tanto afean nuestra metrópolis.  Así mismo, las mejores tomas de las esclusas del canal desde el Centro de Visitantes de Miraflores son durante las tardes de los viernes cuando transitan los gigantesco cruceros, en vez de cualquier otro momento al desfilar obscuros y oxidados graneros soviéticos, atiborrados de marinos con malhumoradas alcoholizadas cuadradas facciones.

Todos estos detalles no son resultado del libre albedrío, se aprenden.  En mi curiosa búsqueda por las mejores opciones, opté por tomar el Curso Completo de Fotografía Profesional de 270 horas en línea del New York Institute of Photography, disyuntiva que me permite revisar y requeté revisar continuamente la colección de fotografías para mi libro con la tutela de un fotógrafo profesional de allá que resultado de mi empalagoso lente, también se ha enamorado de nuestro paraíso a quien ha prometido visitar pronto.

Es así que nos encontramos este verano cual vigoroso grillo, acompañado de nuestra inseparable cámara, saltando a través de la geografía istmeña desde el esplendido Darién de Balboa hasta la raramente visitada playa de Calovébora en el caribe veragüense.  Si por casualidad nos ve, obséquienos  su más agradable sonrisa ¡podría perdurar por siempre  como recuerdo intimo  de nuestra nacionalidad!   

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